Название | La Filosofía en Quito colonial 1534-1767 |
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Автор произведения | Samuel Guerra Bravo |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789978774946 |
Dos maneras generales y principales han tenido lo que allá han pasado, que se llaman cristianos, en extirpar y raer de la haz de la tierra aquellas miserandas naciones. La una por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra…, oprimiéndoles con la más dura, áspera y horrible servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen y resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes que son infinitas.
Este estatus genocida se mantendrá durante toda la colonia y condicionará inevitablemente la estructuración social, política, religiosa, cultural y económica de las naciones americanas. Nuestra historia colonial es la historia de un continente asesinado por la cristiandad dominadora y no puede entenderse si se pierde de vista esta negación meta-física. La liberación de América Latina consistirá fundamentalmente en que el oprimido latinoamericano supere su esclavitud económica mediante un proceso liberador y recupere su rango ontológico. Solo entonces volverá a ser “el Otro” que un día fue negado como “lo otro” y forjará su historia (como hombre, como nación latinoamericana) por primera vez.
España encontró en América la oportunidad de convertirse en un imperio y de inaugurar el subjetivismo moderno, que fue formulado históricamente por los mismos reyes de España (sobre todo Carlos V: Yo, el Rey) y, filosóficamente, por Descartes: cogito, ergo sum (Dussel, 1972, p. 28; 1973, p. 152). Si España no pudo formular filosóficamente su experiencia histórica fáctica se debió a que, como Cristiandad tardíamente medieval, se debatía en relaciones socio-político-económico-religioso-culturales de tipo feudal y semifeudal preconizadas por una concepción teocéntrica del mundo, de la vida y de la historia.
2.3. La Teología como ideología imperial
La Cristiandad medieval tuvo sus mayores logros en una economía basada en la propiedad privada (de la tierra y de los medios de producción), una sociedad dividida en clases (nobles y siervos, sobre todo), una estructura teocrática de poder y una cosmovisión teocéntrica. La Cristiandad Hispánica fue el producto supremo y tardío de esta cristiandad medieval, modelada definitivamente por el Concilio de Trento y la Contrarreforma.
En América, el asesinato del indio como cultura (a nivel de “núcleo ético-mítico”) ob-ligó al español a trasplantar su “mundo” hispánico. América se convirtió así en una prolongación de la cristiandad hispánica y se estructuró teocéntricamente en todos los niveles. La organización social, política, económica, religiosa, educativa, de las colonias americanas respondió a una visión de cristiandad que se puso de manifiesto en la jerarquización, el principio de autoridad, la división en clases sociales, las relaciones feudales y de producción, el contenido clasista de la educación, etc. La “nueva cristiandad de estas indias” (Dussel, 1972, p. 58) quedó estructurada a fines del siglo XVI.
En España, a propósito de América des-cubierta, la religión modeladora se convirtió en un instrumento político. El Patronato puso a la Iglesia (como corporalidad, como institución jurídica) al servicio del Imperio Español. El Concilio de Trento (1545-1563) proporcionó a España la base dogmática necesaria: Felipe II, mediante cédula real del 12 de julio de 1564, dispuso que el Concilio de Trento fuese observado y acatado como ley inviolable en sus dominios en América. A partir de 1570 (Lima) se implantó la inquisición en América: la religión era ya el poder. Mal que nos pese, la religión católica estuvo en la base del genocidio histórico que se llamó conquista y colonización. La religión católica no es en sí misma opresora, pero lanzada como poder o puesta al servicio del Imperio se convierte, inevitablemente, en dominadora.
Por otra parte, a medida que avanzaba la Reconquista contra los musulmanes, se fusionaron íntimamente el elemento religioso de base y el criterio hispánico de pureza de sangre: el cristiano español es el aristócrata victorioso que no cuenta con antepasados musulmanes, judíos o pseudoconversos.(Cfr, Stein 1973, p. 58)..En América, el criterio de pureza de sangre –con su fondo religioso último- se asocia al criterio de color de la piel (fenotipo) y origina una sociedad de “blancos” y “gentes de color” (mulatos, zambos, mestizos y, por supuesto, indios y negros) que, como variante racial, revela el asesinato ético.
