La novedad del cine mexicano. Jorge Ayala Blanco

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Название La novedad del cine mexicano
Автор произведения Jorge Ayala Blanco
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786073004503



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alburero-espinosas sin autocensura de numerosas bandas y solistas (Quiero Club, Jessica Bulbo, Pascual Reyes, Emmanuel del Real Meme, Quique Rangel, Daniel Gutiérrez) haciéndole el caldo sangresudado a la música apenas funcional de Emilio Kauderer conjuntando punk / rock alternativo / indie / trip hop / dark guapachoso y lo que se junte esta semana, ahí está la colorida y monocroma fotografía estrictamente equilibrada de Alejandro Cantú, ahí están los virtuosísticos movimientos de cámara girando en torno a un solo conmovedor de Rita al parecer abandonada en medio del escenario en un recital, ahí está el delgadísimo-infantiloide cuerpecito desnudo de Rita extendiendo los brazos de la satisfacción garantizada mientras su recién desquintado monstruito dormita bajo las sábanas a su lado dentro del sugerente rigor de un top shot fijo, ahí están pues cien coqueterías de estilo e innovaciones reales que hormigueaban en cintas anteriores de un Magaña Vázquez cada vez menos autor total pero con mejor estilo en su literal e inesperada película-summa, una aseadamente sucia y veladamente rabiosa película que de otra manera habría sido una prédica insoportable, sin Paco de la Fuente sería mucho menos, y sin la esforzada maestría adquirida por Magaña Vázquez, también.

      La novedad incluyente diseña muy escasas salidas a un antro o a un mínimo escenario para recitales punk o pop, para prácticamente encerrarse entre las cuatro paredes de sótanos para ensayar o habitaciones de hotel y así poder concentrarse en las claustrofóbicas relaciones íntimas de Rita (inspirada traslación del personaje real de la malograda vocalista estrella Rita Guerrero de la banda Santa Sabina) primero como chava poseída en exclusiva por Lauro y luego como apapachadora activa e iniciadora erótica y afectiva (que no meramente genital) de El Alien, para lo cual serán indispensables tanto los apartes de la chava vuelta introductora-conductora de su propia experiencia vital como sus comentarios entre cínicos y sarcásticos en voz en off, tanto las bofetaditas juguetonas cual caricias apaches que intercambia con su novio normal como las bofetadas reactivas rabiosas o los antes impensables bofetones tajantes y furiosos que termina propinándole, tanto el impulso protector hacia El Alien a primera vista (“Nos permite ser más diversos”) como la cerebral estrategia de seducción desplegada por la chava utilizando como excitador para El Alien a una suculenta bailarina contorsionista de poste de table dance (Diana Hamm) antes de besarlo como insigne secreto tras la puerta, tanto la culpa reconocida cual falsa inocencia domesticada desde el inicio como la revelación de Rita con posibilidades mutantes que ni siquiera se huelen sus compañeros de agrupación, ya que Rita por su condición femenina heterodoxa vendría a ser el equivalente perfecto de El Alien, en especial por su estoicismo extremo y por las capacidades diferentes que asume al mismo nivel de los demás miembros de su banda, para acabar triunfante, al igual que El Alien, por encima de ellos, dentro de un film pre-musical, que viene a compartir una misma naturaleza-veta genérica estallada junto con la precoz madurez acústica del Somos Mari Pepa de Samuel Kishi Leopo (2013), la madurez paródica del Volando bajo de Beto Gómez (2014), la madurez chavorruca de Eddie Reynolds y Los Ángeles de Acero de Gustavo Moheno (2014) y la madurez medular de Una última y nos vamos de Noé Santillán-López (2015): una especie de comedia musical en potencia.

      La novedad incluyente convierte el inventado concepto de Esponsor del Ego en el núcleo de un verdadero ensayo literario y archirreflexivo, los esponsores del ego o la necesidad de indispensables acariciadores de la vanidad para sentirse muy-muy, los esponsores del ego como patrocinadores de la segurización momentánea o permanente, los esponsores del ego para sostenerse en pie y para continuar, los esponsores del ego desde el prólogo hasta la conclusión, los esponsores del ego que pueden ser el Alien apenas atisbado en el principio (“Nuestro esponsor del ego había llegado”) o una galana confirmadora del narcisista atractivo personal de Lauro o un galancete guapetón como sucedáneo sexual de emergencia para Rita, los esponsores del ego invocados de continuo, los esponsores del ego convertidos en dispositivo de arranque y motor y urgencia de llegar, los esponsores del ego que se requieren en el viaje de escalada de la pirámide de la celebridad pero también al llegar ibsenianamente a la cúspide de la que sólo queda desbarrancarse, los esponsores del ego que se diseminan para satisfacer los sueños TVconsumistas adolescentes de los años noventa, en síntesis esos esponsores del ego o muletas o vejigas para nadar que todos los seres reputados normales necesitan, salvo El Alien, y de ahí deriva su confesa y reconocida superioridad.

