Libia y Túnez. Mónica Flórez Cáceres

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Название Libia y Túnez
Автор произведения Mónica Flórez Cáceres
Жанр Социология
Серия Ciencias políticas
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789587846218



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poderes absolutistas.

      Sin ánimo de ser determinista, podría decirse que en un hilo histórico se encuentran formas que han explicado la manera en la que los africanos, incluidos tunecinos y libios, han dado valor y orden a sus estructuras políticas y sociales. En un inicio se tienen formaciones tribales independientes, luego se da el aglutinamiento de estas bajo imperios, posteriormente se llega a la época colonial3 en la que Túnez queda bajo control francés y Libia bajo control italiano y, después, a mediados del siglo XX, se dan procesos de descolonización que no significaron necesariamente la emancipación de los pueblos, sino la entrega de los cetros y las coronas a familias u oligarquías que podrían representar para los excolonizadores una manera de seguir ligados con sus antiguos territorios.

      Por supuesto, en aquellas formaciones mencionadas no se vislumbra ni el más mínimo atisbo sobre la posibilidad de estructurar un Estado con las condiciones que determina el de derecho, pues la posibilidad de compartir el poder, legitimar derechos y tener un sistema de pesos y contrapesos no conviene a las cleptocracias que se han conformado en África y Medio Oriente, que en parte explica el hartazgo de la población y la explosión de las revoluciones (Anyang, 2009).

      Por tanto, se vuelve a la pregunta sobre qué determina la realidad, sobre todo aquellas más conflictivas o violentas, si el hecho material o la construcción que realizan los seres humanos desde sus interacciones y la intersubjetividad que suponen, pues “el constructivismo es una metodología radicalmente democrática y, a la vez, la democracia, como sistema político —y más aún como forma de vida— exige unos métodos y hasta una epistemología constructivista” (Rubio Carracedo, 1991, p. 57), en la medida en la que todos de alguna forma u otra participan en la construcción de su entorno:

      [Se presentará] una caracterización global de la metodología constructivista como aquel procedimiento que pretende la constitución de una objetividad normativa (esto es, constructa, no descriptiva) mediante la interacción lingüística y social de un grupo de discusión que delibera cooperativamente bajo condiciones selectas de competencia e imparcialidad en los interlocutores. (Rubio Carracedo, 1991, p. 65)

      José Rubio Carracedo (1991) indica precisamente cómo se interconectan hechos materiales y sociales para la construcción de un cuerpo normativo, pero suponiendo que sucede en condiciones de imparcialidad y objetividad. Por tanto, interesa analizar qué ocurre en esa construcción a partir de la interacción lingüística y social, cuando el contexto está enmarcado en la conflictividad y la polarización que constriñe la interacción, como en el contexto que se estudia en este trabajo. Para Wendt, primaría la necesidad de supervivencia de todos, “si se consideran dos individuos que no han tenido contactos previos y que quieren asegurar su supervivencia, no es posible asumir que los dos van a tener un comportamiento agresivo” (citado en Frasson-Quenoz, 2014, p. 95).

      En contraposición, Nicholas Onuf indica que es difícil saber exactamente qué busca cada actor en una interacción, pues si bien el discurso es la única herramienta de la que se vale el estudioso para calcular cuáles son los objetivos, de fondo no se sabrá la motivación real de una actuación, lo que podría añadir elementos válidos para entender el papel de los grupos terroristas, las colectividades políticas islámicas y seculares y las intervenciones extranjeras en Libia y Túnez: “Así, en la realidad social que la gente construye, lo que imagina posible y lo que la sociedad considera como permisible depende de la perspectiva ventajosa de cada uno, es decir, de la relación de cada uno con la práctica y no de la práctica en sí” (citado en Frasson-Quenoz, 2014, p. 97).

      En este sentido, cabe incluir perspectivas de la sociología del poder y la adaptación que hace Ferrán Izquierdo (2013) para interpretar las revueltas árabes y el escenario posrevolucionario. Así, en términos generales, lo que plantea Izquierdo es que existen naturalmente sociedades jerarquizadas en las que hay un gobierno y unos gobernados o, como lo menciona él: una élite y la población, y dentro de ellos y entre ellos hay dos tipos de relaciones.

