Название | Lawfare, o la continuación de la política por otros medios |
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Автор произведения | Gabriel Chamorro |
Жанр | Социология |
Серия | Sociología y Política |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789871895571 |
De aquellas y recurrentes guerras comerciales entre EE.UU y Japón, la Unión Europea, Brasil, Canadá, por la telefonía celular, trigo, patentes medicinales, gas, petrodólares, petroquímica, etc., a la actual entre EUA y China por temas arancelarios (tecnología 5G consagrada en Huawei), existe la constante de lo que modernamente se vino a resguardar: la expansión del capital luego de la Segunda Guerra Mundial.
El Fondo Monetario Internacional se creó 1944 tras los acuerdos de Bretton Woods a fin de evitar la guerra de las devaluaciones compensatorias. De tal modo, después de dicha guerra, algunos victoriosos generales británicos pasaron a las juntas directivas de la industria: el general Brian Robertson dirigió la British Rail; el mariscal de Aire, lord Douglas, se hizo cargo de la British European Airways; y el general de división, Dunphie, estuvo al frente de Vickers. En igual época, los victoriosos generales norteamericanos Mc Arthur y Lucius Clay, pasaron a dirigir negocios nacionales. Mientras que los japoneses y alemanes al tener –en este sentido–, la ventaja de contar con jefes militares desacreditados y destrozadas sus industrias, aprendieron de la derrota teniendo que volver a organizar su estrategia para la supervivencia económica y sublimar sus instintos guerreros en la expansión industrial. Modelaron una organización comercial sobre la base de una tropa industrial dinámica, sin las jerarquías rígidas y burocráticas de sus vencedores, pasando a realizar estudios mucho más profundos que sus enemigos. Los japoneses pusieron empeño en el factor sorpresa y velocidad, situándose detrás de las líneas enemigas. Y cuando las tropas de choque de su industria empezaron a invadir Norteamérica con coches pequeños, con la electrónica o con ordenadores, los ejércitos industriales norteamericanos tardaron mucho en volver a replegarse. Primacía del toyotismo.
Pero no eran sólo los extranjeros los que estaban desafiando a esos batallones corporativos americanos: una nueva generación de inversores norteamericanos, como T. Boone Pickens,2 Carl Ieahn3 o Ted Turner,4 estaban descubriendo una forma de piratería comercial hasta entonces desconocida y que podía, también, infiltrarse en bandos enemigos persuadiendo a los accionistas para que se amotinaran y desertaran. No obstante, suponer que con el fin de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética los conflictos globales se dieron por concluidos es un error. Se reeditaron en otros territorios a escala menor y en distintos lugares del planeta: Siria, Libia, Crimea, Irak, Afganistán, Chechenia, son algunos de los casos.
“El discurso político de sectores ultraderechistas parecen ensayar un revival de aquellos años de enfrentamiento Este – Oeste. Da la impresión de que se reviven los escenarios de la Guerra Fría por la emergencia de China, como si hubiera otra vez dos potencias que dirimen entre ellas el poder y todos los demás estamos como satélites alrededor… La lucha entre ellas también es distinta, la llamamos ‘guerra comercial’… Pero si uno mira la Guerra Fría vemos que toda esa estructura que se creó después de 1945 y que impulsó EE.UU, sigue vigente. El TIAR, OEA, hasta la OTAN, esa estructura que sigue siendo la de la Guerra Fría…”.5
Teatros post bélicos no tan nuevos remozados y desplazados a otras geografías; espías reciclados en guerras virtuales (y de las otras); armisticios políticos para evitar el choque material; reconversión de armamento en operaciones bursátiles; mutación de cargos militares en hombres de negocios; excedentes comerciales; maneras político–económicas de resolver procesos de acumulación de capital más crisis financieras; modificación del mapa mundial y del escenario geopolítico; en definitiva la guerra aparece como un todo reordenador de lo existente en el seno de nuestras sociedades modernas; verdadero demiurgo de las derechas – conservadoras.
