Название | Apocalipsis |
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Автор произведения | Mervyn Maxwell |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877019780 |
Familiarizarnos con la organización básica del Apocalipsis nos tomará una docena de páginas, pero el esfuerzo de leerlas le resultará sumamente provechoso. En menos de quince minutos podremos percibir fácilmente un esquema inteligentemente simétrico, que muestra orden donde aparentemente hay confusión. Al hacerlo, vamos a obtener, posiblemente, una de las llaves más valiosas para abrir el significado del libro. Y como premio, vamos a comenzar a descubrir la respuesta a la tan repetida pregunta: “¿Cuánto del Apocalipsis debe cumplirse todavía?”
Con tantas recompensas por delante, dediquemos un momento a meditar en la forma en que está organizado el Apocalipsis.
Los profetas como poetas. Seguramente, usted recuerda que cuando estudiábamos Daniel 9:24 al 27 vimos que los profetas del Antiguo Testamento a menudo eran poetas. (Si no lo recuerda, lea de nuevo el tomo 1 de esta obra, páginas 201 a 208.) Escribían poesía en su propio estilo literario, por supuesto, no en el nuestro. Recurrían a paralelismos y contrastes, a acrósticos, quiasmos (estructuras literarias en forma de x) y juegos de palabras. A veces, presentaban su argumento recurriendo al uso de un número exacto de palabras. En Daniel 9:24 vimos que tres frases de dos palabras estaban vinculadas significativamente con tres frases de tres palabras. Descubrimos que si conocíamos la estructura literaria de ciertos pasajes, podíamos entender muchísimo mejor esos textos difíciles.
No debería sorprendernos que los profetas fueran poetas. La poesía es más difícil de escribir que la prosa; pero cuando está bien escrita, es más atractiva. Los profetas, impresionados con la importancia de su mensaje, trabajaban mucho para expresarlo bien. Además, Dios, quien les inspiraba el mensaje, los ayudaba a comunicarlo también. No se olvide de que en Pentecostés Dios dio a Juan el don de lenguas. (Véase Hechos 1:12 al 14 y 2:1 al4.) No nos admiremos, entonces, de que pudiera expresarse tan bien.
El Apocalipsis no es poesía en el sentido que lo es la de Rubén Darío o Pablo Neruda. Lo es, más bien, en el sentido de la arenga de Arturo Prat en los últimos momentos de su vida, sobre la cubierta de “La esmeralda”, o la del Dr. Martin Luther King, cuando dijo: “Yo tengo un sueño”, con lo que dio ímpetu al movimiento en favor de los derechos humanos en los Estados Unidos. Es arte literario. Es elocuencia con formas determinadas. Es inspiración expresada con orden y elegancia.
Los números como motivos. Cualquiera que lea el Apocalipsis, aunque sea por primera vez, nota cómo vez tras vez se repite el número siete. Hay siete iglesias, siete ángeles, siete sellos, siete trompetas, siete plagas, y varios otros sietes; incluso algunos que están escondidos, y no numerados. Usted y los miembros de su familia pueden hacer su propia lista. Podrían comenzar con los más obvios, para seguir después con los menos evidentes.
Los tres, los cuatros y los doces también desempeñan un papel artístico en el Apocalipsis. Los sellos y las trompetas están divididos en grupos de tres y de cuatro. (Véase los capítulos 6 al 11.) Tres multiplicado por cuatro, nos lleva a las doce puertas de la Nueva Jerusalén. (Véase el capítulo 21.) Las doce tribus, multiplicadas por 12 mil, nos dan los 144 mil del capítulo 7.
Al avanzar, consideraremos la belleza interna de cada pasaje y de cada himno, y la exactitud de los dramáticos símbolos del libro. Pero tal vez la evidencia más persuasiva de la calidad literaria del Apocalipsis sea el hecho de que, en conjunto, esté organizado como un quiasmo.
El Apocalipsis como un quiasmo.28 Un quiasmo es una doble lista de asuntos relacionados, en el cual el orden de la segunda lista se opone al orden de la primera. Todos sabemos que el antiguo baile de la cuadrilla consiste en que los hombres y las mujeres evolucionan en cierto momento en direcciones opuestas. Esos “quiasmos bailables” todavía son entretenidos. En los tiempos bíblicos, los quiasmos literarios eran muy populares y muy admirados.
