Peligroso amor. Dayanara

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Название Peligroso amor
Автор произведения Dayanara
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789942889560



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con cierta prisa, me dio un beso en la mejilla y se direccionó a la salida. Estábamos en problemas.

      —Viejo, buenos días, ¿dónde está mamá? —Preguntó mi hijo desde la escalera, al tiempo que soltó un bostezo; con la mirada en la puerta le dije que acababa de irse—. ¿Así de simple? ¿Por qué nunca nos acompaña a desayunar?

      —Tiene mucho trabajo. Es increíble ver como una mujer se casa cada día, tu mamá no para.

      —La justificas todo el tiempo, tú también tienes trabajo por montón y siempre estás aquí —contestó mientras ocupó el lugar que había dejado Clara.

      Me encogí de hombros en un intento de quitarle peso a su afirmación, lo que menos quería era que se diera cuenta de los problemas que arrastraba con su mamá; fingí concentración en los titulares del periódico y le pedí que comiera, de lo contrario llegaría tarde.

      —Quiero que se acabe el quimestre. Las clases son como una jornada de expiación. Me dan ganas de no asistir un día más.

      —No digas eso ni en broma. —Sonrió al ver mi molestia—. Te faltan los dos últimos quimestres.

      —¿Desde cuando eres literal, viejo? Fue un decir, ya me voy, no quiero decepcionarte y llegar tarde al centro del saber —ironizó, y lejos de causarme molestia me sacó una risa mañanera.

      Guardó el periódico que estaba a un costado de mi plato y salió a toda prisa de la casa pendiente del reloj.

      Descansé sobre el respaldar del asiento mientras dejé que mi mirada se perdiera por el espacio cuadrado. El silencio podía resultar agobiante. La discusión con mi esposa volvió a hacer eco en mi mente. ¿Estaba exagerando? Antes de darme una respuesta, Elizabeth se adueñó de mis pensamientos, recordé la cena y su ingenio. Me descubrí sonriendo. Moví la cabeza en un intento de esfumar su recuerdo y pasé ambas manos por mi rostro. No tenía sentido pensar en ella.

      Alcancé el computador y, luego de confirmar la agenda del día, salí hacia la editorial. Ya era tarde.

      —Esteban, hola, ¿todo bien? Es raro que llegues a esta hora. —Elizabeth guardó las llaves del carro en su cartera negra—. ¿No escuchaste la alarma?

      —No fue eso, pensé que a estas alturas ya te encontraría en tu escritorio. Tienes que trabajar más en tus horarios.

      —Lo sé. —Mantuvo su mirada sobre mí—. ¿Seguro que estás bien? No sé, parece que tienes un problema o algo te ha dañado la mañana.

      —Me doy cuenta del nivel de tu suspicacia. No te equivocas, pero no es nada de qué preocuparse. Problemas típicos del matrimonio.

      —¿Seguro? No fue por la cena o...

      —¡La cena! En lo absoluto, mi invitación fue de protocolo, nada extraordinario —hablé a velocidad, así no se daría cuenta que mentía.

      Sus ojos verdes se desorbitaron y sus labios rosas se entreabrieron como si fueran a decir algo, pero en su lugar retrocedió un par de pasos, como si no supiera exactamente qué hacer.

      —Yo… No quise… Olvídalo, te veo adentro. Tengo algunos asuntos personales que terminar antes de empezar con el trabajo.

      Sin esperar a que respondiera, cruzó la cartera alrededor de su cuerpo y se alejó a pasos firmes y coordinados. ¿La había lastimado con mi absurda respuesta?

      Elizabeth Castillo

      Corrí a través de los pasillos de la editorial como si no llevara tacones. La alarma me había jugado una mala pasada. Llegaba con media hora de retraso y de seguro mi jefe me esperaría con un buen regaño, a menos que no estuviera, lo cual era casi imposible.

       Me detuve cerca de la puerta e inhalé y exhalé en repetidas ocasiones. No quería ser despedida y existía la posibilidad considerando el mal humor que lo había acompañado los últimos días. ¡Bien hecho, Elizabeth!