Esto parece significar que el religioso que vino a América (cura o fraile) tuvo que encarnar un papel contradictorio: el de enviado por un imperio o representante de una clase y el de misionero de una fe que supera toda instrumentalización política y los antagonismos de clase. El primero fue un asesino más, el segundo fue el defensor heroico de los indios. Desgraciadamente, este misionero-defensor de los indios no pudo (o no supo) escapar a la totalidad cristiana asesina (condicionamiento metafísico-político), y de allí la in-eficacia de su defensa y la resultante lógica de una evangelización dominadora.10
Pero el imperio asentado sobre los dogmas cristianos necesitaba formular teóricamente su praxis cristiana. Surge así la teología –en la edad media- como la “conceptualización epistemática de lo ya dado en la experiencia fáctica de la vida cristiana”. “La tematización explícita de lo ya vigente en el plano de la fe cotidiana es la función esclarecedora, en función práctica, de la teología” (Dussel, 1972, p. 24). Aparecen entonces las grandes construcciones teológicas, las Summas (sobre todo la de Santo Tomás) como formulación teórica de la praxis medieval cristiana.
España, como cristiandad tardía, recibió una teología en la que América no había sido pensada; tuvo, pues, que “actualizar” la que recibió con una restauración escolástica (siglo XVI-XVII) realizada bajo la égida de Santo Tomás de Aquino. América –nueva cristiandad- obligó a la cristiandad hispánica a re-formular las concepciones teológicas medievales para adecuarlas al nuevo momento histórico y a las nuevas realidades descubiertas. Pero esto no fue una ventaja: América no podía ser pensada más que como un continente asesinado. La “nueva” teología colonial fue simplemente eso: la conceptualización del asesinato. Como teología imperial (ideología) fue, ni más ni menos, que una Ciencia del asesinato.
La teología fue -en la cristiandad medieval e hispánica- el polo cohesionador del estatus; surgió como cosmovisión del feudalismo, como ideología de clase. Obviamente, el conquistador español trajo consigo esta ideología. Y desde ella se volvió asesino. La cédula de Felipe II de 1564 que declaró ley al Concilio de Trento convirtió oficialmente la religión en ideología de una clase, de un imperio, de una dominación. La fe católica no es una ideología (Cfr. Terán Dutari, 1974), pero convertida en ley pasó a ser la formulación teológico-jurídica del pro-yecto dominador de un imperio.
La cristiandad latinoamericana hizo de la teología el pilar ideológico de su estructura asesina y el guardián eficaz de los intereses de las clases opresoras (chapetones y criollos). A esto hay que añadir la inquisición como instrumento jurídico-religioso de dominación. La teología no fue –como se ha pensado- únicamente un instrumento de dominio, una ciencia que a su pesar estuvo al servicio de España imperial; por el contrario, fue el elemento teórico sustentador y cohesionador de la dominación y, en su plano, la dominación misma.
Ahora se puede comprender claramente –y ya en el plano de la cultura académica- por qué la teología era la reina de las ciencias, la “ciencia” por antonomasia, única, universal, absoluta, a la que debían subordinarse la filosofía, el arte, el derecho, las ciencias físicas y todas las manifestaciones de la cultura. Indiscutiblemente, la cultura académica de las colonias americanas y en particular en la Real Audiencia de Quito, fue una cultura teológica en la que la expresión de lo divino constituyó el fondo y motivo de la dominación hispánica. Esto significa que la teología colonial jugó fundamentalmente un papel político, colonialista, puesto que estaba dirigida a sustentar un orden de cosas dominador. (A fin de cuentas, en la colonia, el discurso teológico fue el discurso político.11
Es en este contexto teológico, o mejor en esta superestructura ideológica de una cristiandad en expansión, donde tenemos que descubrir el sitio de la filosofía colonial, su estructura, su contenido,