El Jardín que no supimos cultivar. Javier Hernan Rivera Novoa

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Название El Jardín que no supimos cultivar
Автор произведения Javier Hernan Rivera Novoa
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9786124843884



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con todos, antes que presenciar aquellos ojos de desilusión y terror. Antes de escuchar aquellos gritos desgarradores que manifestaban ira y dolor, el profundo dolor causado por su traición.

      Era imposible arrancar de su alma esa mirada triste, la misma que antes de desvanecerse confió en él. Se hizo difícil acallar en su cerebro, las palabras que retumbando con eco inquirían un “por qué”. Aún de rodillas, con esfuerzo, levantó la cabeza. Decidido, abrió los ojos, estaban empapados. Súbitamente, el rostro melancólico de Pablo, así como su quebradiza voz, se diluyeron de su mente. Jorge, se encontró en la misma posición, pero de madrugada, sobre una cama de hotel. Aún adormecido, observó a su alrededor e intentó sonreír, era la tercera noche consecutiva que ese sueño tan vívido y triste, acosaba su conciencia sin piedad. Una vez más, dedujo que su recurrencia obedecía sin duda, a que ya se había cumplido el día, esa fecha tan especial.

      Quedó nuevamente dormido y de pronto se encontró en la calle, necesitaba respirar. Entre las paredes del hotel su ser se ahogaba. No logró, sin embargo, liberarse del fastidio, el sol intenso se ensañaba cruelmente con la ciudad de Piura y lo envolvió de inmediato en un abrazo pegajoso. Caminó por la avenida principal soportando la inclemencia climática, llevaba muchos días allí y no lograba adecuarse.

      Mientras recorría a pie la ciudad, Jorge no pudo expulsar de su cabeza un tema reiterativo... la cita con los emerretistas. Habían transcurrido cuarenta y ocho horas del veintitrés de setiembre, el día pactado, y era consciente que, no había acudido ningún representante de la empresa. Se angustió, imaginándose una y otra vez, la reacción de Pablo, su decepción al comprobar su mentira.

      Caminó como autómata, sus pasos iban por un lado y sus pensamientos por otro. De pronto, algo insólito, imposible. Súbitamente, tan lejos de su entorno, se interpuso en su camino, la figura de Estela. La contempló inmóvil, mudo; era todo tan vívido. Su cuerpo, su rostro, sus ojos, de los que se desprendía un brillo de dulzura y reproche. Sobreponiéndose a la agitación de su corazón y asimilando por fin tan incoherente realidad, Jorge alcanzó a balbucear.

       ¿Qué? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo supiste que estábamos...?

       Sabemos más de lo que crees -Interrumpió con firmeza, su expresión dura, lo trasladó mentalmente al campamento- Ustedes nos subestiman... tengo que hablar contigo. -Agregó.

       ¿Qué pasa? -Consultó Jorge, con expresión no confiable.

       ¡Sabes que no han acudido a la cita! -Dijo Estela, tajante.

       No, no sabía. -Mintió por instinto.

       Lo saben todos ustedes, por eso es que están acá... le mentiste al Pablo, le dijiste que los morocos no sabían.

       Bueno, en verdad no fue así...yo sólo le dije que... es que...

      Fue todo lo que alcanzó a expresar, el escenario cambió abruptamente y se encontró de pronto envuelto en una tenue luz. Intentó volver en sí, sin tener en claro cómo había llegado allí. Observó sorprendido que, se encontraba desnudo, miró luego el ambiente que le rodeaba; estaba sentado sobre una cama. Frente a él y de pie, una sombra, una armoniosa silueta, se trataba nuevamente de Estela. “¿Qué hago aquí?” Pensó. Sometió a su cerebro a esforzarse, una y otra vez, intentando recordar, pero la búsqueda fue infructuosa. Transpiró, se debilitó en el desesperado esfuerzo… se rindió.

      Estela, lo observó fijamente desde su posición. Superando la penumbra, Jorge alcanzó a percibir en su rostro mensajes de resentimiento, dureza e ira. Sin embargo, la mujer no pronunció palabra. Caminó pocos pasos hacia él, y, sutilmente, empezó a desprenderse de su ropa. “¿Qué hacemos acá? ¿Qué estás haciendo?”. Preguntó Jorge desconcertado.

      “¿No es esto lo que querías?”. Le dijo Estela con tono irónico mientras poco a poco dejaba sus pechos en libertad. “¿No era esto lo que buscabas en el campamento?”.