Si dividimos el Apocalipsis al final del capítulo 14 en dos mitades, y si partimos cada mitad en varias divisiones, descubrimos que las divisiones de cada mitad se pueden ordenar en pares que, como las parejas de la cuadrilla, están relacionadas entre sí pero, a la vez, son diferentes y avanzan en sentido contrario. (Véase el diagrama de las páginas 62 y 63.)
La manera más fácil de conocer el quiasmo del Apocalipsis consiste en comenzar con la introducción del libro, el prólogo y la conclusión, o epílogo. Al compararlos, va a descubrir fácilmente varias notables semejanzas en las frases y las oraciones que aparecen en ambos.
Las semejanzas no son exactamente precisas. Por ejemplo, hay una advertencia en el epílogo que no se encuentra en el prólogo; y la promesa de Jesús de regresar aparece dos veces en el epílogo, pero solo una vez en el prólogo. Estamos tratando con semejanzas literarias, no mecánicas. Los grandes escritores tienen un método, pero nunca es más importante que el mensaje.
Muchos comentaristas han tomado nota de la íntima relación que existe entre la primera división después de la introducción, y la última división antes de la conclusión. La primera división contiene las cartas a las siete iglesias (1:10-3:22), y la última división describe la Nueva Jerusalén (21:9-22:9). Dé una mirada a ambas. En la primera, usted verá a la iglesia de Dios dispersa en siete ciudades simbólicas, severamente tentada y perseguida. En la última división, descubrirá a la iglesia reunida en una sola ciudad, la gloriosa Nueva Jerusalén. En la primera división, la iglesia está en guerra con el pecado en este mundo. En la división final, vive en medio de paz y bondad, junto a Dios, en la futura Tierra Nueva. Además, en el prólogo y en el epílogo aparecen frases y sentencias notablemente similares en las dos divisiones. Entre ellas, hay referencias al árbol de la vida, a una puerta abierta (y a portales que nunca se cierran), y a la Nueva Jerusalén que desciende del cielo.
De paso, no se preocupe si nuestras “divisiones” no concuerdan con los capítulos; no fue Juan quien dividió el Apocalipsis en capítulos. No aparecieron en su forma actual, sino más de mil años después de la muerte de Juan. La división del Apocalipsis en capítulos, aunque útil en cierto modo, no es inspirada. (Vea Respuestas a sus preguntas, páginas 66 y 67.)
La siguiente división después de la de las siete iglesias es la de los siete sellos (cap. 4:1- 8:1). Si retrocedemos a partir de la división relativa a la Nueva Jerusalén, llegamos al milenio y a los acontecimientos que tienen que ver con él (19:11-21:8). Estudie especialmente 6:9 y 10 en los siete sellos. Allí escuchará a las almas de los mártires perseguidos, que claman a Dios para que juzgue a sus enemigos. Durante el milenio, los mártires, ya resucitados de entre los muertos, están sentados sobre tronos, y son designados por Dios (20:4) para juzgar a sus enemigos. Estas dos divisiones comienzan con una referencia a la apertura del cielo. En ambas, sobresale un jinete que monta en un caballo blanco. Y en ambas divisiones, reyes, militares y gente de toda clase piden que se les dé muerte o la reciben realmente en ocasión de la Segunda Venida.
Al acercarnos a la mitad del libro encontramos, tal vez, el caso más notable de parejas de quiasmos. Las siete trompetas (8:2-11:18) y las siete últimas plagas (15:1-16:21) son, en cierto modo, muy diferentes. Difieren especialmente en intensidad, puesto que las plagas son mucho peores que las trompetas. Pero examínelas un poco más de cerca. Va a descubrir que las cinco primeras trompetas y las cinco primeras plagas afectan principalmente a los mismos objetivos y en el mismo orden: tierra, mar, ríos, cuerpos celestes y ¡el río Éufrates! Las siete trompetas representan tremendos castigos enviados para amonestar a los impíos, con el fin de que cambien de conducta. Las siete últimas plagas son castigos sumamente graves, enviados para castigar a los impíos después de que decidieron no cambiar de conducta.