Jesucristo, divino y humano. Atilio René Dupertuis

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Название Jesucristo, divino y humano
Автор произведения Atilio René Dupertuis
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877983913



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es el Hijo del Hombre?”, obtendríamos respuestas muy variadas otra vez. Algunos dirían hoy que era un buen hombre, un maestro ideal, un genio religioso; otros, que era un fanático equivocado. Bajo el rubro de la Teología de la Liberación se oyó decir por un tiempo que Jesús era un revolucionario, que si las condiciones hubieran sido más favorables sin duda habría hecho estallar una revolución en Palestina en favor de los derechos de los pobres y lo oprimidos. No lo hizo porque no era el momento apropiado.

      En segundo lugar, Jesús confrontó a los discípulos con la pregunta en forma personal: “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” De igual manera, cada ser humano debe contestar por sí mismo ese interrogante, y la única respuesta que corresponde con la realidad es la que dio Simón Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Ningún concepto de Jesús inferior a este puede ser válido. Lo que dice la gente no es verdad a menos que se reconozca esta verdad fundamental. No solo reconocerla teóricamente, sino también en lo personal. En el fondo del alma, cada ser humano debe responder a la pregunta: “¿Quién es él para ti?” Es un asunto eminentemente personal, no asunto de grupo, de iglesia o de pueblos. En tercer lugar, ¿cómo se sabe que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Cómo lo supo Pedro? Jesús dijo a Pedro que es un asunto de revelación. La confesión de este discípulo no estuvo basada en su propio razonamiento o especulación; había sido una revelación de Dios. Esto es muy crítico. El único lugar donde podemos encontrar la verdad acerca de Jesús es en la Revelación, en la Sagrada Escritura, en el “así dice el Señor”.

      Frente a la revelación que encontramos en la Escritura, hay comúnmente tres actitudes posibles. Algunos la niegan, no creen en lo sobrenatural, como lo hemos notado más arriba. Todo se debería al proceso común de las leyes de la naturaleza, de causa y efecto. La Biblia es un libro como cualquier otro libro. Contiene mucho de bueno, mucho de valor, pero no es cualitativamente superior a otros buenos libros que se hayan escrito. Por lo que la Biblia debe ser estudiada como cualquier otro libro, eliminando todo aquello que sugiera algo milagroso o sobrenatural.

      Hay quienes aceptan la Biblia como la Palabra de Dios, pero la cuestionan. La estudian a través del filtro de su propio razonamiento humano, de la competencia humana, y eso los lleva a seleccionar aquello que cuadra con sus razonamientos; son muy selectivos en el uso de la Escritura. Finalmente, otra actitud posible es aceptarla porque viene de Dios y entonces tratar de entenderla sometiendo nuestros juicios a su criterio. Aceptar la Biblia como la Palabra de Dios, como la revelación de su voluntad y estar dispuestos a someterse a sus veredictos no es popular hoy, ni aun en el mundo cristiano, pero es el único camino seguro.

      En los últimos dos siglos ha habido un desplazamiento visible en la fe, de lo sobrenatural a lo natural, de la fe a la razón. El teólogo contemporáneo David Wells lo expresó muy bien cuando dijo: “En el pasado, la función del teólogo era aclarar, exponer y defender la fe cristiana. Ya no es así. Lo que es más común es que el teólogo cuestione, niegue y dude parte de lo que tradicionalmente se ha enseñado como esencia de la fe” (The Person of Christ, p. 2). Hoy hay mucho interés en la verdad, pero no en la verdad de la Revelación, sino en la verdad que puede ser descubierta, comprobada, manipulada por el hombre, aquella que armoniza con la ciencia y con la cultura. Nosotros confesamos nuestra confianza indivisa en la Escritura como la Palabra de Dios, como su Palabra inspirada, como su revelación.

      Al proseguir el estudio de este tema, lo haremos tratando de descubrir la verdad de la Revelación. No quiere decir que podremos entender todo, aclarar todos los misterios, agotar su contenido. Más de una vez será necesario detenernos y confesar que el pozo es hondo y no tenemos con qué sacar el agua (ver Juan 4:11). Pero hay bendición en tratar de descubrir y entender lo que en su sabiduría Dios ha visto a bien revelar. La tarea del que estudia la Biblia no es fácil; es en realidad difícil, es contender con el Todopoderoso, conscientes de que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos. Es tratar de explicar lo inexplicable, de penetrar lo impenetrable: los misterios de Dios. Es una experiencia única, una experiencia sin igual.