      Y la novedad incluyente cierra en apariencia su fábula narrativa exacto donde la comenzó, con Rita lamentando amargamente a cámara el momento en que cedió a los chantajistas clamores de Lauro para que le franqueara la entrada de su habitación y la descubriese en brazos del desamparado Alien pronto tundido a puñetazos abusivos sin poder defenderse (“Hasta hoy en día me pregunto por qué abrí esa puerta” / “Pero vamos a tu cuarto, ¿si?”), pero todavía falta la verdadera conclusión, agresiva y omniacogedora de la misma chava incluyente por excelencia ya transformada en un nuevo alien, un futuro tipo de ser humano genuinamente satisfecho con su carota hablándonos en gran acercamiento sin duda deformante y veraz, descubriéndose como una moscamuerta gozadora total y radical, por encima de cualquier reparo prejuicioso o discriminador (“Una vez que pruebas con un Alien te olvidas definitivamente de los terrícolas”), consagrando no sólo el reconocimiento y la aclimatación de la diferencia, sino sus posibilidades de dicha transgresora pese a todo.

      La novedad pelandrujófila

      En El tamaño sí importa (Cyclus Producciones - Eficine 189, 95 minutos, 2015), autorrestringido cuarto largometraje del por una vez ambiciosísimo autor total épico-histórico y editor capitalino ya en derrotado retorno a la comedia discreta de 41 años Rafa Lara (La milagrosa, 2006; Labios rojos, 2011; El quinto mandamiento, 2011; Cinco de mayo: la batalla, 2013), el bonito fatuo socialité vuelto galán joven de telenovelas Diego Suárez (Vadhir Derbez incipientísimamente zarandeado inclusive por su propio vehículo de lanzamiento y temprano lucimiento) va en ascenso a la fama mediática rodeado de sensuales modelos derretidas por él, entre ellas su presunta novia la apabullante top model larguirucha de discriminadora verba insufrible Regina (Pamela Almanza), y por supuesto también lo desea la pelandrujita asistente vestuarista Viviana Vivi (Ximena Ayala eximia si bien ferozmente afeada a propósito), lo ama, lo venera, e intenta llamar su atención en la empresa de la que es dueño, aunque él ni siquiera la registra, típica fan a perpetuidad e insaciable, solitaria y rechazada por chaparra, flaquilla, poco atractiva, malvestida, colectivamente ignorada, habitante de la periferia, acomplejada bien asumida como tal y, por si fuera poco, morena, en contraste con su protectora vecina Rebeca (Mara Escalante) que se la pasa echando leña al lado de su ruco novio celoso patológico (Jesús Ochoa haciendo el tonto gozoso al agitarse de más en disfraces de diablito o abejita), y frustrando así a la muy infeliz Vivi las decepcionadas expectativas arribistas puestas en ella por sus explotadores padres veracruzanos, la mangoneadora malhablada Concepción Concha (Laura de Ita sobreactuando) y el noble progenitor mangoneado (Ramón Medina subactuando porque ya se desquitará después), pero cierto día el TVactorcito ingenuo, pésimamente aconsejado por su avieso abogado obeso Carlos (Carlos Corona), se deja engatusar por el amanerado empresario mafioso perseguido por la justicia William Hill (William Miller), hace negocios con él, cae en prisión, está en todo momento a punto de ser violado tumultuariamente por otros tatuadísimos presidiarios de la Mara Salvatrucha y, al lograr salir a duras penas, se encuentra de repente abandonado por sus falsos admiradores parásitos, deprimido, alojado de emergencia en un cuarto de azotea de suburbio desde el que apenas puede divisar el penthouse donde habitaba, sin empleo ni fortuna, debiendo subsistir cual botarga viviente de bar bajo un colorado atuendo de langosta humillada por los niños sadiquillos y, ahora sí, a merced de su todavía enamoradísima Vivi, quien tan casual cuan generosamente paga la cuenta de una de sus inveteradas borracheras consuetudinarias, lo acompaña, lo atiende, lo mima y lo ayuda a rehabilitarse, al integrar con él una talentosa mancuerna para el diseño de modas que entusiasma al riguroso superior ahora de ambos Jorge (Juan Pablo Abitia), y sobre todo formando a su lado una pareja romántica tan afortunada como la anterior, a raíz de la transformación del lamentable look de Vivi en uno sofisticado y gracias al empujoncito de una devastadora borrachera erótica, hasta que su éxito conjunto como ascendentes modistos, pronto al grado de encabezar una colección de alta costura y el desfile consiguiente, le devuelve paulatinamente a Diego su seguridad y lo devuelve momentáneamente al ámbito de su antiguo mareo narcisista-engolosinado, otra vez asediado por la