Dios y el ángel rebelde. Sally Pierson Dillon

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Название Dios y el ángel rebelde
Автор произведения Sally Pierson Dillon
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9789877983302



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–continuó–, porque seguían las enseñanzas de un hombre llamado Pedro Valdo. Los valdenses eran perseguidos por otros cristianos, así que se fueron a vivir a las montañas, bien arriba de los Alpes. No obstante, no solo se escondían en las montañas; eran personas muy ocupadas. Estuvieron entre los primeros de Europa en tener las Escrituras traducidas en su propio idioma. Se autodenominaban la “Iglesia del desierto”.

      –Fantástico –Miguel estaba entusiasmado–, ¡finalmente algunas Biblias! Ahora la gente podía estudiar y ver lo que realmente era verdad.

      –Sí –afirmó la mamá–, el estudio de la Biblia era importante para los valdenses. Ellos ayudaban a sus hijos a memorizar largas porciones del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Muchos niños memorizaban libros enteros, como Mateo y Juan, y algunos de los libros escritos por el apóstol Pablo. Cuando eran suficientemente grandes, copiaban porciones de la Biblia, para compartir con otros.

      “Los valdenses tradujeron la Biblia al idioma local, para que la gente pudiera leerla y entenderla. A los dirigentes religiosos no les gustaba que la gente tuviese Biblias y pudieran estudiarlas por su cuenta. El hecho de poder estudiar la Biblia por sí mismos llevaba a que hicieran preguntas y que a veces discreparan con las enseñanzas de los dirigentes. Así que, los niños valdenses tenían que esconder sus porciones de la Escritura. Además, tenían que aprender a ser muy cuidadosos con lo que decían y a quién se lo decían.

      “Estas familias cultivaban las laderas de las montañas. Sembraban verduras y criaban ovejas. Hacían cosas con la lana de las ovejas y fabricaban queso con su leche. Algunas de estas cosas las vendían en las aldeas. Mientras iban de casa en casa vendiendo sus mercancías, podían hablar de la Biblia con la gente interesada. Entre su ropa, llevaban algunos papeles en los que habían escrito parte de la Biblia. De hecho, las mujeres cosían dobladillos anchos y bolsillos secretos en la ropa, a fin de tener lugar para esconder porciones de la Biblia. Los valdenses salían de dos en dos, ya fuesen comerciantes o estudiantes. Esparcían la Palabra de Dios como hongos, y de este modo las verdaderas enseñanzas de la Biblia se abrían paso a través de todo un pueblo o una escuela, aunque los líderes religiosos no podían sacar en claro de dónde venían”.

      –Mmm –dijo Miguel–, realmente estoy contento de no ser un niño valdense; ¡tendría que memorizar demasiados textos bíblicos!

      La mamá se rió.

      –En realidad, memorizar porciones de la Biblia es una muy buena idea. Ayuda a ejercitar tu mente y quizá no siempre tengas tu Biblia a mano. Llegará el tiempo en que estarás muy contento de haber aprendido de memoria los ver­sícu­los de la Escuela Sabática, y otros pasajes bíblicos también.

      –Supongo que sí.

      –Y, piensa en esto –agregó la mamá–. ¿Cómo sería si tú y tu hermano fuesen los únicos de tu escuela con una Biblia?

      –Estaríamos muy solos y tristes –respondió Miguel.

      –Tal vez –coincidió la mamá–, pero Dios usó a niños como tú y Doni para cambiar escuelas enteras. Y, si se lo permites, él puede usarte para trabajos importantes también. Hoy, Dios necesita niños como tú, así como durante la época de los valdenses.

      –Nunca lo había pensado de ese modo –reconoció Miguel–. Siempre me imaginé que Dios tenía a todos los adultos que necesitaba y que no me necesitaría hasta más adelante.

      –Eso no es cierto –dijo la mamá–. Dios te necesita ahora.

      Miguel esbozó una amplia sonrisa.

      –¡Esa es una buena noticia! De todos modos, yo no quería esperar a ser grande.

      Juan ­Wiclef­

      Al día siguiente, mientras Miguel y su mamá estaban lavando los platos, ella continuó la historia.

