17 Instantes de una Primavera. Yulián Semiónov

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Название 17 Instantes de una Primavera
Автор произведения Yulián Semiónov
Жанр Языкознание
Серия Expediciones
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789874039255



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puede ser.

      »—Sólo puede ser así.

      »—No.

      »—De lo contrario, uno de los dos ya habría vencido al otro hace mucho tiempo.

      »—Ustedes nos reprochan que apelamos a los bajos instintos y relegamos lo espiritual a un plano secundario. Lo espiritual es verdaderamente secundario. Lo espiritual crece como la masa de los panes con levadura.

      »—¿Qué levadura es ésa?

      »—La ambición. Lo que ustedes llaman lujuria, yo lo llamo un deseo sano de acostarse con una mujer y hacerle el amor. Ser el primero en el trabajo es una sana aspiración. Sin estas aspiraciones no habría sido posible el desarrollo de la Humanidad. La Iglesia ha hecho muchos esfuerzos para frenar ese desarrollo ¿Comprende usted a qué período de la Iglesia me refiero?

      »—Sí, sí, por supuesto, lo conozco. Conozco perfectamente ese período, pero también conozco otras cosas. No veo la diferencia entre sus opiniones sobre el hombre y las que tiene el Führer.

      »—¿De veras?

      »—Sí. Él ve en el hombre una bestia ambiciosa. Sana, fuerte y ansiosa de ganarse el espacio vital.

      »—No se imagina hasta qué punto está equivocado, porque el Führer no ve en cada alemán simplemente una bestia, sino una bestia rubia.

      »—Pero usted ve en cada hombre una bestia en general.

      »—Veo en cada hombre su procedencia. Y el hombre procede del mono. E1 mono es una bestia.

      »—Aquí es donde divergen nuestras ideas. Usted cree que el hombre procede del mono, pero no ha visto el mono del que surgió el hombre, ni ese mono le ha dicho nada sobre el asunto. No lo ha palpado, no puede palparlo. Usted lo cree, porque esa creencia corresponde a su formación espiritual.

      »—¿Acaso Dios le ha dicho que creó al hombre?

      »—Por supuesto que no, nadie me ha dicho nada y no puedo demostrar la existencia de Dios. Es imposible de demostrar; sólo se puede creer en él. Usted cree en el mono, yo creo en Dios. Usted cree en el mono, porque ello se corresponde con su formación espiritual; yo creo en Dios, porque ello se corresponde con la mía.

      »—Está usted tergiversando un poco las cosas. No creo en el mono. Creo en el hombre.

      »—Que procede del mono. Usted cree en el mono, en el hombre. Yo creo en Dios, en el hombre.

      »—Y ese Dios ¿está en cada hombre?

      »—Por supuesto.

      »—Pero ¿dónde está en el Führer? ¿Dónde está en Goering? ¿Dónde está en Himmler?

      »—Es una pregunta difícil. Estamos hablando sobre la naturaleza humana. Claro que en cada uno de esos villanos se pueden encontrar las huellas del ángel caído. Pero, desgraciadamente, toda su naturaleza se sometió hasta tal punto a las leyes de la crueldad, necesidad, mentira, bajeza y violencia, que en ellos prácticamente no queda ya nada humano. Pero, en principio, no creo que el hombre, al nacer, traiga necesariamente consigo la maldición de su descendencia del mono.

      »—¿Por qué la maldición de la descendencia del mono?

      »—Hablo mi propio idioma.

      »—Entonces ¿se puede aprobar la ley de Dios de aniquilar a los monos?

      »—Probablemente no.

      »—Constantemente evita usted, de una manera muy moral, contestar las preguntas que me atormentan. No me dice ni “sí” ni “no”, pero a todo hombre que busca la fe le gusta lo concreto: un solo “sí” y un solo “no”. Usted siempre ofrece “sí-no”, “mejor dicho, no”, y todos los matices semánticos del “sí”. Y esto es lo que odio profundamente; no tanto su método, como su práctica.