Nótese que se extiende a múltiples usos la noción de “guerra”. Así tenemos la “guerra contra el crimen”, la de “pobres contra pobres”, contra las drogas, del petróleo, por el agua, el litio, “guerra de pandillas”, “guerra bacteriológica”, contra el narcotráfico, la inmigración y el terrorismo. Cualquier querella tiene derivaciones de lenguaje blindado: “desembarco de tal o cual empresa en determinado país”, “ultimátum frente a los subsidios” por “aumentos de tarifas”, “batalla contra el hambre”, por las patentes, licencias o usos comerciales, etc. En tanto, en épocas electorales tenemos a candidatos que esperan resultados en sus “bunkers”, que se “alistan” y “pertrechan”, mientras que resistir en un cargo el despido puede ser un “atrincheramiento”. Dentro de este esquema podríamos evocar a la guerra más larga de la historia sin enfrentamiento militar real en un campo de batalla entre sus contendientes: la “Guerra Fría” que abarcó una confrontación científica, espacial, económica, ideológica e industrial.6
Con independencia de excesos semánticos o de metáforas bélicas que nos salpican a diario, resulta que opera un denominador común en la fraseología referida, detectándose, a su vez, intersticios entre guerra, derecho, comercio y política. Se trazan campos de análisis sin límites precisos en estas nociones dado que la guerra tiene un derecho y el derecho nació como forma reglamentada de hacer la guerra; arbitrándose los medios con que hombres y mujeres pasarían, en adelante, a resolver sus conflictos. Las guerras particulares arcaicas y los enfrentamientos privados medievales pasarían a concentrarse en manos de un poder externo, de un tercero: el Estado y el Juez.
No cabe pensar en análisis estáticos acerca de cualquier definición que quiera hacerse de una teoría del estado. La naturaleza constitutiva, su génesis es decididamente violenta, remite y nace de enfrentamientos sociales y de la confrontación de elementos materiales. Soslayar este carácter implica ingresar en el obstáculo teórico del pacto o contrato social. En última instancia, encontraremos análisis referidos a las derivaciones de los enfrentamientos materiales, pero rara vez a ellos mismos como eje central. Este es nuestro punto de llegada y de partida, caso contrario caeríamos en una interpretación ahistórica que observa la constitución del Estado como una regularidad de las relaciones históricas, propias de la mecánica clásica o del evolucionismo darwiniano.
De igual modo que la economía clásica basaba su teoría en el marco de las relaciones sociales de cambio –el mercado– , por ser éste el ámbito de relaciones sociales entre iguales –los propietarios de mercancías–, analógicamente Clausewitz presupone una teoría del poder que se reduce al espacio social –la política– de las relaciones sociales entre iguales: los ciudadanos. ¿Por qué Clausewitz? Sencillamente porque le otorgó al discurso de la guerra un marco teórico riguroso, y sobre dicha beligerancia, a su vez, a fines del siglo XVIII configuró la explicación del origen del Estado – Nación.7 Foucault, en cambio, en su curso del 7 de enero de 1976, optó por utilizar a Clausewitz para diagramar parte de su hipótesis acerca de Nietzsche.8
1. La estrategia, el momento de la guerra
La táctica, la encrucijada de la política
Hagamos un alto antes de reanudar la secuencia decretada entre los espacios comunes entre comercio, política y guerra, a las que le agregamos el derecho como manera de reglamentar todas ellas. Están aquellos a los que la política les resulta incómoda dado que la estrategia es la propia guerra. En consecuencia la política y el derecho surgen como obstáculos para la guerra. Foucault lo explica:
“Es posible que la guerra como estrategia sea la continuación de la política. Pero no hay que olvidar que la “política” ha sido concebida como la continuación, si no exacta y directamente de la guerra, al menos del modelo militar como medio fundamental para prevenir la alteración civil. La política, como técnica de la paz y del orden interno, ha tratado de utilizar el dispositivo del ejército perfecto, de la masa disciplinada, de la tropa dócil y útil, del regimiento en el campo y en los campos, en la maniobra y en el ejercicio. En los grandes Estados del siglo XVIII, el ejército garantiza la paz civil sin duda porque es una fuerza real, un acero siempre amenazador, pero también porque es una técnica y un saber