      “Sí... pero por favor, ahora no, es que Pablo... ¡Ya vístete!”. Le ordenó sintiéndose incapaz de cesar de mirar la sutil anatomía que Estela dejaba poco a poco al descubierto. Se libró en él, tremenda lucha interior. El llamado a la lealtad, la consecuencia con una “casi amistad”, intentaba denodadamente vencer la poderosa necesidad de mirar, de oler, de rozar, esa ilusoria tentación.

      “¿Te preocupa el Pablo? ¿Desde cuándo? Si en el campamento me mirabas todo el tiempo sin que él te importe... ahora ya no tienes que imaginarlo” Insistió la terrorista en el instante que se deshizo de la última prenda interior, regalándole a quien fuera su cautivo, un panorama nunca antes visto.

      “¡Estela por favor!” Muy nervioso, tembló como niño acosado. El estremecimiento, fue incrementándose con la aproximación de la mujer. Cerró los ojos para ocultar la visión, intentando bloquear cualquier morbosa recreación, con la mujer del amigo que nunca fue. Resultó peor; en la penumbra emergieron súbitamente aquellas imágenes violentas que acosaban sus sueños, tan sangrientas, tan tristes. Vivió una vez más los instantes de horror, observó a cientos de personas huyendo sin rumbo fijo, intentando escapar sin éxito de los proyectiles que caían del cielo. No podía respirar al observar en Pablo, aquella mirada sin consuelo, segundos previos a su muerte.

      Las terribles imágenes duraron pocos segundos, el peso de Estela sobre él, lo regresó a la cama, en un instante. Confirmó entonces, las irrechazables intenciones de la mujer. Reparó súbitamente, que seguía protagonizando un sueño, de manera instintiva fue consciente de esa realidad. Sin embargo, aún en esa dimensión, sabía que arrojaría al mar todo lo cosechado, si era sometido por la tentación. Mas sucumbió, fue incapaz de retirarse con decisión. Atinó tan solo a quedarse inmóvil, a dejarse llevar inerte, vencido. Sintió con amargura su fragilidad interior; supo entonces que la batalla estaba perdida. Sobre la cama, comprobó con pesar, lo factible que es para el hombre, alejarse del jardín.

      CAPITULO II

      VIBRANDO CON LA NATURALEZA

      Corría como loca para llegar a tiempo, trepaba la montaña con rapidez, adelantándose a sus compañeros. Algunos la miraban avanzar agitada, en el momento que pasaba a toda prisa por su lado, sin guardar el orden; luego, comentaban algo entre ellos, sonriendo. Sabían perfectamente su apuro, entendían que esta vez la operación había demorado más de la cuenta y no llegaría a tiempo. Al parecer, el sol estaba más apurado que ella y decidió ocultarse hasta la mañana siguiente.

      Cuando Estela llegó al campamento, ya había oscurecido; sin embargo, y a pesar que el astro había decidido no esperarla, ella acudió a la cita. Estaba segura que Pablo no le iba a fallar. Cruzó corriendo el área destinada a la formación y entró a la humilde casa invadida, alcanzó el segundo piso. Desde el patio, le pareció extraño no verlo donde acostumbraba estar, allí parado en el balcón. Una vez arriba, confirmó que efectivamente, Pablo no estaba. Con la ilusión de encontrarlo en el interior, se abrió paso entre las sabanas que aún se encontraban en el cordel, a pocos metros del balcón, pero fue en vano, no había nadie.

      Bajó de inmediato. “Qué raro, el Pablo me hubiera esperado” pensó. Cuando regresó al patio se le acercó Fermín. “Por gusto le buscas al Pablo, Estelita”. Le dijo sonriendo con acento selvático y español mal hablado, tal como se expresan en esa zona. “¿Lo has visto? ¿Dónde está?” Preguntó Estela ansiosa. “El Teófilo, lo mandó hace como una hora para abajo con los tres nuevos. Creo que para que averigüe si están llegando nuevos morocos. O por gusto creo lo ha mandado, el Teo está de mal humor” Agregó esperando intimidarla.

      “¡Qué mierda el Teo! ¡Sabía que ahora nos encontrábamos! ¡Segurito ha esperado que se acerque la hora de mi regreso para mandarlo! ¡Si Pablo nunca sale de acá! ¡Lo ha podido mandar al Jacinto! ¡Qué jodido ese serrano!” Comentó la mujer con ira y resignación.

      Fermín, la observó con brillo en la mirada y afirmó. “Sí, lo ha hecho por fastidiar, pero el Jacinto en verdad venía del otro operativo, estaba cansado, por eso creo lo ha mandado al Pablo. Además, como ustedes se encuentran todos los días. Pero no le vayas a decir nada al Teófilo,