¿Es que acaso nadie pensó en asesinar a Perón? ¿Qué cara, que origen, que móviles tendría ese potencial asesino? Un personaje camaleónico, una especie de Zelig, aunque nada simpático, por cierto.La Sombra del General, de Leonardo Killian, es una novela visual, se puede mirar, se puede leer como un guion atrapante cinematográfico.El montaje teje piezas documentales con ficción y una cámara subjetiva que cambia de narrador al ritmo de la música. Una música que navega del jazz a las marchas fascistas, del blues a los cánticos juveniles de los años 70, del beat al tango melancólico. Esa música suena de fondo. La sombra del General es un relato donde ficción e historia se funden.Una historia en blanco y negro con pocos grises termina siendo una historia negra.Un thriller político que el montajista hiló tan caprichosamente como suele ser la historia; la historia de la Argentina real, que en aquellos años fue tan cruel como heroica.Como la de una novela negra contada desde la derrota.Porque ¿quién dijo que la historia de un fracaso no puede ser una buena historia o una buena película?La novela de Leonardo Killian es una invitación a tomar asiento en la butaca, esperar a que se apague la luz y se encienda el proyector. En la pantalla aparecerá una sombra pesada, tan oscura como cualquier sombra: la sombra del General.
Terminando la década de los años veinte del siglo pasado, la historia transcurre en Buenos Aires. Porfirio regentea dos prostíbulos; un día decide hacer un cambio en su vida. Un cambio copernicano. ¿Lo logrará? En el telón de fondo del drama de Porfirio está, avasallante, el primer peronismo.Las sombras cardinales de Porfirio es uno de esos textos que producen un intenso placer estético. Al río narrativo de Hugo Barcia confluyen estimables afluentes, pero su obra es tan propia y original como la imaginería fabulosa de su autor. Esta obra respira algo del realismo mágico de García Márquez y (en especial) de Manuel Scorza; pero también encontraremos al «depuesto» Leopoldo Marechal y al prestidigitador de Roberto Arlt; posiblemente tropecemos con el habla mixturada de Luis Tedesco y —ya para terminar con tantos afluentes— la pintura provocativa y falsamente inocente de Daniel Santoro. Podemos decir que están, pero no fueron buscados. No hay trampa ni robo ni préstamo en Barcia. Lo que sí vive, sólido como una piedra y blando «como el agua blanda», es un género no reconocido ni creado (aún): el barroco popular-peronista.