Pablo: Reavivado por una pasión. Bruno Raso

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Название Pablo: Reavivado por una pasión
Автор произведения Bruno Raso
Жанр Документальная литература
Серия Lecturas devocionales
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877982824



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alternativos y se apropian de placebos, es decir, de una sustancia que carece de actividad farmacológica, pero que puede tener un efecto terapéutico cuando el paciente que la ingiere cree que se trata de un medicamento realmente efectivo. Desde luego, el placebo no cura la enfermedad primaria real, sino que solo puede aliviar síntomas superficiales.

      En esencia, el pecado es el gran destructor de la paz; esto es, la separación de Dios nos lleva al egocentrismo, la idolatría, el temor, la ansiedad y el odio. La paz completa es un don de Dios y se mantiene en el tiempo a través de una relación de comunión permanente, por medio del estudio de la Biblia, la oración, la meditación y el testimonio.

      Necesitamos paz, perdón y el amor del Cielo. Esto es algo que no se consigue con dinero, ni con inteligencia, ni con sabiduría ni con esfuerzos personales. “Dios los ofrece como un don, sin dinero y sin precio. Son vuestros, con tal que extendáis la mano para tomarlos. El Señor dice: ‘¡Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fuesen rojos como el carmesí, como lana quedarán!’ ‘También os daré un nuevo corazón, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros’ ” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 49).

       Muy pronto la paz será definitiva y eterna; mientras tanto, no uses placebo. El remedio es inmejorable.

      Acceso directo

      “Por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:2).

      En ocasión de una emergencia planteada en cierta ciudad, el Pr. Víctor Peto (un amigo, quien además era un gran hombre de Dios, y hoy descansa en la bendita esperanza) estaba conduciendo a un grupo para prestar un servicio en esa comunidad. En su recorrido, se cruzó con el mismísimo presidente de la Nación, le extendió la mano y le dijo quién era. El primer mandatario, sin soltar su mano, agradeció la labor con estas palabras: “Yo sabía que los adventistas estarían aquí, siempre son los primeros en llegar cuando la gente necesita ayuda”.

      Un servicio desinteresado y bien realizado siempre abre puertas y facilita la entrada. Vivimos en una sociedad de puertas y corazones cerrados. Las fronteras tienen fuertes controles; hay barrios y condominios cerrados, con lugares más costosos de adquirir porque, en teoría, son más seguros. Hay llaves, tarjetas, dispositivos y huellas digitales que nos abren puertas.

      Solo Pablo utiliza la palabra “entrada”, tanto aquí como en Efesios. Otras versiones de la Biblia usan la palabra “acceso” o “presentación en la misma presencia de Dios”. La fe nos abre la puerta para entrar en la gracia divina. No fuimos solos, fuimos llevados de la mano de Jesús.

      Es como la entrada de un barco al puerto, donde las boyas flotantes marcan el canal de acceso. A veces, por causa del mal tiempo, están cubiertas por la marejada y el canal no es visible. Pero el práctico (operario naval encargado de asesorar al capitán en las maniobras de entrada y salida del puerto) conoce la profundidad y los escollos o rocas; sabe a qué velocidad encarar y cómo guiar la entrada segura al puerto deseado. Cristo es nuestro “practico”, que lleva nuestra embarcación al puerto del Trono de Dios.

      En algunos lugares solo es posible entrar con una ropa adecuada. Cristo nos vistió con el traje de su justicia, a fin de que podamos entrar donde no teníamos ningún mérito para ello. El pecado nos cerró la puerta y nos destituyó de la gloria de Dios. La gracia nos abre la puerta y nos lleva a la misma gloria de Dios.

      El documento de acceso no es temporario, no tiene fecha de vencimiento y no está sujeto a visados especiales. El acceso es completo. No somos llevados a la cámara del Rey para tener una entrevista, sino para permanecer para siempre con él.

