Luz de luna en Manhattan. Sarah Morgan

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Название Luz de luna en Manhattan
Автор произведения Sarah Morgan
Жанр Языкознание
Серия Top Novel
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788413481982



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Que llegara alguien a tomar café. Descubrirse cocinando para doce personas… A ella no se le ocurría nada mejor. Ese año, Fliss pasaría el día de Navidad con la familia de Seth en la casa que tenían en el norte del estado de Nueva York, su hermano Daniel viajaría con Molly a ver al padre de ella por primera vez en siglos y la madre de los tres estaba recorriendo el mundo. Ella era la única que no iba a ninguna parte.

      Se quedaría en Manhattan. Sola. Mirando las ventanas decoradas de la gente. Sola. Patinando sobre hielo. Sola. Comiendo la comida de Navidad. Sola.

      Observó a Glenys tragar otro trozo de tortilla.

      —¿Qué vas a hacer en Navidad? —preguntó.

      —Quedarme en casa y esperar a Papá Noel.

      Harriet sonrió.

      —¿Quieres venir a esperarlo en mi apartamento? Soy buena cocinera.

      —Ya lo sé —Glenys tomó otro bocado de tortilla—. ¿Vas a invitar al apuesto doctor?

      —No, definitivamente no voy a invitar al apuesto doctor. A juzgar por las preguntas que me hizo, debió de pensar que era una prostituta o una adicta —contestó Harriet. Y no lo culpaba por ello. No había sido su mejor noche y la sala de espera de Urgencias no había contribuido en nada a mejorarla.

      —En Urgencias llega mucha gente así. Seguro que tú fuiste como un soplo de aire fresco. Enséñame tu tobillo.

      —No puedo. Está enterrado bajo cuatro capas de lana porque hace frío ahí fuera.

      —¿Pero era atractivo?

      Harriet suspiró.

      —Sí, era atractivo y sí, una parte de mí se pregunta por qué no puedo encontrar a alguien como él en la vida real.

      —Urgencias es algo muy real.

      —Tú ya me entiendes. En una situación que pudiera conducir a una cita. Aunque tampoco eso saldría bien porque, si ocurriera alguna vez, estaría demasiado cortada para abrir la boca. Cuando conozco a alguien, me cuesta mucho ir más allá de la primera fase incómoda.

      —Conmigo hablas perfectamente.

      —Porque hace años que te conozco. Contigo estoy relajada. La mayoría de los hombres no están dispuestos a esperar a que me sienta lo bastante cómoda para charlar con normalidad. Tengo que encontrar el modo de saltarme la parte de aprender a conocerse.

      —Por eso muchos de los mejores matrimonios se dan entre amigos. Personas que se conocen desde hace tiempo. De amigos a amantes. Ese era mi tema favorito en libros y películas.

      —Suena genial en teoría, pero, desgraciadamente, no tengo amigos varones que conozca desde hace años y estén dispuestos a casarse conmigo.

      —¿Tu hermano no tenía amigos?

      —Siempre querían estar con mi hermana. Yo era la callada.

      —Querida, el silencio puede ser bueno. Estar callada no significa que no tengas cosas importantes que decir, solo que puede que tardes tiempo en decirlas.

      —Tal vez. Pero la mayoría de la gente no espera lo suficiente para oírlas.

      —¿Me vas a decir que nunca has salido con chicos?

      —He salido con unos pocos. Un par de chicos en la universidad. Sin consecuencias y no muy emocionante. Luego salí con el contable que se mudó al apartamento que hay encima del nuestro.

      —¿Y cómo te fue con él?

      —Parecía interesado en todas las mujeres menos en mí —repuso Harriet, sombría—. Y desde entonces… ¿Tengo que contar al hombre de la clase de salsa de Molly con la que ella intentó emparejarme?

      —No lo sé. ¿Tú crees que cuenta?

