Más allá de las cenizas. Marlyn Olsen Vistaunet

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Название Más allá de las cenizas
Автор произведения Marlyn Olsen Vistaunet
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877984033



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haber pasado por una tragedia tan grande?

      Marlyn y yo nos conocimos mejor el año siguiente, cuando compartimos el salón de clases de noveno y décimo grados. Fue un año que ninguna olvidará. Nuestro profesor era Lloyd Funkhouser, un hombre con doble amputación, lleno de risa y amor del Cielo. Por medio de su ejemplo, el Sr. Funkhouser me enseñó valor; pero su mensaje para Marlyn fue que sin importar cuán grande fuera la tragedia, Dios puede convertirla en un gozo extraordinario.

      Marlyn y yo asistimos a diferentes colegios con internado y perdimos contacto hasta varios años después, cuando ella encontró mi número telefónico y me invitó a visitarla a Village Chapel en McDonald, Tennessee, donde su esposo, Loren, servía como pastor. Ella dio un salto para saludarme apenas entré; era la misma persona hermosa y amable que recordaba. Mientras charlábamos después del culto, entendí que su vida no había sido nada fácil; pero aun así, era evidente que las dificultades no la habían aplastado. ¡Al contrario! Hizo de ser esposa de pastor su ministerio personal. Se desempeñó como directora de Ministerio Joven, coordinadora de oración, maestra de Escuela Sabática, anfitriona, colaboradora en el Ministerio Carcelario y consejera voluntaria, por nombrar algunas actividades.

      Luego de eso, Marlyn y yo mantuvimos el contacto. Cuanto más conocía sobre su historia, más me asombraba. Cuando me confió que estaba pensando en escribir un libro, la alenté con entusiasmo; esta era una historia que debía ser contada. De su rescate milagroso de una red de trata de niños, cuando tenía tres años, a la terrible pérdida de su hermano menor y a una serie de incidentes, muchos de los cuales podrían haber sido fatales sin intervención divina, su vida sería la base de un libro apasionante y yo lo sabía. Quería especialmente que el mundo conociera a su hermanito, Milton, un niño en contacto tan íntimo con Dios que a los siete años, con su casa en llamas y su piel quemada, consolaba a su hermana al decirle suavemente: “Marlyn, no tengas miedo”.

      Durante los últimos dos años, Marlyn y yo hemos trabajado juntas para contar su historia. Realmente quiero que la leas. Quiero que conozcas a Milton y sepas de su valor; quiero que te rías con Marlyn cuando ella comparte sus recuerdos íntimos de la inocencia juvenil de una adolescente imaginativa e increíblemente curiosa, con una propensión a los problemas y contratiempos; y especialmente quiero que te asombres por la liberación milagrosa de Dios, vez tras vez.

      Phyllis George McFarland

      A menos que se especifique de otro modo, las citas bíblicas se han tomado de la Nueva Versión Internacional (NVI).

      Otras versiones utilizadas: RVR 95, PTD, DHH, NTV.

      La pequeña niña perdida

      Los rayos deslumbrantes de sol danzaban por las paredes exteriores de nuestro hogar en Guadalajara, y unos loros chillones parloteaban mientras yo entraba a la casa dando saltitos. Desde la cocina llegaba el dulce aroma a canela. ¡Sí! Mamá estaba al lado de la cocina, revolviendo un arroz con leche con un palito de canela. ¡Mi boquita de niña de tres años quería inmediatamente probar un poco!

      –Por favor, mamita, ¡quiero un poco ahora!

      –No, Marlyn, esto es para el almuerzo. Tendrás que esperar hasta entonces.

      Yo hice una mueca, pero no me duró mucho. La abuela Edith, con su cabello castaño lleno de rulos recogidos en una trenza enrollada en la nuca, entró deprisa en la cocina.

      –Voy a Zapopan a darle un estudio bíblico a la señora Figueroa.

      La abuela Edith era una colportora cristiana y también instructora bíblica.

      –Ella tiene dos niños de las edades de Frank –mi hermano de 9 años– y de Wanda –mi hermana de 5 años–. ¿Crees que a los niños les gustaría venir conmigo y jugar mientras doy el estudio bíblico?

      Antes de que mamá pudiera responder, yo comencé a saltar y a dar grititos de entusiasmo.

      –¡Yo también quiero ir, mamita! Por favor, ¿puedo ir?