      »—Usted desaprueba mi práctica. Está claro… Sin embargo, usted, de hecho, al fugarse del campo de concentración, se dirigió precisamente a mí. Sería interesante saber cómo lo explica.

      »—Eso simplemente demuestra una vez más que en cada hombre, como usted dice, conviven lo divino y lo simiesco. Si en mí hubiera predominado lo divino, no me habría dirigido a usted. No me habría escapado, habría aceptado morir a manos de los verdugos de la SS y les habría ofrecido mi otra mejilla para despertar en ellos algo humano. Ahora bien, si usted hubiera caído en sus manos, me pregunto si habría ofrecido la otra mejilla o tratado de evitar el golpe.

      »—¿Qué significa ofrecer la otra mejilla? De nuevo proyecta usted la alegoría bíblica sobre la maquinaria real del Estado nazi. Una cosa es poner la mejilla en la parábola que, como ya le he dicho, expresa una alegoría de la conciencia humana, y otra cosa es caer en manos de la maquinaria, que no te pregunta si ofreces o no la otra mejilla. Significa caer en una maquinaria que por principio, por su misma idea, carece de conciencia. Naturalmente que a una máquina, a una piedra en el camino o a una pared contra la que uno choca, no se les puede tratar como si se fuesen seres vivientes.

      »—Pastor, me resulta embarazoso preguntárselo. Tal vez robe un secreto suyo, pero la señora Eisenstadt me dijo… Quizá lo dejó escapar sin darse cuenta, y no me atrevo a hacerle la pregunta… ¿Es cierto que, en una ocasión, fue detenido usted por la Gestapo?

      »—¿Qué puedo responderle? Sí, estuve allí…

      »—Comprendo. No quiere abordar el tema, porque es un problema delicado. Pero ¿no cree usted, pastor, que, después de la guerra, sus feligreses no le tendrán confianza?

      »—Tantas personas han sido detenidas y encerradas en las cárceles de la Gestapo…

      »—¿Y si alguien les dijera que su pastor era enviado como provocador a las celdas de los otros presos, que no regresaron? Los que sí volvieron, como usted, son pocos entre millones… Sus feligreses no lo creerán ¿A quién, entonces, predicará la verdad?

      »—Por supuesto que empleando esos métodos se puede aniquilar a cualquiera. En ese caso, nada podría mejorar mi situación.

      »—Entonces ¿qué?

      »—Pues lo negaría. Lo negaría hasta más no poder, lo negaría hasta que me oyeran. Y si no me oyeran, me moriría interiormente.

      »—Interiormente. O sea, que seguiría siendo un homhre vivo, de carne y hueso ¿no?

      »—El Señor juzga. Si he de seguir así, seguiré siéndolo.

      »—Su religión ¿se opone al suicidio?

      »—Eso me impediría suicidarme.

      »—¿Qué hará sin la posibiüdad de predicar?

      »—Creeré sin predicar.

      »—¿No ve usted otra salida: trabajar junto a todos?

      »—¿Qué entiende por la palabra “trabajar”?

      »—Cargar piedras para construir los templos de la Ciencia, por ejemplo.

      »—Si un hombre que se ha graduado en Teología sólo puede servir a la sociedad cargando piedras, no tengo nada más que decirle. En ese caso, lo mejor es volver al campo de concentración e incinerarse en el crematorio…

      »—Solamente le digo “en caso de”. Me interesa oír sus conjeturas, es decir, la proyección de sus ideas hacia el futuro.

      »—¿Le parece a usted que un hombre que se dirige a los feligreses con un mensaje espiritual es sólo un vago y un charlatán? ¿No cree que realiza un trabajo? Para usted, el trabajo es cargar piedras, pero yo creo que el trabajo espiritual no sólo debe ser considerado como cualquier otro trabajo, sino que es particularmente importante.

      »—Soy periodista, y mis artículos fueron sometidos al ostracismo por los nazis y por la Iglesia ortodoxa.

      »—Fueron condenados por la Iglesia ortodoxa por la sencilla