      Estudiar la Biblia, tratar de entenderla, puede ser una experiencia similar a la que tuvo Jacob aquella noche memorable, cuando estaba por encontrarse con su hermano. Jacob necesitaba encontrarse con Dios. Necesitaba hallar respuestas para los interrogantes de su alma. En esas circunstancias, se presentó un mensajero celestial y se entabló una lucha. Aunque no sabemos todos los pormenores de esa lucha, sí sabemos que Jacob fue vencido; que como resultado de ese encuentro quedó herido ;y cuando le preguntó al mensajero celestial cuál era su nombre, para saber de él, le fue negado. Pero, como bien dijera Tomás de Aquino hace muchos siglos, en aquella lucha Jacob sintió debilidad, una debilidad que a su tiempo era dolorosa y deliciosa, porque ser así derrotado era en realidad una evidencia de que había luchado con un ser divino.

      Por eso, al tratar de luchar con la Revelación, con el mensaje que viene de Dios, vamos a ser heridos: tal vez nuestro orgullo, nuestras ambiciones de entender todo, de tener en todo la última palabra. No podremos comprender a Dios en su totalidad. Si pudiéramos, lo perderíamos, habríamos construido un ídolo del tamaño de nuestra mente. Es muy posible que Jacob, después de aquel encuentro con el mensajero divino, supiera en un sentido tanto acerca de Dios como antes, pero ahora lo conocía en otra dimensión, no teológica, sino personal; y ese conocimiento llenó su alma, transformó su corazón, y recién entonces pudo hacer frente a su hermano y a la posibilidad de una vida en paz. Había sido tocado por la mano del Señor; ese es en realidad el objetivo perseguido en este estudio.

      Capítulo 3

      Controversias cristológicas

      El Nuevo Testamento contiene ciertas afirmaciones cristológicas básicas, pero hay muy poca discusión en cuanto a su significado. Afirma, por ejemplo, que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo; que su madre era una virgen. Además, nos dice que el niño que nació de María era en realidad Emanuel, Dios con nosotros; era Dios y era hombre, que nació sin pecado, como fue dicho en el anuncio del ángel: “El Santo Ser que nacerá” (Luc. 1:35). Vivió unos treinta años en relación diaria con sus semejantes. Su misión fue redentora: él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Luc. 19:10). Vivió haciendo el bien. Fue crucificado. Resucitó de los muertos. Ascendió a los cielos, de donde volverá a juzgar a los vivos y a los muertos.

      Los escritores del Nuevo Testamento se preocuparon más por enfatizar quién era Jesús que en explicar qué era; ellos habían sido testigos de su misión entre los hombres, por lo que escribieron primordialmente como testigos. El Nuevo Testamento no discute en ningún detalle la relación entre las dos naturalezas de Jesús. La necesidad de elaborar sobre las afirmaciones bíblicas no se hizo sentir al principio. Los apóstoles escribieron como testigos de los eventos que registraron, ya que habían convivido con Jesús durante varios años. Pedro escribió: “Como quienes han visto su majestad con sus propios ojos” (2 Ped. 1:16). El discípulo amado agregó: “Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos referente al Verbo de vida” (Juan 1:1).

      Tan pronto como el evangelio traspuso las fronteras del judaísmo y entró en contacto con la mentalidad griega, que es más analítica, se hizo necesario dar explicaciones más detalladas en cuanto a la identidad de Jesús, qué era. El apóstol Pablo señala la diferencia entre las dos culturas cuando dice: “Los judíos piden señales, y los griegos van tras la sabiduría” (1 Cor. 1:22). Los intentos de explicar las afirmaciones bíblicas en este nuevo ambiente dieron origen a lo que conocemos como las controversias cristológicas, que se extendieron hasta mediados del siglo V.

      Controversias cristológicas

      Las controversias cristológicas de los primeros siglos pasaron por tres momentos definitorios. En primer lugar, fue necesario resolver el problema relacionado con la Trinidad. Si Jesús era Dios, ¿cómo evitar caer en el politeísmo? Se resolvió, después de mucho estudio, que las tres Personas participan de la misma esencia, pero desempeñan distintas funciones. En segundo lugar, había que aclarar también la humanidad de Jesús. ¿Era realmente humano? Se resolvió que sí lo era, era verdadero hombre. Finalmente, siendo que Jesús era divino y humano, ¿qué relación existía entre