Escritura académica. Pablo Ballesteros Pérez

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Название Escritura académica
Автор произведения Pablo Ballesteros Pérez
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9788418730108



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pero te aseguro que vale la pena.

      Me doctoré en 2010. Para entonces había estudiado una ingeniería técnica, un segundo ciclo, había obtenido un título de especialista universitario, estaba a punto de acabar un máster y llevaba ocho años trabajando en la empresa privada. También había superado numerosos cursos como ingeniero conectados con mi actividad profesional. Dos años antes había comenzado a compaginar mi actividad profesional con la docencia a tiempo parcial en la universidad. En la empresa privada tenía un trabajo bastante gratificante. Era responsable de un pequeño departamento y las cosas me iban bien. Tenía un sueldo decente y estaba bien considerado. Recuerdo que pasaba mucho tiempo preparando licitaciones. Para los que no estén familiarizados, esto significa que escribía propuestas técnico-económicas para administraciones públicas y organismos privados. La intención era agrandar nuestra cartera de proyectos y que, con ello, la empresa para la que trabajaba ganara más dinero.

      Como decía, me doctoré en 2010. Lo hice con la calificación máxima, cum laude. Creía que sabía escribir. Al fin y al cabo, escribir era lo que hacía en mi trabajo la mayor parte del tiempo. En 2009, un año antes de someter a revisión mi tesis doctoral, ya la tenía totalmente escrita. En un alarde de ambición y dedicación plena, conseguí escribirla en menos de un mes. Tenía la experimentación realizada. No había motivo para retrasar más la redacción.

      Cuando envié el borrador a mis dos directores de tesis, los dos la leyeron con atención. Me citaron a una reunión. Con todo el tacto posible me dijeron que lo que les había enviado «no era una tesis doctoral». Esto me lo dijeron justo al empezar la reunión. El resto de la misma la dedicaron, muy pacientemente, a demostrarme por qué.

      Tenían razón, lo que había escrito no era una tesis doctoral, pero yo no lo sabía. Aún me costaría unos años entenderlo. Creo que siempre he sido un poco lento para aprender cosas nuevas, especialmente aquellas cosas que me afectan como persona. ¿Cómo era posible entonces?

      Por aquel tiempo tenía bastante rodaje escribiendo documentos profesionales. Escribir una tesis doctoral no podía ser tan diferente. «A escribir se sabe o no se sabe», pensaba. «Yo no podía ser tan mal escritor». Pero sí, lo era, y también me costó varios años darme cuenta.

      Finalmente entregué la tesis. Corrijo, entregué la tesis, pero no la misma que había escrito un año antes. Tuve que reescribirla varias veces y estoy casi seguro de que poco material original sobrevivió. Me convertí en Dr. Ballesteros, lo cual sonaba bastante mejor que don Pablo. Este último título lo había adquirido, como el resto de españoles, al completar la enseñanza general básica. Aparte de eso, poco más cambió.

      Una vez escuché que el título universitario no es más que una licencia para seguir aprendiendo mientras te permiten ejercer una profesión cualificada. Esto tiene ciertas analogías con el carné de conducir. Tener el carné no significa que realmente sepas conducir, solo que es «legal» que lo hagas. En mi caso, el doctorado me dio la licencia para investigar. El paso siguiente era empezar a publicar en revistas científicas. No tenía otra alternativa, al menos si quería llegar a convertirme en académico a tiempo completo.

      Mi primer artículo lo publiqué a finales de 2010, unos diez meses después de leer mi tesis doctoral. La experimentación de ese artículo la diseñé y ejecuté yo mismo. La escritura, sin embargo, fue en gran parte fruto del trabajo de mis dos directores de tesis. Además, ese artículo apenas tenía que ver con el objeto de mi tesis doctoral.

      El primer artículo que intenté escribir yo mismo, aunque no como único autor, fue publicado a principios de 2012. Teniendo en cuenta que ya disponía de buen material de mi tesis doctoral, no conseguí realmente hacerlo hasta dos años después. Fue en una buena revista y ahora puedo decir que valió la pena. Si me hubieras preguntado entonces, no lo habría tenido tan claro. Los dos años que me tomó publicar ese primer artículo derivado de mi tesis supusieron casi un segundo doctorado.

