Название | Los santos y la enfermedad |
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Автор произведения | Francisco Javier de la Torre Díaz |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788428835091 |
Este y otros varios testimonios de las fuentes biográficas nos hablan de un ambiente familiar superprotector y una educación excesivamente permisiva, que trajeron consigo un deficiente equipamiento humano de Francisco frente al inevitable sufrimiento y la frustración, y una componente marcadamente narcisista en su personalidad, cosas ambas que confirman los estudios psicológicos 4 y los escritos del santo, especialmente sus Admoniciones, que hablan de la interioridad de su autor como de un mundo de tensiones múltiples, espirituales y relacionales, detrás de las cuales parece descubrirse una persona inclinada al orgullo, frágil y pesada en el camino del espíritu 5.
Esta componente narcisista de su personalidad supuso para él, en la ambivalencia característica de todo lo humano, la tendencia a ser el centro de todo, a la vanagloria y la ostentación, cierta dificultad para elaborar las frustraciones y asumir el sufrimiento, la propensión a situarse en los extremos… Pero, como contrapartida, esa misma componente narcisista le estimulaba a mirar siempre adelante y más alto, le dotó de una gran incondicionalidad, de una notable capacidad de liderazgo y de un importante fondo afectivo y religioso: su proceso de conversión le llevará a la identificación afectiva y efectiva con Cristo siervo y la solidaridad con los menores, que le permitirán superar el conflicto narcisista y una realineación total de su identidad desde la pobreza, la humildad y la minoridad.
Francisco es un soñador que se encumbra con destinos de grandeza: sueña con convertirse en caballero, aunque para ello haya de ir a la guerra (cf. 1Cel 2; TC 1). Como hijo de la clase de los comerciantes alienta la lucha por la independencia de su pueblo frente al poder del emperador, y, apenas cumplidos los 18 años, toma parte en las violentas luchas de la nueva burguesía y los artesanos frente a la vieja nobleza asisiense.
En 1202 participa en la guerra que Asís mantenía, desde hacía casi dos años, contra la ciudad rival de Perusa, en la que se había refugiado la nobleza asisiense. El ejército de Asís fue derrotado y muchos de sus miembros fueron hechos prisioneros: entre ellos se encontraba Francisco, que un año después consiguió la libertad, previo pago del oportuno rescate por su padre (cf. TC 4) 6.
b) Su proceso de conversión
La experiencia de la derrota, la cárcel y una larga y grave enfermedad contraída en ella marcaron profundamente su vida (cf. 1Cel 3), pero no lograron acallar sus sueños de gloria por la vía de las armas. Apenas repuesto en su salud, se dispuso a participar en una nueva expedición militar: estando de camino le volvió la fiebre que lo había tenido largos meses en cama, y una voz le interpeló en el sueño, preguntándole adónde se proponía caminar:
Y como Francisco le detallara todo lo que intentaba, aquel añadió: «¿Quién te puede ayudar más, el señor o el siervo?». Y como le respondiera que el señor, de nuevo le dijo: «¿Por qué, pues, dejas al Señor por el siervo y al Príncipe por el criado?». Francisco contestó: «Señor, ¿qué quieres que haga?». «Vuélvete –le dijo– a tu tierra, y allí se te dirá lo que has de hacer» (TC 6).
Al día siguiente emprende el camino de regreso a Asís y se desencadena abiertamente su largo proceso de conversión (1202-1208), en el continuo alternarse de momentos de incertidumbre y abatimiento con otros de profundo gozo (cf. TC 11-12). Entre tanto, un día, de manera más o menos fortuita, se encuentra con un leproso –el enfermo por antonomasia en la sociedad medieval– 7 y tiene lugar la experiencia fundante de su conversión, que le fuerza a cambiar radicalmente su actitud ante la vida, ante sí mismo, ante los otros y ante Dios:
El Señor me dio a mí, el hermano Francisco –escribe en su Testamento–, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos; pero el Señor mismo me llevó entre ellos y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y, después de un poco de tiempo, salí del mundo (Test 1-2).
