Название | Los planes de Dios para su vida |
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Автор произведения | J. I. Packer |
Жанр | Религия: прочее |
Серия | |
Издательство | Религия: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781646911141 |
¿Nos ayuda esto a entender cómo es posible que las circunstancias adversas hallen un lugar en el plan de Dios para su pueblo? ¡Por cierto! Inunda de luz el problema, como lo demuestra el autor de Hebreos. A los cristianos que estaban cada vez más descorazonados y apáticos bajo la presión de los constantes inconvenientes y victimizaciones, les escribe: “Y ya han olvidado por completo las palabras de aliento que como a hijos se les dirige: ‘Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.’ Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos. ¿Qué hijo hay a quien el padre no disciplina?... Después de todo, aunque nuestros padres humanos nos disciplinaban, los respetábamos. ¿No hemos de someternos, con mayor razón, al Padre de los espíritus, para que vivamos?... Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad. Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (Hebreos 12.5-11, citando el Proverbio 3.11-12, énfasis añadido).
Es sorprendente ver cómo este escritor, al igual que Pablo, equipara el “bien” del cristiano, no con la comodidad y la tranquilidad, sino con la santificación. El pasaje es tan claro que no necesita comentario alguno, sólo una frecuente lectura cada vez que nos resulte difícil creer que el duro trato de las circunstancias (o de nuestros hermanos cristianos) pueda ser la voluntad de Dios.
EL PROPÓSITO DE TODO ELLO
Sin embargo, tenemos más cosas que decir. Una tercera pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿Cuál es el propósito esencial de Dios en el trato con sus hijos? ¿Es sencillamente su felicidad, o es algo más que eso? La Biblia indica que es la gloria de Dios.
La intención de Dios en todos sus actos es de última Él mismo. No hay nada moralmente dudoso acerca de esto. Si decimos que el hombre no puede tener propósito más alto que la gloria de Dios, ¿cómo podremos decir algo diferente sobre Dios mismo? La idea de que es en cierta forma indigno representar a Dios como apuntando a su propia gloria en todo lo que hace refleja que no recordamos que Dios y el hombre no se encuentran a un mismo nivel. Demuestra la falta de conciencia de que mientras que el hombre pecador tiene como su máximo propósito su propio bienestar a expensas de sus congéneres, nuestro Dios ha determinado glorificarse por medio de la bendición de su pueblo. Se nos dice que la razón por la cual Dios redime al hombre es “para alabanza de su gloriosa gracia” (Efesios 1.6, 12, 14). Él desea exhibir sus recursos de misericordia (las “riquezas” de su gracia y de su gloria, siendo “gloria” la suma de sus atributos y poderes según los revela: Efesios 2.17; 3.16) haciendo que sus santos experimenten su máxima felicidad cuando se regocijan en Dios mismo.
Sin embargo, ¿cómo afecta esta verdad de que Dios busca su propia gloria en su trato con nosotros al problema de la providencia? De la siguiente forma: Nos da una idea de cómo Dios nos salva, sugiriéndonos la razón por la cual Él no nos lleva al cielo en el instante mismo en que creemos. Ahora vemos que nos deja en un mundo de pecado para que seamos probados, examinados, fustigados por problemas que amenazan aplastarnos, con el fin de que podamos glorificarlo por medio de nuestra paciencia bajo el sufrimiento y para que Él pueda desplegar las riquezas de su gracia y convocar nuevas alabanzas de nuestra boca al sostenernos y liberarnos una y otra vez. El Salmo 197 es una declaración majestuosa de esta verdad.
¿Acaso les suena como algo muy severo? No a aquellos que han aprendido que su propósito principal en este mundo es “glorificar a Dios y [al hacerlo] disfrutarlo para siempre”. El corazón de la verdadera religión es glorificar a Dios mediante una paciente entereza y alabarlo por su liberación llena de gracia. Es vivir la vida atravesando sitios llanos y escarpados por igual sin dejar de obedecer ni dar gracias por la misericordia recibida. Es buscar y encontrar el gozo más profundo, no con indolencia espiritual, sino descubriendo, a medida que atravesamos las sucesivas tormentas y conflictos, que Cristo es más que suficiente para salvarnos. Es el conocimiento cierto de que los caminos de Dios son los mejores, tanto para nuestro propio bienestar como para su gloria. Ningún problema de providencia sacudirá la fe de aquel que haya verdaderamente aprendido esto.
LA GLORIA DE DIOS
El hecho crucial que debemos entender, entonces, es que Dios el Creador gobierna su mundo para su propia gloria. “Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él” (Romanos 11.36); él mismo es el objetivo de todas sus obras. Él no existe por nosotros, pero nosotros sí existimos por Él. La naturaleza y prerrogativa de Dios es complacerse a sí mismo, y su placer revelado es magnificarse ante nosotros. Él nos dice: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios. ¡Yo seré exaltado entre las naciones! ¡Yo seré enaltecido en la tierra!” (Salmo 46.10). El objetivo absoluto de Dios es glorificarse a sí mismo.
¿O acaso no? Debido al hecho de que esta afirmación sea tan crucial y que tan a menudo se la encuentre ofensiva y se la rechace, deseo ahora centrar mi atención en ella y describirla en más detalle. Una vez que este concepto nos quede en claro más allá de toda duda, todo lo relativo al cristianismo cobrará sentido. Sin embargo, hasta que no tengamos esa certeza, el resto de la fe bíblica nos planteará constantes problemas. Miremos nuevamente, entonces, a lo que estamos diciendo aquí acerca de nuestro Creador.
Su sensatez. La afirmación de que Dios apunta siempre a glorificarse a sí mismo es al principio difícil de creer. Nuestra reacción inmediata es una sensación incómoda de que semejante idea no es digna de Dios, que toda clase de preocupación de uno mismo es incompatible con la perfección moral y en particular con la naturaleza de Dios como amor. Muchas personas sensibles y moralmente cultas se espantan ante el simple pensamiento de que el fin absoluto de Dios sea su propia gloria, y se oponen enérgicamente a tal concepto. ¡Para ellos, semejante cosa describe a Dios como alguien que no se diferencia esencialmente de un hombre malvado o aun del diablo mismo! Para ellos es una doctrina inmoral y escandalosa, y si la Biblia la enseña, ¡tanto peor para ella! A menudo extraen esta conclusión explícitamente en relación con el Antiguo Testamento. Ellos acotan que un volumen que describe a Dios tan persistentemente como un Ser “celoso”, preocupado sobre todo de su “honor”, no puede ser contemplado como una verdad divina. Dios no es así. ¡Pensar que sí lo es no es más que una blasfemia real aunque no intencionada! Dado que éstas son opiniones que algunos sostienen en forma vasta y firme, es importante que consideremos qué validez realmente tienen.
Comenzamos con la pregunta: ¿Por qué se afirman estas convicciones con tanta energía? Cuando se trata de otros asuntos teológicos, la gente puede disentir, pero con bastante calma. Pero las protestas en contra de la doctrina de que el principal fin de Dios sea su gloria están llenas de pasión y con frecuencia, de una airada retórica. La respuesta es fácil de ver, y le da crédito a la seriedad moral de los que hablan. Esas personas son sensibles al pecado de la búsqueda continua de uno mismo. Ellos saben que el deseo de gratificarse a uno mismo se encuentra en la raíz misma de las debilidades y los defectos. Ellos mismos tratan lo mejor posible de encarar y luchar en contra de ese deseo. Por lo tanto, ellos deducen que el hecho de que Dios sea egocéntrico sería algo igualmente equivocado. La vehemencia con la cual rechazan la idea