Tan loco como para cambiar el mundo. Hector Goldin

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Название Tan loco como para cambiar el mundo
Автор произведения Hector Goldin
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9789870116851



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Publicó más de una decena de libros (no ficción, ficción e infantiles) para editoriales como Atlántida, Longseller, Abran Cancha, Paidós, Grijalbo, etc.

      – Dirige hace 20 años una consultora de prensa y redes sociales.

      Héctor Goldin

      – Ingeniero Electrónico (UBA, 1974).

      – Presidente de Maxim Software SA, Apple Premium Reseller, fundada en 1987.

      – En sus primeras intervenciones con Apple, desempeñó la función de contacto con los desarrolladores argentinos, tarea que en la empresa llamaban “evangelizar”. Este rol “religioso” consistió en sembrar las virtudes de la interfaz gráfica de Apple frente a las dificultades de las tradicionales.

      – Brindó conferencias en los eventos Macworld de San Francisco y Nueva York.

      – A partir de 2008, y tras la designación de Maxim como Apple Premium Reseller, la mayor categoría de revendedores de la marca, Goldin ha colaborado muy de cerca con los directivos de la división Apple de Latinoamérica y el Caribe para presentar a los usuarios de Argentina los productos Apple con el mejor nivel internacional.

       Agradecemos la inestimable colaboración de Marcia Tomas, sin cuya pasión hubiera sido muy difícil avanzar entre las ideas.

      Las mentes brillantes cambian la historia, no lanzan productos ni obtienen ganancias millonarias. Cuando un desarrollo es capaz de crear una nueva realidad, casi adivinando aquello que las personas desearán en el futuro o el modo en que querrán vivirlo, está creando paradigmas.

      El fallecimiento de Steve Jobs inspiró numerosos artículos y libros sobre su vida; sin embargo, el enfoque central ha sido sobre su capacidad empresarial o sobre sus actitudes idiosincráticas. De lado quedó la posibilidad de explicar sus ideas transformadoras y sus logros concretos. Aquellas que eran la base del objetivo primordial de Steve Jobs –tantas veces citado– de cambiar el mundo. Con esa omisión, se abandona un principio esencial de su espíritu: lograr que la humanidad pueda resolver sus necesidades y alcanzar sus aspiraciones mediante el uso de tecnología avanzada, pero accesible y comprensible para cualquier persona.

      Hacer un camino nuevo, inimaginable, que sorprenda a las generaciones posteriores, como los aviones ideados por Da Vinci, es una experiencia relativamente escasa a lo largo de la historia. Y difícil de mensurar para los coetáneos. Otra coincidencia entre Jobs y Da Vinci, quien fue simultáneamente artista, ingeniero e inventor, es su ubicación en la intersección de las humanidades con la tecnología, capaz de hacer de una computadora una obra de arte y de crear una herramienta inigualable para los artistas.

      Este libro emprende el desafío de relatar el modo en que Steve Jobs, a través de los equipos de gente que dirigió en Apple, NeXT y Pixar, se ubicó siempre en esta perspectiva, y cómo logró, exigiendo al máximo la tecnología disponible en cada momento, que esta pudiera cumplir su objetivo humanístico transformador.

      Se relatarán los logros humanos obtenidos con su injerencia y el estadio al que llegó hasta su fallecimiento, contemplando desarrollos que lo sobrevivirán por años. Se propondrá una forma de comprender la tecnología que nos circunda de un modo “jobsiano”, permitiendo que esté al alcance de todo lector.

      También se analizarán algunos objetivos que no se cumplieron a raíz de su muerte y qué desafíos podrán quedar para la creatividad de futuros innovadores que levanten su posta y continúen el camino en pos del avance de la humanidad.

      La génesis de la semilla

      Como si se tratara de emular la historia de la humanidad, una Eva fue la primera responsable del protagonismo adquirido por la manzana tecnológica. Desde la perspectiva histórica de la tecnología informática, una mujer dio el primer paso hacia el concepto universalista e integrador que desarrollará Steve Jobs mucho tiempo después.

