Название | Pablo: Reavivado por una pasión |
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Автор произведения | Bruno Raso |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Lecturas devocionales |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877982824 |
John Newton era un capitán de barco. Era un hombre vulgar, tosco, blasfemo y arrogante. Miembro de la Marina Real Inglesa, se dedicaba al comercio de esclavos en las costas de Sudáfrica. Cierta noche, una tormenta abatió terriblemente su embarcación, tanto, que el miedo lo llevó a pedir a Dios un poco de misericordia. Este fue el origen de su conversión al cristianismo, y tiempo después, abandonó el comercio de esclavos y estudió Teología. En 1764 fue ordenado como ministro en la Iglesia de Inglaterra y empezó a componer himnos, junto con el poeta William Cowper. Como testimonio de su conversión, escribió el conocido himno “Sublime gracia”:
Sublime gracia del Señor, a un pecador salvó.
Fui ciego, mas hoy veo yo; perdido, y él me amó.
En los peligros o aflicción, que yo he tenido aquí,
Su gracia siempre me libró, y me guiará feliz.
Su gracia me enseñó a temer; mis dudas, ahuyentó.
Oh, cuán precioso fue a mi ser, al dar mi corazón.
Y, cuando en Sion por siglos mil, brillando esté cual sol,
Yo cantaré por siempre allí, su amor que me salvó.
¡Qué bueno es saber que Pablo presentó en aquel sermón a un Dios siempre presente, soberano, y que te ama como si fuera lo único que tuviera que atender en todo el Universo! Ese mismo Dios es quien hoy está esperando a que respondas a su sublime gracia.
7 de enero
Mi primer sermón
“Nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios nos ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús” (Hechos 13:32, 33).
Tenía trece años cuando la bendición y la misericordia de Dios, y la osadía y el apoyo de mis pastores, me llevaron a predicar mi primer sermón. Fue en un Culto de Oración, en la Iglesia Adventista de Lomas de Zamora, Buenos Aires. Aún conservo el manuscrito a mano del bosquejo sobre Josué 1:9. Recuerdo el contraste, porque, mientras por un lado estaba nervioso y temblando, por el otro intenté comunicar a la iglesia las alentadoras palabras de Josué: “No temas ni desmayes”.
¿Saben? Mi sermón terminó antes del tiempo estipulado, por una combinación de nervios y emoción debida al tremendo privilegio de invitar a la iglesia a confiar en las promesas de aquel que está siempre a nuestro lado.
De los treinta sermones que se registran en el libro de Hechos, once corresponden a San Pablo. Así, en Hechos 13:15 al 52 se registra el primer y más extenso sermón del apóstol recientemente convertido. Si lo leemos, notamos que es como una mezcla del sermón de Pedro (Hech. 2:14–39) y el de Esteban (7:2–53); y el único predicado en una sinagoga. Con notable sabiduría, Pablo presenta un bosquejo de la historia de Israel hasta David, desde los tiempos de David hasta Jesús, y concluye su mensaje con una amorosa invitación y una clara advertencia.
En su primer sermón, Pablo presenta a Jesús, cuya venida había sido profetizada por la Escritura. No obstante, los estudiosos, lejos de ver en él el cumplimiento de la profecía, terminaron siendo instrumentos para llevar a Cristo a la misma muerte. Desde luego que su muerte y su resurrección también se efectuaron con el fin de cumplir la profecía y la promesa de salvación. La muerte y la resurrección de Cristo son el asunto central en el primer sermón de Pablo, pues solo así el perdón y la vida son ofrecidos a todo pecador, que por intermedio de la fe recibe y acepta la gracia de Dios.
El sermón termina con una invitación y una advertencia. Siempre Dios nos concede el derecho a la elección, sin dejar de mostrarnos las consecuencias dispares de nuestra elección. Podemos elegir los actos, pero no las consecuencias. Podemos elegir la semilla, pero no los frutos. No podemos sembrar espinos y esperar cosechar flores. Quien siembra un acto cosecha un hábito; y quien siembra hábitos cosecha un carácter.
Según M. Henry, “cuanto mayores sean los privilegios que disfrutemos, tanto más intolerable será la condenación en que hemos de incurrir si no recibimos con fe y correspondemos con obediencia a la gracia que tales privilegios comportan”. Seamos agradecidos por las bendiciones recibidas y actuemos en consecuencia.
8 de enero
“¿Qué es lo que usted ve?”
“Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos 13:48).
Jorge navegaba su propio velero pequeño con Mirta, su esposa. Su sueño era navegar el Río de la Plata y el Océano Atlántico para llegar al famoso puerto de Punta del Este, Uruguay. Había planificado entrar en el puerto ese mediodía, en un horario de buena visibilidad. Unas seis horas antes del arribo se desató una fuerte tormenta, con vientos de frente y olas que alcanzaban los seis metros. Era su primer viaje en el océano. No tenía GPS, solo contaba con una carta náutica. Ya era casi medianoche, la visibilidad era casi nula, y la incertidumbre y el peligro iban en aumento.
En cada puerto se señaliza el canal de acceso con boyas luminosas verdes que se dejan ver a la derecha (estribor), y boyas con luces rojas que se dejan ver a la izquierda de la embarcación (babor). Las luces de la ciudad lo confundían. Se conectó con la torre de control con un grito desesperado: “Aquí, embarcación… ¡Por favor! ¡Ayuda!” Recibió una clara respuesta: “¿Qué es lo que usted ve?” Ante las respuestas del navegante, el operario de la torre respondió: “Tranquilo, lo llevaremos al puerto”. Y así, guiado, pudo dejar atrás los peligros de la noche y la tormenta, y arribar con seguridad al muelle.
Pablo tenía limitaciones en su visión física, pero sus ojos espirituales y misioneros ya habían sido abiertos por el Señor. Cuando muchos judíos rechazaron el mensaje de Pablo porque no se consideraban dignos de la vida eterna, los gentiles fueron alcanzados por la predicación. Entonces él aceptó el mandato del Señor de ser luz para los gentiles, a fin de que la salvación pudiera llegar hasta lo último de la Tierra, porque para Dios no hay últimos de la fila. Cuando estos oyeron, se regocijaron y celebraron la Palabra de Dios. Sus vidas oscuras encontraron luz, sus ojos cerrados fueron abiertos. Escucharon, aceptaron, practicaron y compartieron la Palabra.
Como Jorge y como Pablo, nosotros también navegamos en una noche oscura y tormentosa. Las luces de la ciudad pueden parecer encantadoras, pero nos confunden y distraen. Nuestra única salvaguardia es llegar al Puerto seguro. “¿Qué es lo que usted ve?” Solo hay un canal de acceso al Puerto. La voz de la torre de control es amorosa, clara y poderosa. Las luces de la Escritura marcan el sendero. Necesitamos humildad para escuchar y seguir las orientaciones.
“Solo los que hayan fortalecido su espíritu con las verdades de la Biblia podrán resistir en el último gran conflicto” (Elena de White, Consejos para la iglesia, p. 76).
Abre la Biblia y escucha la voz de Dios. Él te dice: “Tranquilo, te llevaré al Puerto”.
9 de enero
Llenos de gozo
“Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hechos 13:52).
¿Es posible en la época en que vivimos hablar, escribir y –sobre todo– experimentar una vida de pleno gozo? ¿Cómo mantenernos gozosos en medio de tantas angustias e incertidumbres? Pocos han sufrido tanto en la vida como el apóstol Pablo; sin embargo, es él mismo el que dice que estaba lleno de gozo. Este es un concepto que él presenta en sus escritos de manera reiterada.
El diccionario