Название | Por tierras de Antequera |
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Автор произведения | María Antonia López-Burgos del Barrio |
Жанр | Книги о Путешествиях |
Серия | |
Издательство | Книги о Путешествиях |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416110162 |
Como no teníamos intención de permanecer aquí mucho tiempo, no llevábamos cartas de presentación, con lo cual, en lugar de pasar las tardes en las animadas tertulias de las señoras, nos hemos quedado en nuestra posada solitaria, y por lo tanto no puedo ofrecer ninguna descripción de la sociedad o de las costumbres de los habitantes más allá de hacer justicia a algo de lo que todos los españoles hacen gala; decir que éramos ingleses era suficiente para atraernos cortesía y amabilidad de todos aquellos que conocimos.
El vino que se produce en esta zona es todo del tipo dulce, muy turbio y nauseabundo. Abundan los olivos y el aceite que se obtiene, con toda la falta de cuidado que he mencionado con anterioridad, es un artículo de gran importancia comercial con la mayoría de las zonas del norte, quienes a cambio mandan trigo.
En esta ciudad hay gran número de fábricas de sargas, que suministran a los pueblos de alrededor esos artículos tan útiles del ajuar femenino. También se hacen aquí algunos tejidos, lienzos y sombreros, pero como se trata de fábricas a pequeña escala y son casi todas ellas más para el consumo interior que para el comercio casi no merecen el que yo las describa. Mañana emprenderemos la subida de las magníficas montañas rumbo a Ronda a donde espero llegar en dos días, si no nos rompemos la crisma o no nos entierra la nieve.
De Antequera a Álora y Casarabonela
La siguiente carta fue escrita en Casarabonela y en ella se describe el Torcal y los pueblos de Álora y Casarabonela con la bella situación de este último.
Almorzamos pronto con la intención de dejar Antequera ya que nos habíamos propuesto llegar a Álora esa noche. Ni siquiera las insinuaciones del guía nos habrían inducido a aplazar nuestro propósito si la afortunada irrupción de un tremendo chaparrón no nos hubiese hecho tomar la determinación de esperar hasta la mañana siguiente. Al amanecer salimos a pie de la posada y pedimos que los caballos nos siguieran. Ascendimos por la montaña que hay por encima de la ciudad y nos llevó algo así como una hora y media llegar hasta la cima, momento en el que los caballos nos alcanzaron. Hacía un frío terriblemente intenso ya que el viento soplaba desde una montaña nevada hacia el sur de la que habíamos cruzado. Después de bajar durante aproximadamente una hora, pasamos por un pequeño acueducto construido por los árabes y con cuyo trazado nosotros no estábamos muy de acuerdo. Para mí parecía que había sido levantado con el propósito de llevar agua hasta la ciudad de Antequera a través de un trayecto sinuoso rodeando las montañas, y de hecho, algunas torretas árabes en las laderas de las montañas parecían indicar su curso.
Álora
Vimos a la izquierda un espectáculo singular denominado El Torcal; está situado en la cumbre de una elevada montaña y tiene la apariencia de una gran ciudad en ruinas, con calles regulares, grandes iglesias, y enormes edificios públicos. Sin embargo, no es nada más que un conjunto de rocas de mármol blanco, que es tan extenso que quien entra en él sin conocer las veredas corre el riesgo de perderse en el laberinto del que no podría salir sin gran dificultad. Continuamos camino a través del escenario más agreste que se pueda imaginar y por los caminos más espantosos y nos alegramos de haber desistido la tarde anterior de emprender esta jornada en la que la noche se nos hubiese echado encima y, con toda probabilidad, habríamos estado perdidos de un lado para otro durante toda la noche. Cuando se va a llevar a cabo un trayecto en estas zonas montañosas no es nada seguro calcular el tiempo que llevará teniendo en cuenta la distancia establecida. Cuando se va por carreteras buenas, es posible hacer una legua a la hora pero en esta zona media legua a la hora se considera viajar a bastante buen paso.