      Lady Ada Lovelace fue quien, ya en 1851, percibió que el descubrimiento de la computadora moderna podía ir mucho más allá del mero cálculo, para influir en cuestiones más humanas como la música. Fue la primera persona en situarse en esta intersección de la tecnología con las humanidades.

      La dama trabajó como asistente del matemático inglés Charles Babbage (26/12/1791 - 18/10/1871), pionero en el diseño de una computadora “moderna” (no en el sentido de los detalles constructivos, pero sí en el principio de funcionamiento). La máquina de Charles Babbage –que nunca se llegó a construir– cumplía con los requerimientos de lo que se consideró una computadora.

      Nos situamos en el siglo XIX. Augusta Ada Byron King, condesa de Lovelace (Londres, 10/12/1815 - Londres, 27/11/1852), se convertía en aquel entonces en la primera programadora en la historia de las computadoras. Su padre la dejaría a los dos meses de edad al separarse de su madre Annabella Milbanke Byron. En medio de un universo machista, de todos modos siguió estudios particulares de matemáticas y ciencias, bajo la tutela de Augustus De Morgan, primer profesor de matemáticas de la Universidad de Londres.

      Para pensar en tecnología por entonces, era preciso ser autodidacta e interrelacionar conocimientos dispersos. Sus aportes se iniciaron merced a su tarea como asistente de Charles Babbage. La idea surgió a partir de algunas máquinas textiles y, sobre todo, del telar creado por Joseph Marie Jacquard (Lyon, 7/7/1752 - Oullins, 7/8/1834), inventor francés quien daría nombre a su invención: el telar automatizado mediante el uso de tarjetas perforadas. Inspirado en él, Babbage pensó en hacer una máquina que pudiera calcular, pero que contuviera dentro de sí misma la forma de escribir los cálculos. Este paso de “hacer algo adentro de sí mismo” fue revolucionario.

      Antes de este hito, el inventor dejaba documentado mediante planos y especificaciones técnicas todo el proceso de la máquina que creaba, porque no era posible programarla. El ingeniero escocés James Watt, por ejemplo, inventó algunos equipos que se podrían llamar “inteligentes”: el regulador o gobernador de Watt es uno de ellos. Consiste en una válvula regulable que al girar más rápido se cerraba y que más tarde se conoció como “realimentación negativa”. En ese punto de la evolución tecnológica, se podía decir que dicha máquina actuaba con cierto nivel de inteligencia, porque al girar más rápido reducía la cantidad de vapor que permitía pasar, y al girar más lento la aumentaba. El mecanismo, entonces, permitía regular la velocidad a través de la realimentación negativa, un concepto que se convertiría en clave para la evolución de los sistemas como un principio de acción inteligente.

      El mencionado telar de Jacquard a base de tarjetas perforadas podía construir distintas clases de hilados. Aunque debía ser operado por una persona, era posible configurarlo según los tipos de tela y los patrones de hilado, un proceso que, podría decirse, contaba con cierto nivel de programación.

      Con esos rudimentarios antecedentes, aunque muy inspiradores para los pensamientos inquietos, a Babbage se le ocurrió desarrollar una máquina capaz de variar los cálculos que hacía en función de una programación. Para ello, contrata a Ada Lovelace, quien visitaba su taller desde su juventud.

      Por aquel tiempo, Inglaterra era un hervidero de creativos ávidos de inventar. La multidisciplinariedad era un lugar común. Un mismo personaje aprendía de mecánica, sumaba estudios de física, indagaba los principios de la química... Desde todos los ámbitos, se aguardaban progresos y la idea de mecenas, que en algún momento de la historia se afirmó en el arte, llegó a las disciplinas técnicas. La corona inglesa seducía a los inventores todo el tiempo, proponiendo equipos para crear a cambio de un premio en dinero. Tanta inquietud hizo crecer la participación de las personas y convirtió en tentadoras a las nuevas áreas de estudio.

      Ante ese escenario, y seducido por los primeros pasos dados, Babbage empezó a buscar el modo de hacer cálculos, un tema que lo cautivaba: una persona podía pasar años haciéndolos,