      –En Inglaterra, Dios utilizó a un hombre llamado Juan ­Wiclef­ para una tarea especial. ­Wiclef­ vivió durante el tiempo en que Eduardo III era rey de Inglaterra, hace unos 650 años. Se había educado en la universidad de Inglaterra y siempre había sido un importante estudioso de la Biblia. Más adelante fue el capellán del rey de Inglaterra.

      –¿O sea, como el pastor personal del rey? –preguntó Miguel.

      –Sí –respondió la madre–. Juan ­Wiclef­ estaba preocupado por varias cosas que pensaba que andaban mal en la iglesia en ese entonces. El rey tenía que pagar impuestos al papa, que era la cabeza de la iglesia cristiana. Juan ­Wiclef­ pensaba que él no debía hacer eso. ­Wiclef­ también observó que algunos líderes religiosos eran haraganes. Estaban todo el tiempo sacándole dinero a la gente, pero no trabajaban para ganarse la vida ni tampoco ayudaban a la gente que les daba dinero. ­Wiclef­ los llamó codiciosos. Dijo que no era justo que se enriquecieran mientras que los enfermos y los pobres no tenían nada. Si Jesús era su ejemplo, entonces debían ayudar a la gente, no quitarles el dinero.

      –Apuesto que a los dirigentes religiosos no les gustaba para nada Juan ­Wiclef­.

      –Tienes toda la razón –confirmó la mamá–. Se pusieron felices cuando el rey lo envió como embajador a los Países Bajos.

      –¿Eso es Holanda? –Miguel quería asegurarse.

      –Sí. ­Wiclef­ estuvo en Holanda por dos años. Pero, después de dos años, regresó. Pronto los dirigentes religiosos trataron de llevarlo a los tribunales por herejía.

      –¿Qué es herejía? –preguntó Miguel.

      –Herejía es creer y enseñar cosas que son diferentes de lo que enseña y cree la iglesia –explicó la mamá–. Aunque los dirigentes religiosos querían condenar a ­Wiclef­ y matarlo, él contaba en Inglaterra con el apoyo de dos príncipes y de mucha gente. Los jueces tenían miedo de condenarlo, así que lo soltaron. ­Wiclef­ organizó a unos cuantos misioneros y los envió por toda Inglaterra para que enseñaran acerca de Jesús. En Oxford, donde está la Universidad de Oxford, ­Wiclef­ era conocido como el “doctor evangélico”. Enseñó allí durante muchos años.

      “Una vez se enfermó de gravedad por trabajar y estudiar mucho. Los dirigentes religiosos estaban ilusionados. Fueron y le dijeron que se estaba muriendo. Le preguntaron si ahora quería admitir que estaba equivocado en lo que creía y enseñaba. Él respondió: ‘No voy a morir, sino que viviré’. Todavía tenía una obra que hacer para Dios. Y de verdad vivió. Se mejoró, para sorpresa de muchos.

      “Dios le preservó la vida a Juan ­Wiclef­ porque tenía otro trabajo especial para él. ¿Recuerdas, Miguel, que hablamos de que la gente común de aquel entonces no tenía Biblias para leer? Las pocas Biblias que existían estaban en latín”.

      Miguel interrumpió:

      –La gente de Inglaterra ¿hablaba latín?

      –Solo las personas cultas. En toda Europa, la gente culta aprendía latín para poder conversar entre ellas y estudiar los mismos libros.

      –¡Perfecto! –expresó Miguel.

      –Las Biblias eran escritas a mano –continuó la mamá–, porque en ese entonces todavía no se había inventado la imprenta en Europa. Y estaban encadenadas a los muros o a los escritorios de las iglesias, porque eran muy valiosas.

      “Juan ­Wiclef­ preparó la primera traducción de la Biblia al inglés. Tuvo que ser escrita a mano también, así que les pidió a varias otras personas que hicieran más copias escritas a mano. Esto era muy lento y caro. Las Escrituras manuscritas eran difíciles de conseguir, así que las dividían en pequeñas partes y se las pasaban a varias familias. Juan ­Wiclef­ quería que cada familia de Inglaterra tuviese la Biblia en inglés, para que pudieran aprender que la salvación era solo a través de Cristo.

      “Tres veces los dirigentes religiosos trataron de enjuiciar a Juan ­Wiclef­ por herejía. Y las tres veces fueron incapaces de lograrlo. Finalmente, Juan