A las cuatro o cinco horas comenzamos a descender y el rico valle de Álora apareció extendido ante nosotros, con la ciudad de ese nombre en la ladera de una montaña que se levantaba enfrente.
La llanura es muy fértil y está regada por un bonito río que la atraviesa formando meandros, en cuyas riberas se pueden ver gran cantidad de huertos plantados de naranjos y limoneros. En un elevado promontorio desde el que se domina este delicioso valle, un monasterio, rodeado de jardines y huertos y regado por varios arroyos cristalinos, presentaba una escena que era imposible contemplar sin admirar los encantos del clima y casi con el deseo de pasar el resto de nuestra vida en un lugar tan agradable.
Llegamos a Álora, a cuatro leguas de Antequera, después de un fatigoso camino a caballo de siete horas. Las calles del pueblo son tan empinadas que nosotros tuvimos miedo de que pudiéramos sufrir un accidente al ir subiendo y bajando antes de llegar a la posada. El pueblo tiene unos cuatro mil habitantes, que subsisten con lo que producen la llanura y las montañas que lo rodean; cuyos productos además contribuyen al comercio de Málaga, hacia donde se llevan a lomos de acémilas. Parece ser, por varias inscripciones encontradas en Álora, que era un municipio de los romanos y que fue residencia de una distinguida familia; siendo uno de sus miembros, Caius Fabious Vibianus, Decemvir de este lugar que entonces se llamaba Iluro y quien levantó una estatua que aún se conserva en honor de su madre.
Mientras nuestros sirvientes fueron a las distintas tiendas a comprar nuestra comida, subimos a lo alto del antiguo castillo, que está situado en una colina de forma cónica y desde donde se domina el pueblo y el cual, antes de la invención del cañón, no se podía alcanzar desde ninguna otra elevación: es muy grande y los cimientos y la parte más baja de los muros están construidos con ladrillos romanos, pero la parte superior es evidentemente árabe, como lo prueba sin lugar a dudas el arco con forma de herradura que hay en la entrada. A ambos lados tiene un precipicio de casi cuatrocientos pies que le da la apariencia de las fortalezas de las montañas construidas en la India.
Mientras estábamos tomando nuestra comida casera en la entrada de la posada, los políticos del lugar, atraídos por el hecho de que algunos ingleses habían llegado, se arremolinaron a nuestro alrededor y comenzaron a pedirnos que les diéramos noticias; aunque tenían curiosidad, ellos no fueron impertinentes; y la expresión de odio hacia los franceses y la gratitud hacia nuestro país, no fueron en absoluto desagradables para nuestros sentimientos. Nunca jamás estuve más sorprendido con la ampulosidad española que en esta ocasión. El portavoz del grupo los arengó en términos grandilocuentes; y dijo, que si no hubiese sido por la intervención de Inglaterra, Málaga y toda la provincia habrían sido conquistadas por el enemigo el año pasado y que ahora solo los ejércitos ingleses eran los que evitaban que fueran destruidos. Continuó su arenga declarando que él hacía poco tiempo que había estado en Inglaterra (queriendo decir en Gibraltar, que la gente de este lugar designaba por ese nombre) donde vio al General, señalándome, encabezando diez mil hombres, todos vestidos de color escarlata, y que avanzaban como si de un solo hombre se tratara; que él vio al Coronel, señalando a Mister Michell, al frente de cientos de cañones que los hombres movían con la facilidad de un mosquetón; y continuó elogiándonos de forma tan exagerada y profiriendo una sarta de deseos piadosos para nuestro bienestar que hicieron que toda la escena fuese completamente ridícula para nosotros, aunque resultó muy interesante para el resto de la audiencia. Él execró a la Junta y a los oficiales españoles, y concluyó con una afectada mueca y con un movimiento característico del dedo: “los oficiales españoles no valen nada, no valen nada”.
Di muy poca importancia a estas y a similares observaciones, consciente de que no eran indicativas de patriotismo, y me di cuenta de que eran más bien ilustrativas de las costumbres que de cuestiones políticas; que eran más bien pruebas de la manera de ser,