      La abuela Edith estaba dispuesta a llevarme, pero mamá dudaba.

      –¿Estás segura? No quiero que sea una molestia…

      –No la molestaré; ¡seré buena! ¡Lo prometo! –rogué.

      –Bueno, está bien –dijo mamá resignada–. ¡Doña Triné! –llamó. Un momento después, nuestra niñera entró a la cocina–. ¿Podría preparar a Marlyn para ir a Zapopan? Va a ir con la abuela Edith. Póngale su vestido rosado; se ve muy bonita en él. Y prepare a Wanda porque ella también irá, a menos que no quiera. Y dígale a Frank que se ponga ropa limpia y se peine.

      ¡Iba a ir! Doña Triné me llevó a la habitación que compartíamos con Wanda y comenzó a prepararme.

      –Quédate quieta, Marlyn, y levanta los brazos.

      Yo levanté los brazos, pero estaba demasiado entusiasmada como para quedarme quieta. Me puso el vestido, pero luego tenía que peinarme y sujetar mi cabello con una hebilla.

      –Quédate quieta, Marlyn –me rogó.

      Pero ¿cómo podía quedarse quieto alguien con tanto entusiasmo adentro?

      Unos minutos más tarde, los cuatro estábamos subiendo al autobús. De alguna manera, la abuela Edith consiguió tres asientos juntos para que nos sentáramos en el autobús abarrotado, y nos acomodamos. Yo iba segura sobre su falda. Los árboles y las personas en bicicleta parecían pasar volando al lado del autobús, que zigzagueaba en medio del tráfico, y en muy poco tiempo paraba en el pueblo de Zapopan.

      La señora Figueroa, alta y delgada, con el rostro encendido por el buen humor, nos saludó en la puerta de su casa mientras sus dos hijos espiaban detrás de ella.

      –¡Entren, por favor! –nos invitó, y pasamos a una habitación repleta de chucherías e imágenes que podían mantener entretenido a un niño por horas. Sus hijos, José y Rosita, rápidamente corrieron al patio con nosotros tres para jugar. Los cuatro niños mayores encontraron muchas cosas divertidas para hacer, pero yo, por otro lado, era considerada una acompañante no deseada que debía ser ignorada. Era muy pequeña para entender sus juegos.

      Pero no importaba: ese patio era un lugar fascinante. Enredaderas tachonadas de flores azules trepaban por los muros, un cantero de crisantemos rojos me sonreía tímidamente, y un grupo de pajaritos bajaba en picada para posarse en una estatua. Cuando traté de atrapar uno, volaron fuera de mi alcance en un santiamén. Pero entonces atisbé una sección del muro cubierta de mosaicos azules y blancos, con una fuente de agua que fluía del medio. Traté de alcanzarla y jugar en el desaguadero, pero estaba demasiado alto, así que me contenté con remojar mis manos en la pileta.

      –¡Marlyn! ¡Sal del agua! –gritó Wanda. La miré no muy feliz. ¡Ella no era mi jefa! Pero de todas formas me levanté y me dirigí hacia la puerta que daba a la sala de estar de la casa. Sabía que la abuela Edith estaba en esa habitación llena de chucherías interesantes.

      –¡No, Marlyn, ahí no! ¡No tenemos que molestar a la abuela Edith!

      ¡Ahora era Frank quien me gritaba! Quizá podía jugar con los niños más grandes, pero ellos me echaron y siguieron con su juego. Disgustada, me desplomé bajo una pequeña palmera en el centro del patio. Esto estaba tardando demasiado y yo estaba comenzando a tener hambre. Un poco de arroz con leche sabría muy bien en este momento. Lo mejor que podía hacer era caminar hacia casa y almorzar.

      Encontré el portón que llevaba a la calle. El cerrojo estaba muy alto, así que me estiré todo lo que pude. Estaba a unos pocos centímetros de alcanzarlo. Encontré una piedra tirada por allí y la arrojé desde abajo para golpear el cerrojo. ¡El siguiente intento tuvo éxito! Pateé la piedra, abrí el portón y salí saltando hacia la calle.

      La siguiente tarea era encontrar mi casa. No habíamos tardado mucho en llegar en autobús, así que probablemente estaba solo un poco más adelante. Caminando en sentido contrario por la calle polvorienta venía una niña adolescente con una pollera