      Moví la manivela, cuidando de no tirar el vaso de café, pero en el segundo que iba a entrar escuché su voz pronunciar mi nombre completo. Me quedé estática. Arrugué la boca y murmuré entre dientes.

      —¿Sabes qué puedo descontarte estas impuntualidades de tu sueldo? —Preguntó en un tono grave.

      —Estoy al tanto de las reglas. ¿Podemos negociarlo?

      Volteé, con una sonrisa tímida.

      —Es la misma regla para todos y en ti recae una responsabilidad más grande por trabajar a mi lado. Te pedí que llegaras temprano, pensé que podía confiar en ti.

      Mi mano presionó el vaso térmico más de lo necesario y unas cuantas gotas de café se desparramaron por los costados. Podía sentir la intensidad de su mirada sobre mi cuerpo, cuando me animé a echarle un vistazo lo descubrí con el ceño fruncido; pensé en algo inteligente que decir, pero en un milisegundo pasó por mi lado y entró a la oficina dejando la puerta abierta.

      —¿Qué le parece que de ocurrir una próxima vez lo invito a desayunar como un acto de disculpas? —Solté animada.

      —No es conveniente para ninguno de los dos —respondió con la mirada en unas carpetas—, empecemos a trabajar.

      Me dejé caer en mi silla y simulé ojear los folders del día anterior para no sentirme idiota ante el silencio. Había concluido mi primera semana de trabajo y se suponía que debía estar feliz, en seis días había pasado de la revisión de textos, a la supervisión parcial de las líneas gráficas. Todo un logro para una principiante.

      Sin embargo, no me sentía con ganas de celebrar. La relación con mi jefe era tensa y no por mis retrasos o porque él fuera gruñón, sino porque desde la conversación del estacionamiento era como si algo hubiese cambiado entre los dos y fuésemos extraños en una misma oficina. Ridículo, ¿no?

      Evitábamos miradas. Conversaciones casuales y hasta silencios incómodos. Yo tenía mis razones. Me había dado cuenta que me gustaba más de lo que podía admitir: era admirable, varonil y de gran inteligencia, que a veces me quedaba embobada mirándolo.

      Mi indiferencia estaba justificada. Quería marcar distancia entre los dos porque no podía alimentar una ilusión, pero ¿él? ¿Qué le incomodaba de mí? Se suponía que era el adulto, debía hablar claro si tenía alguna queja en mi contra. Garabateé una de las hojas en blanco mientras se escapó un bufido de mis labios, ¿tendría que acostumbrarme?

      Me obligué volver al presente cuando lo escuché carraspear, de seguro se había percatado de mi distracción. Lo miré con disimulo y fingí concentrarme en los papeles sueltos de contratos. Cruzó por enfrente y salió de la oficina por algunos minutos. Aproveché la soledad para intentar recuperar mi paz; antes de que regresara procuré empezar con lo que tenía pendiente, no quería más regaños.

      —Buenas tardes, ¿puedo pasar? —Preguntó Clara Prout, desde la puerta entreabierta de la oficina.

      Esteban se levantó a su encuentro indagando el motivo de la visita. Estaba sorprendido. Alcé la mirada cuando supe que venía a verme a mí, ¿había hecho algo malo?

      —Elizabeth —pronunció mi nombre y se acercó al escritorio—: ¿tienes planes para esta noche?

      —Eh, hola, Clara, creo que no, mis padres acostumbran cenar fuera y creo que mi hermana también tiene compromisos, ¿por?

      —No tienes que quedarte sola, te oficializo la invitación que te hice a inicios de semana, acompáñanos a cenar.

      —Cariño, no creo que sea conveniente una invitación tan esporádica, Elizabeth puede sentirse comprometida.

      —No lo creo, ¿verdad? —Preguntó y esbozó una sonrisa enorme en su rostro, sus visitas al odontólogo debían ser semanales, tenía los dientes blanquísimos.

      —E-estaré complacida de cenar con ambos, ¿a qué hora?

      —A