      Por una parte, plantea que existen las relaciones circulares (infinitas) en las que los actores buscan acumular recursos de poder (económicos, políticos, ideológicos, coactivos, etc.) y mantienen a las élites en una posición privilegiada. Por otra, se dan las relaciones lineales, como aquellas que se estructuran cuando la población finalmente hace un proceso de concienciación sobre sus necesidades y se moviliza por ellas, y se da un reacomodamiento o una reestructuración de las élites tradicionales (Izquierdo, 2013).

      Tratando de conjugar los elementos constructivistas y de la sociología del poder, se indica que en el establecimiento de relaciones entre la élite y los gobernados, y dentro de cada subgrupo, se asignan valores, ideas y normatividades que dan forma a la manera en la que establece una línea conductual. En ese sentido, en el ámbito nacional, dentro de Túnez y Libia, como se verá en el repaso histórico, las relaciones circulares que mantienen en el poder a la élite responden precisamente al valor que le dan los actores a ese poder, por el que incluso están dispuestos a luchar una guerra civil, como en el caso de Gadafi, para mantenerse como el regente.

      Por su parte, las poblaciones hastiadas de esas administraciones ineficientes y cleptócratas les dan valor a sus necesidades insatisfechas, impulsando una conducta que los conduce a la movilización y la imposición de un nuevo orden o, al menos, un reacomodamiento de las élites. Sin embargo, como se dio en Túnez y Libia, al final no se dio un remplazo, sino un reacomodamiento, que no corresponde necesariamente con la satisfacción de los valores exaltados por la comunidad manifestante.

      Precisamente, Izquierdo (2013) indica que en las relaciones circulares se manifiesta de manera constante la competencia entre los actores para acumular recursos de poder y diferenciarse de sus pares. En ese sentido, lo que sucede en Libia, por ejemplo, es una competencia entre dos gobiernos cuyos miembros no son una nueva generación política, sino que son resultado de un reacomodamiento de fichas, que ha optado por una competencia sangrienta para posicionarse el uno sobre el otro.

      Ahora, en cuanto a las intervenciones internacionales, las de antaño para Túnez y las más recientes para Libia, ha habido una participación por parte de actores que en los ámbitos regional o internacional han rivalizado para acumular poder diferencial, aun cuando es diametralmente significativo para poder defenderse en un sistema anárquico4 e intentar marcar un orden que represente de forma taxativa la culminación de esos propósitos a los que estos actores les han asignado una carga de valor especial, como lo dirían los constructivistas.

      De hecho, Nicholas Onuf (citado en Frasson-Quenoz, 2014), un constructivista más radical, hace sus observaciones sobre el sistema internacional (que según él son adaptables al nivel de unidad y de individuo) e indica que el orden establecido en las esferas nacional e internacional es resultado de las interacciones sociales. Entonces, a nivel sistémico, como se venía hablando, las interacciones entre los gobiernos que han intervenido en Túnez y Libia buscan demarcar el futuro de estos países, pero algunos lo hacen desde el valor que les dan al orden interno de cada país y al régimen internacional, entendido como el conjunto de valores, principios y procedimientos. Así, otros lo hacen desde la perspectiva de sacar una ventaja en la competencia interna, para diferenciarse en la competencia externa, marcando áreas de influencia en detrimento de los objetivos del otro. No obstante, esto se examinará con detenimiento en los capítulos siguientes. Entonces, en términos generales se puede decir que la premisa básica del constructivismo es:

      Los seres humanos viven en un mundo que construyen, en el cual son protagonistas principales, que es producto de sus propias decisiones. Este mundo, en construcción permanente, es constituido por lo que los constructivistas llaman “agentes”. El mundo, para esta perspectiva, es socialmente construido; esto es, todo aquello que es inherente al mundo social de los individuos es elaborado por ellos mismos. El hecho de que son los hombres quienes construyen este mundo, torna a éste comprensible. (Sánchez, 2012, p. 118)

      A ello, la sociología del poder le sumaría que esas decisiones que dan forma a su mundo son resultado de los dos tipos de relaciones que se mencionaron y que permiten entender cómo los países, e incluso el sistema internacional, están conformados por dos “agentes”: élites y población, y lo que eventualmente puede suceder cuando se da una relación lineal y cómo interfiere en ello las relaciones circulares