      “El Señor nos anima a depositar ante él nuestras necesidades y perplejidades, nuestra gratitud y nuestro amor. Cada promesa es segura. Jesús es nuestra Garantía y Mediador, y ha colocado a nuestra disposción todos los recursos a fin de que podamos tener un carácter perfecto” (Elena de White, En los lugares celestiales, p. 20).

      Felices en las pruebas

      “Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3).

      ¿Cómo es posible alegrarse en las tribulaciones? La palabra tribulación viene de “tribul”, que era un pedazo de madera utilizado para golpear y separar el pasto de la paja. Así, se separaba la paja, que era más liviana. Los golpes de la vida nos dejan presionados, acongojados, afligidos y aplastados. Es decir, atribulados.

      Ni Pablo ni el Señor han prometido a los creyentes que estarían libres de problemas. No promete la Biblia librarnos del horno de fuego, pero sí que Alguien estará a nuestro lado y utilizará ese sufrimiento para fortalecer nuestra fe, perfeccionar nuestro carácter y llevarnos a testificar del poder de Dios. No tenemos que provocar el sufrimiento ni buscarlo, como si eso nos agregara méritos. Dios no es el originador del dolor; solo lo permite y lo encauza siempre con un propósito de eternidad.

      Quizá ningún otro seguidor de Cristo haya sufrido tanto por causa del evangelio como Pablo. Él sabía por experiencia propia lo que la tribulación produce: lleva a la paciencia, la resistencia y la perseverancia.

      El hombre pecador ve en el sufrimiento a un Dios indiferente, distante y castigador. No percibe el propósito escondido. Cristo enfrentó el dolor y la injusticia con valor y entereza. El hijo de Dios, justificado por su gracia, se regocija en la adversidad porque ve en ella una oportunidad de crecimiento, de mayor dependencia y de dar testimonio. Las pruebas y las aflicciones que son soportadas con paciencia muestran que nuestra fe y nuestro carácter son genuinos. La fe se hace más fuerte; y la esperanza, más firme.

      Bien decía el sabio Salomón que el oro se purifica en el fuego (Prov. 17:3); así como nosotros en el sufrimiento, si corregimos la conducta y ponemos nuestra confianza en el Señor. Un antiguo refrán dice: “No todo lo que brilla es oro”. ¡Cuidado con guiarnos por las apariencias, ya que no todo lo que parece bueno o valioso es tal! El color o el brillo no aseguran que sea oro. En contraste, existe el oropel, una lámina de cobre o latón que suele utilizarse para aparentar oro.

      El fuego purifica y pone a prueba nuestra fe. Ahora bien, cuando somos probados, ¿somos también aprobados?

       Señor, ayúdame a no brillar como el oropel, que parece oro pero que no lo es, sino como el oro auténtico. Que tus propósitos se cumplan en mí y que cuando mi fe sea probada, por tu gracia, sea aprobada.

      Adán versus Cristo

      “No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Romanos 5:14).

      ¿Cuál es el descubrimiento más grande de la historia? Algunos hablan del fuego, de la rueda y de la imprenta. Otros, de la computadora y de Internet. Pero Pablo, en Romanos 5, habla de dos acontecimientos y dos personas que marcaron la historia.

      Se trata del primer Adán y de Cristo, el segundo Adán. Uno es el gran perdedor; otro, el gran ganador. Uno es el fracasado; otro, el victorioso. Uno es quien fundó y fundió la raza humana; otro, el que la redime y la refunda. Uno nos llevó a la muerte; el otro nos lleva a la vida.

      Por uno perdimos el Edén y la herencia; por el otro recuperamos la herencia y el nuevo Edén. Por uno terminó todo lo bueno; por el otro terminará todo lo malo, y lo bueno será recuperado para siempre. Uno viene de la Tierra, el otro viene del cielo. Por la desobediencia de uno entró la muerte, y por la obediencia del otro se recupera la vida.

      Adán fue probado en un jardín hermoso; Cristo fue tentado en el desierto. El Antiguo Testamento es el “libro de las