Más allá de las cenizas. Marlyn Olsen Vistaunet

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Название Más allá de las cenizas
Автор произведения Marlyn Olsen Vistaunet
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877984033



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se mantiene bastante ocupada. Sí, ya tienes edad suficiente para ayudarme con Milton. Puedes ser su segunda mamá.

      –Oh, mamá. ¿Puedo sostenerlo? –chillé con entusiasmo.

      Mamá puso gentilmente a Milton en mi falda y me mostró cómo sostener su cuello.

      –Ten cuidado de no tocar ese lugar blando en su cabecita –señaló–. Tendrás que esperar hasta que sea grande y fuerte para jugar con él.

      –Sí, mamá. Esperaré –prometí.

      –Pesa cuatro kilos, al igual que tú cuando naciste, y se parece a ti.

      Ella me acarició el brazo.

      Milton irradió felicidad desde el comienzo. Era curioso por naturaleza, y veía cada momento como una nueva aventura. Yo brillaba con orgullo filial. Él era mi gozo, mi precioso hermanito bebé, una réplica de mí. Sonreía al pensar en eso. A veces iba en silencio a la habitación de los varones durante el día para verlo dormir. La ternura que sentía era tan fuerte que dolía.

      ¡Crecía tan rápido! Un día volví de la escuela y en el piso encontré a Milton, que avanzaba lentamente y se daba envión con los dedos de los pies. Su primer intento por gatear. Al crecer y aprender a erguirse en la cuna, empezó a saltar y saltar con entusiasmo, ansioso por jugar. A la hora de la comida, Milton era enérgico. Tragaba un bocado y ya estaba abriendo la boca de nuevo como un petirrojo bebé. Comía casi todo, pero cuando había arvejas, tomaba la cuchara, me la ofrecía a mí, y se reía. Era un dulce bodoque de felicidad, una mezcla de gozo e hilaridad, un hermano pequeño que, al igual que yo, amaba estar al aire libre. Mamá dijo que debía vigilar cuidadosamente a Milton. Nunca debía perderlo de vista. Nunca debía alejarse y perderse como yo lo había hecho.

      Yo lo vigilaba de cerca. A veces él se escondía. Yo lo buscaba y él saltaba y decía: “¡Bú!” A veces se metía entre mis cosas. ¡Qué desastre que hacía en mi habitación! Pero no me importaba; él era mi pequeña sombra.

      El convertible

      Era verano, así que no teníamos clases. Mamá y papá habían estado ahorrando y habían comprado un auto nuevo: un convertible. Era un auto usado, y papá obtuvo un buen precio porque lo habían dañado y tenía un hueco arriba del asiento delantero. Por supuesto, en California nunca llueve en el verano; pero cuando termina el verano, llueve… ¡y cómo llueve!

      Una tardecita, en el culto familiar, papá dijo: “Necesitamos una nueva cubierta para el convertible antes de que lleguen las lluvias, pero no tenemos dinero. Las clases están por comenzar, y hay suficiente dinero para pagar las cuotas de Frank, Wanda y Marlyn. Pero luego de pagar la escuela, no tendremos dinero para comprar una nueva cubierta para el convertible. Tendremos que pedirle a Dios que nos ayude”.

      Y cada noche, eso fue lo que hicimos.

      Como una semana después, unos trabajadores con ropa llena de tierra tocaron la puerta de nuestra casa.

      –Disculpe, señor –dijo un hombre petiso y robusto, que parecía ser el líder–. Vamos a estar dinamitando el campo de allí.

      Señaló el gran campo que estaba al lado de nuestra casa, y continuó:

      –Será mejor que se queden dentro de la casa hasta que terminemos. Pero no se preocupe, nos mantendremos a una buena distancia de su casa. Seremos muy cuidadosos.

      Conociendo el peligro, papá se aseguró de que todos estuviéramos adentro, a salvo, aunque disfrutábamos al ver cómo las rocas y la tierra volaban por todas partes cada vez que los hombres hacían explotar una carga. Entonces, repentinamente…

      –¿Vieron eso? –exclamó Frank.

      –¿Qué? ¿Qué? –me lo había perdido.

      –¡Esa sí que fue grande! ¡Y aterrizó justo sobre nuestro auto nuevo!