      Después empezaron a venir más artículos. También vinieron muchos rechazos. Ya no era imposible. Si lo conseguí una vez, podía conseguirlo más veces. Así fui aprendiendo el oficio. A base de prueba y error y, sobre todo, con mucho esfuerzo y dedicación. Pero el proceso de aprendizaje estaba lejos de concluir. Progresivamente, me percaté de que publicar no era simplemente cuestión de acumular experiencia. A pesar de lo que sugería Michelle Obama, no consistía únicamente en dedicarle «más tiempo» a algo. Pero por aquel entonces no tenía una alternativa mejor, así que seguí un par de años trabajando exactamente igual.

      2014 fue otro año crítico para mí. Ese año no conseguí publicar nada. El único artículo que publiqué se había aceptado en 2013. Ante mi fracaso y convencido de que todo era cuestión de hacer un esfuerzo mayor, redoblé el tiempo que le dedicaba a la investigación. Mi joven familia se resintió en el proceso. Mi humor también. Al final de 2014 conseguí que me aceptaran un artículo de los cinco que debía de tener en revisión en aquel momento. Era una buena revista. El artículo no sería publicado hasta 2015, pero al menos ya había cumplido con mi universidad aquel año. No obstante, otra vez percibía que algo no funcionaba. Estaba llegando al cuello de botella de mi capacidad productiva. Tenía demasiados artículos que volvían rechazados. El proceso de reformateo para enviarlos a otras revistas consumía excesivo tiempo. La calidad de mi docencia también se resentía.

      A finales de 2014 tuve los primeros atisbos de convencimiento de que no estaba trabajando de forma adecuada. La culminación del convencimiento llegó dos años más tarde. A finales de 2016 llevaba casi un año trabajando como lecturer en Inglaterra. Había escrito algunas propuestas de investigación con gran esfuerzo. Cuando las compartía con mis compañeros, estos me las devolvían con una gran cantidad de comentarios críticos. No entendía el nivel de exigencia de mis compañeros. Parecía que disfrutaban destrozando mi trabajo. ¿Estaban leyéndose mis propuestas con atención o simplemente las ojeaban y criticaban alegremente? En ese momento ya había conseguido publicar al menos quince artículos. Tal vez mis compañeros eran demasiado pretenciosos. Yo por mi parte, seguía algo desorientado.

      Pero fue a finales de mi primer año en Inglaterra cuando tuve la certeza de que tenía un problema con mi forma de trabajar. Preparé una propuesta para un pequeño proyecto de investigación internacional. La compartí con el entonces director de escuela que me llamó dos días después a su despacho. Recuerdo que me dijo: «Pablo, mira. Me he leído tu propuesta de principio a fin. Siento decirte que no he entendido nada. Cuando digo nada, digo “nada”».

      Como ser humano, todos desarrollamos ciertos mecanismos de defensa. La primera reacción ante una crítica tan directa es pensar que esta no puede ser cierta. La culpa seguramente no era mía, sería suya. Pero las campanas de alerta llevaban sonando suficiente tiempo en mi cabeza. Tal vez la responsabilidad sí era mía.

      Ese momento definió los años siguientes de mi carrera. Si me hubiera aferrado a mi tozudez, no habría aprendido nada. Seguramente habría seguido publicando igual que antes, con mis altibajos, con años mejores y peores. Pero puse mi orgullo a un lado. Intenté entender por qué mis colegas tenían aquella reacción ante mis artículos y propuestas, por qué los inundaban de comentarios críticos. Lo que siguió fue revelador.

      Tras la reunión con mi director de escuela empecé a leer libros sobre cómo escribir artículos. Aún tenía un proyecto de investigación que entregar y poco tiempo de reacción. Decidí empezar a leer libros porque en ese momento tuve claro que no tenía el conocimiento para solucionar el problema por mí mismo, que sin ayuda no podría corregir mi propuesta de investigación. Los comentarios críticos de otros compañeros tampoco concordaban con mi forma de pensar. Ellos no me entendían y yo parecía no entenderlos a ellos. Tal vez buscar en libros me daría algunas ideas.

      Fue cuando me desprendí de la convicción de que creía saber escribir cuando me percaté de la existencia de algo llamado «escritura académica». Para no extenderme demasiado solo compartiré esto contigo: realmente no tenía ni idea de escribir. Había publicado artículos, pero con muy poca eficiencia. Enviaba propuestas científicas, pero entre las pocas que eran financiadas, lo conseguía por la mínima y con una inversión descomunal de tiempo y energía. No tenía ni idea de cómo reportar ciencia. No entendía qué