Escuadrón 7. Denis Cruz

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Название Escuadrón 7
Автор произведения Denis Cruz
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877983456



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por la puerta.

      –Por favor, entra y acomódate –sonrió la profesora.

      La niña dio los primeros pasos dentro del aula. Miró hacia atrás por un momento, hacia la puerta que se cerraba.

      Los alumnos miraron a la niña de rostro bonito. En aquel instante, sus cachetes estaban colorados. Y, claro, ellos vieron su mano derecha.

      Como no había lugares libres al frente, ella caminó hasta el fondo y se espantó por el lío. A la izquierda, casi se tropezó con los objetos de un muchacho que estaban desparramados por el piso. Por las facciones del niño, Bea notó que era portador de síndrome de Down.

      A la derecha, otro alumno ocupaba el fondo. De cabellos enredados, cara enojada y mirada arrogante, nadie se aventuraba a acercarse a él.

      Bea finalmente encontró un asiento libre en la fila del medio y se sentó allí.

      –¿Cuál es tu nombre? –preguntó la profesora, que vestía un guardapolvo blanco arrugado y tenía el cabello desacomodado en la frente.

      –Beatriz –respondió ella tímidamente.

      –Yo me llamo Joana. Soy profesora de Ciencias Naturales –se presentó con aires de quien estaba tan solo cumpliendo con el protocolo–. Ven al frente, Beatriz, para que todos puedan conocerte mejor.

      Era justo lo que Bea no quería. Ella se levantó y nuevamente fue el blanco de todas las miradas, interesados en escuchar su presentación. Desde el frente, ella dijo avergonzada:

      –Hola. Mi nombre es Beatriz, pero mis amigos me llaman Bea. Soy nueva en la ciudad y en la escuela. Y, antes de que alguien me pregunte, mi mano derecha es así por una malformación, pero me las arreglo muy bien –dijo, levantando la mano con un único dedo.

      –¡Hunde-torta! –dijo algún alumno en medio de muchos.

      Todo el costado derecho del aula estalló en risas.

      –¡Paren ya con eso! –reprendió la profesora Joana mientras Bea sentía que toda su sangre subía hacia su rostro.

      Poco a poco las risas fueron bajando. En mis primeros minutos en el aula ya soy blanco de burlas y tengo un apodo nuevo, pensó la niña, volviendo a su lugar.

      A la mitad del camino, un muchacho de cabellos puntiagudos y anteojos con lentes extremadamente gruesos estiró el brazo, y le entregó tres hojas y un bolígrafo. El gesto fue tan rápido que Bea llegó a encogerse, pensando que sería agredida. No era eso. El niño tan solo le ofrecía material para anotar el contenido de las clases.

      –Si necesitas más, puedes pedirme –dijo el niño de anteojos.

      Y no sonrió. Parecía un científico dando órdenes a sus asistentes.

      Juegos

      A Bea le pareció desordenada la clase de Ciencias Naturales. Había mucho ruido, porque la muchachada charlaba todo el tiempo. La profesora simplemente escribió un montón de cosas en el pizarrón y ordenó que la clase leyera un capítulo del libro.

      Cuando sonó el timbre, ella salió rápidamente, dejando atrás el pizarrón todo escrito.

      Pocos minutos después, entró otra profesora. Esa tenía el guardapolvo impecable; hasta parecía estar almidonado. Tenía el cabello corto y bien peinado. Ni bien puso el material en el escritorio, dio el borrador a uno de los alumnos y se fue al fondo.

      –Por favor, Fabio, quita esos objetos del piso y siéntate en tu silla –dijo ella ayudando al alumno, que requería atención especial.

      El niño le devolvió una dulce sonrisa y obedeció.

      –¿Alumna nueva? –preguntó ella girándose hacia Bea, que respondió afirmativamente con la cabeza–. ¿Ya fuiste presentada al aula?

      La niña repitió el mismo gesto.

      –Mi nombre es Virginia y enseño Matemáticas –dijo la profesora, agachándose a la altura de los oídos de la nueva alumna y tomando la mano derecha de Bea.

      Después, preguntó con ternura:

      –¿Necesitas alguna ayuda especial o te las arreglas bien?

      –Me las arreglo bien –respondió Bea, brindando una sonrisa.

      –Terminé, profesora –dijo Fabio con su habla característica.

      –¡Miren! –exclamó la profesora Virginia–. ¡Quedó excelente! Merece un beso –y besó al niño en la mejilla.

      Después, le entregó tres hojas que tenían formas geométricas y números, todo relacionado con la materia que estaba dando a los demás, pero de una manera más accesible al entendimiento del muchacho.

      En su ronda por el fondo del aula, la profesora Virginia pasó al lado del muchacho de rostro enojado de la derecha y quitó sus pies de la mesa. Cuchicheó algo en su oído, y él se arregló, y puso una cara aún más fea.

      Con el paso de los minutos, Bea descubrió algo que le parecía imposible que existiera: las clases de Matemáticas pueden ser agradables. Pasó tan rápido que ella ni siquiera notó cuándo sonó el timbre del recreo.

      La niña salió del aula y, después de enfrentar el tumulto en la fila de la cantina, se sentó solita, con jugo y galletitas, en uno de los bancos del patio.

      Mientras comía, el muchacho que le había dado las hojas para anotar apuntes se paró frente a ella y le preguntó:

      –Eres la niña nueva, ¿verdad?

      A Bea, la pregunta le parecía un poco tonta, pero ella notó que el niño estaba sin anteojos y forzaba sus ojos para reconocerla.

      –Sí, soy yo –respondió ella.

      –Yo me llamó Joaquín –dijo, extendiendo la mano para saludarla–. ¿Puedo sentarme aquí?

      Ella asintió, y ellos charlaron un rato hasta que terminaron de comer. Entonces, se levantaron y Bea preguntó:

      –¿Dónde están tus anteojos?

      –Con ellos –respondió señalando hacia un grupo de niños–. Marcos hace esos juegos desagradables en el recreo. Yo no veo prácticamente nada sin anteojos –dijo dándose vuelta hacia la nueva amiga, con ojos pequeños y casi cerrados–. Tengo ocho grados.

      –¿Ocho? Estás jugando, ¿no?

      –¡En serio! Nací casi ciego, pero pasé por algunas cirugías. Cuando sea mayor, podré pasar por otras y usar lentes de contacto.

      –¡Genial!

      –¿Qué es genial? ¿Nacer ciego, pasar por cirugías, usar anteojos o usar lentes de contacto?

      –Fue la fuerza de la expresión –sonrió Bea–. Es genial que tengas la expectativa de poder ver mejor.

      –Ah, eso sí –dijo el muchacho correspondiendo a la sonrisa–. Ya usé anteojos de quince grados. Deberías haber visto lo gruesos que eran.

      Era difícil imaginarse lentes superiores a los que ella había visto en el rostro de Joaquín en la clase, pero Bea asintió sonriente, preguntándose si el muchacho podía ver la expresión de su rostro.

      –Y ¿por qué ellos hacen ese juego tonto contigo? –preguntó ella, mirando a los muchachos que estaban enfrente.

      –Porque son unos tontos. Ellos se creen lo máximo y les gusta molestar e incluso lastimar a las personas más débiles. Les ponen apodos a todos. Ellos me dicen “Cíclope”, porque no puedo estar sin mis anteojos. La suerte de ellos es que no