      Los tres niños salimos corriendo hacia el auto para investigar. Allí, sentada en el asiento del conductor, había una piedra enorme, y sobre ella estaba el hueco, que ya no era pequeño. De hecho, ¡era enorme!

      Levantamos la vista y vimos que los trabajadores se acercaban corriendo por el campo hacia nosotros. Miraron los daños con pesar. El hombre a cargo le dijo a papá, que había salido a investigar también:

      –Señor, no puedo decirle cuánto lamento lo que ha sucedido. Por supuesto que nuestra compañía le comprará una nueva cubierta para el auto.

      Papá, sonriendo, le contó cómo Jesús había respondido nuestras oraciones. Los trabajadores estaban atónitos. El hombre exclamó:

      –En todos los años en que he trabajado con dinamita, nunca vi una roca volar tan lejos. Un ángel la debe haber llevado para responder a sus oraciones. ¡Estoy feliz de ser parte de la respuesta!

      Una docena de puntos

      Frank y Millie compartían la afinidad por los animales. Frank encontró un perro labrador negro perdido, y se convirtió en nuestra mascota familiar. Lo llamamos Muchachote.

      Frank construyó una jaula y criaba palomas, y Millie lo ayudaba a cuidarlas. También disfrutaban de cuidar a animalitos lastimados, como ardillas, conejos y aves, hasta que recuperaban la salud. Me encantaba estar con Millie, ahora que tenía cuatro años. Nos sentábamos bajo los árboles por horas a jugar a las muñecas.

      Mamá y papá le habían enseñado a Wanda a cocinar, y ella era muy buena, así que la pusieron a cargo de preparar una comida por día. Yo había aprendido a hacer tareas básicas del hogar, así que asumí el rol de asistente de ama de casa. Frank estaba a cargo de mantener entretenidas a las niñas. Era muy bueno haciendo esto, y nos encantaban las ideas que se le ocurrían. Desarmaba cajas viejas de cartón, y las usábamos como trineos para deslizarnos por la colina que estaba al lado de nuestra casa. Nos daba paseos en su bicicleta y jugaba a la mancha con nosotras. También traía a sus amigos a casa después de la escuela para jugar al béisbol. Le pegaba a la pelota con muchísima fuerza. Me encantaba verlos jugar, y me encantaba que fuera mi hermano mayor.

      Un día, mientras los miraba jugar, me entretuve con mi propia pelota. En cierto momento, se me escapó la pelota y se fue rodando hasta la base del bateador. Le tocaba batear a Frank y, como no quería que mi pelota interrumpiera su juego, salí corriendo tras ella. De repente, sentí un dolor agudo y todo quedó negro.

      Recobré la conciencia en el hospital. Sentía que la cabeza me explotaba de dolor como nunca antes lo había sentido. Papá estaba sentado a mi lado, mirándome pero sin verme… como cuando se miran cosas a lo lejos un día muy caluroso. Su rostro estaba pálido. Un hombre hablaba con él, pero su voz estaba mal; sonaba como las voces en un fonógrafo que está fallando: distorsionado y lento. Me pareció escucharlo decir: “Puede dormir, pero despiértela cada dos o tres horas”. Volví a quedar inconsciente mientras alguien me sentaba en una silla de ruedas.

      Nuevamente en casa, dormía casi todo el tiempo. Me despertaba esporádicamente y por poco tiempo. Siempre había un rostro ansioso a mi lado. Frank lloraba y decía cuánto lo sentía. Papá decía que sabía que no era culpa de Frank. Papá le decía a mamá cuán milagroso era que el bate de Frank me hubiese golpeado a un milímetro de la sien.

      Finalmente me desperté y encontré que todo se veía y oía normal de nuevo.

      –¿Qué pasó, papi? –pregunté.

      –¡Gracias a Dios! ¡Estás consciente! Recibiste un golpe en la cabeza con un bate, el bate de Frank. Se ha estado sintiendo terrible, pensando que te mató, pero no fue su culpa; no te vio. Yo salí corriendo cuando escuché que todos gritaban.

      –¡Oh, papi! Yo estaba tratando de sacar mi pelota del camino…

      –Simplemente fue una de esas cosas que pasan, querida. ¡Pero sí que me asustaste! Había sangre brotando por todas partes, y Frank estuvo presionando sobre la herida todo el camino hasta el hospital,