Poco a poco fue descubriendo una realidad que aún no se había atrevido a mirar cara a cara: la del hombre naturalmente frágil, limitado y necesitado de solidaridad, especialmente en el sufrimiento, la enfermedad, la marginación y la pobreza. Comenzó de inmediato a prodigar sus cuidados a los leprosos y a convivir con ellos, aun a costa de sufrir la incomprensión y persecución familiar y el rechazo de sus conciudadanos, para quienes tenían un valor sacro las normas comunales, que relegaban a los leprosos en leproserías lejos de la ciudad y ordenaban buscarlos escrupulosamente para mantenerlos alejados, y maltratarlos si fuera necesario 8.
El encuentro con los leprosos y la práctica de la misericordia con ellos supuso, pues, en Francisco una verdadera transformación existencial: «Lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo», y una transformación espiritual: «Y, después de un poco de tiempo, salí del mundo».
Pero como hito determinante de la conversión y forma de vida y misión de Francisco hay que situar no solo el encuentro con los leprosos, que él recuerda, paradigmáticamente, en su Testamento, sino también, y estrechamente unido al anterior, el encuentro con Cristo leproso-varón de dolores (cf. Is 53,4-5), pobre y crucificado, del que habla seguidamente en el mismo Testamento (cf. Test 4-5). El encuentro con los leprosos es para él la experiencia fundante de su conversión, pero su verdadero alcance no se le desvelará sino en el encuentro con Cristo, el siervo sufriente, aunque ello no se le hará claro sino tras un largo proceso de discernimiento de la voluntad de Dios sobre sí, en el que parecen haber sido especialmente significativas la «locución» del Cristo de San Damián y la escucha del evangelio de la misión (cf. 1Cel 22; 2Cel 10-11): como los leprosos abren el Testamento, el seguimiento de las huellas de Cristo siervo abre su Regla (cf. Rnb 1,1; Rb 1,1).
2. San Francisco y la enfermedad en su vida de conversión y en su proyecto
a) «Estuvo siempre enfermo»
Las primitivas biografías de san Francisco son concordes en afirmar que era de constitución frágil y delicada, y que «estuvo siempre enfermo» y cada vez más enfermo (cf. LP 106 y 117), a lo que habrían contribuido especialmente la prisión en Perusa, la dureza de su vida itinerante y la radicalidad de su pobreza y penitencia.
Su vida de hermano menor aparece jalonada por continuas y nuevas enfermedades: una enfermedad de tipo gástrico y una fuerte fiebre le obligan a poner fin a su viaje a España en 1204 (cf. 1Cel 56; 3Cel 34); con ocasión de su viaje a Oriente en 1219-1220, en su particular anticruzada, adquirió una dolorosísima conjuntivitis tracomatosa (cf. LP 77); poco después sufrió unas persistentes «fiebres cuartanas» (cf. LP 80), acompañadas en breve por graves dolencias de todo el aparato digestivo (cf. 1Cel 98; LP 77), que no serían sus últimas dolencias y enfermedades 9.
El año 2012, la doctora María Cambray publicó un estudio sobre Las enfermedades de san Francisco, que –mientras esperamos la valoración que de sus resultados puedan hacer otros especialistas, y supuesto el carácter un tanto aproximativo de todas las conclusiones al respecto (pues la medicina hoy exige pruebas técnicas, radiológicas, etc.)– parece abrir nuevos horizontes en este tema que ha interesado a numerosos profesionales de la medicina, aunque sus conclusiones son muy diversas 10. Según la doctora Cambray, Francisco se habría encontrado, en sus últimos años, con las secuelas de las múltiples enfermedades sufridas a lo largo de su vida: fiebres tifoideas contraídas en la prisión de Perusa, paludismo, tracoma, y, a causa de una alimentación irregular e inadecuada, desde su conversión estaba enfermo de estómago y de todo el aparato digestivo, lo que habría derivado en cáncer de estómago y sido la causa de su muerte 11.
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