      —Bailamos dos veces. Me gustó porque bailar implicaba que no tenía que hablar con él. Ya te he dicho que mi vida amorosa no es impresionante —Harriet miró a Glenys comer la tortilla, cada bocado más lento que el anterior. Sabía que, desde la muerte de Charlie, tenía que esforzarse por comer, por levantarse por la mañana y por vestirse—. ¿Tienes abrigo y guantes? Voy a sacar a Harvey a dar un paseo corto y tú te vienes conmigo. Sin discutir.

      —Se supone que tienes que pasear a mi perro, no cuidar de mí.

      —Me harías un favor. Es fácil hablar contigo y necesito compañía.

      —Harriet Knight, eres una chica encantadora.

      —No quiero ser una chica encantadora, quiero ser una cabrona.

      Glenys se echó a reír.

      —Eso suela fatal saliendo de tus labios.

      —¿Qué quieres decir? El sábado pasado lancé un juramento malsonante cuando me caí y me torcí el tobillo. Lo dije alto y en público. Probablemente me oyeron hasta en Washington Square.

      —Terrible, pero no es suficiente —Glenys sonrió con placidez y dejó el tenedor en el plato—. Si hubieras abrazado al doctor sexy y le hubieras dado un beso en la boca, eso sí habría mejorado tus credenciales de chica mala.

      —Fliss me dijo lo mismo. ¿Estáis confabuladas? Te diré lo que le dije a ella. Me habría hecho detener por agresión —comentó Harriet. En realidad, sí que se había mostrado sorprendido por algunas de las cosas que había dicho ella. Como si esperara algo distinto.

      Ella no podía ni imaginar lo que sería trabajar en Urgencias. En el poco tiempo que había pasado en la sala de espera, había oído a gente gritar insultos y varias personas estaban bebidas. Eso la había hecho sentirse incómoda. ¿Cómo tenía que ser lidiar con algo así día tras día? Era una de las cosas por las que le gustaba trabajar con perros. Siempre se alegraban mucho de verla. Nada mejor para levantar el ánimo que un perro moviendo la cola, nada que motivara tanto como un ladrido de alegría. El doctor E. Black no tenía eso cuando iba a trabajar. Harriet sospechaba que en su vida no había muchas colas moviéndose.

      Observó a Glenys terminar la tortilla, deteniéndose en cada bocado. Luego preparó a Harvey para el paseo. Le puso su abriguito rojo, le colocó la correa y ayudó a Glenys a buscar su abrigo y sus guantes.

      Era verdad que, si hubiera sacado a Harvey sola, habría terminado en la mitad de tiempo, pero, para ella, eso no era lo más importante de la vida.

      Glenys necesitaba conservar su independencia y nadie más la iba a ayudar.

      Caminaron despacio por la calle, admirando las decoraciones de los escaparates.

      —Me encanta esta época del año —Harriet tomó el brazo de Glenys—. Es ruidosa y emocionante.

      Glenys se concentraba en dónde ponía los pies.

      —A mi edad, es solo un día más —dijo.

      —¿Qué? No, no puedes pensar así. No te lo permitiré. Espero que le hayas escrito a Papá Noel.

      —¿Trae caderas o maridos nuevos?

      —Puede. Si no le escribes, nunca lo sabrás.

      —Quizá debería probar citas en Internet.

      —A mí no me ha funcionado, pero eso no significa que no te salga bien a ti. Hazlo, pero no me pidas ayuda con el perfil. Soy demasiado sincera. Tienes que hacerte pasar por una bailarina sexy de veinte años.

      Glenys le apretó el brazo.

      —La próxima vez te escribiré yo el perfil. Nada de niñita buena. ¿Cómo van tus aventuras? ¿Cuál era el reto de hoy? —preguntó.

      Harriet le había contado su determinación de salir de su zona de confort.

      —He llamado a una mujer que siempre es muy grosera conmigo —repuso Harriet, con cuidado de no dar nombres—. Normalmente habla Fliss con ella.

      —Si es grosera, ¿por qué la mantienes como cliente?

      —No