Название | La democracia es posible |
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Автор произведения | Ernesto Ganuza |
Жанр | Социология |
Серия | El origen del mundo |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416205592 |
La curiosidad nos venció y lo buscamos por internet. Copiamos la dirección web de la foto que habíamos sacado y… sorpresa. Era una campaña publicitaria de la Confederación de Autismo en España. Parecía una noticia de guiñol, pero efectivamente leímos la información que la Confederación había colocado allí en la web para que cualquier otro atraído por esa publicidad como nosotros leyera qué es el TEA (Trastorno del Espectro del Autismo). Frente a los estigmas que vivencian a diario, la campaña jugaba con las palabras y la referencia a unos partidos que siempre mienten para hablar sobre las múltiples capacidades que tienen las personas con TEA, destacando, entre ellas, la honestidad y la sinceridad. O sea, lo contrario de lo que la gente piensa de los partidos y sus políticos.
Estamos habituados a pensar que la política no le interesa a nadie, pero no parece que sea así si mencionamos la banalidad con la que solemos mirarla. El anuncio (los partidos políticos mienten) ponía el dardo sobre una cuestión compartida entre la opinión pública. Que la gente está harta de los partidos, porque es sabido y compartido que no son de fiar. Es algo tan popular que una compañía de publicidad utiliza ese marco en su reclamo para visibilizar algo tan distante como las personas con TEA. Que la política ha sido objeto de mofa popular desde que se inventó la política no es un problema mayor. El dilema que retrata el falso partido hoy es lo que implica esa banalidad con la que miramos ahora la política. En las conversaciones informales, los partidos se vuelven prescindibles. Y, entonces, ¿qué?
Las implicaciones de la banalidad
El 29 de octubre de 2018, durante la reunión anual del Congreso de Empresa Familiar en España, uno de los empresarios más conocidos en el país, José Manuel Entrecanales, presidente ejecutivo de Acciona, hizo un llamamiento a los empresarios a ocupar cargos públicos ante el deterioro de la política2. Pensaba que una vez un gran ejecutivo empresarial hubiera acabado su carrera, podía (o «debía») irse a la política con el fin de poner al servicio de esta la experiencia ganada en el mundo empresarial. No es raro, esto pasa más a menudo de lo que parece. El Presidente de Estados Unidos, sin ir más lejos, Donald Trump, fue antes un reconocido empresario. Berlusconi, en Italia, antes que Presidente, y mientras ejercía como tal, era un empresario.
La idea de renovar la política con personas «capaces» no es de todas maneras solo cosa de los empresarios, mayor incluso ha sido el empuje para poner experimentados profesionales en los gobiernos. El breve mandato de Mario Monti como primer ministro de Italia entre finales del año 2011 y finales del 2012 sería un buen ejemplo. Economista y Comisario Europeo durante casi once años, además de asesor de grupos empresariales como Goldman Sachs, una de las grandes corporaciones financieras del mundo, fue propuesto como primer ministro sin elecciones de por medio, en el seno de una crisis institucional en la que Berlusconi se vio obligado a dimitir. El anhelo por un gobierno dirigido por expertos tiene un recorrido más amplio que el de los empresarios. Desde hace mucho tiempo, por ejemplo, la política monetaria es habitualmente gestionada por los Bancos Centrales, cuyos cargos no son elegidos en ninguna elección, sino que son seleccionados por sus perfiles profesionales. Y la influencia de las decisiones adoptadas por los Bancos Centrales en la política es, sin duda, muy elevada, al condicionar, por ejemplo, el valor de los intereses que pagan los consumidores en sus créditos bancarios. También la investigación académica ha desvelado la creciente presencia de personas expertas y técnicas en los puestos claves de los gobiernos (ministerios), cuya presencia ha crecido ostensiblemente los últimos años3.
La política no vive su mejor momento y los hasta ahora responsables de ella, los representantes de los partidos, son criticados una y otra vez por una tarea que es calificada por muchas personas como desastrosa. El desgaste y el deterioro de la política desde la perspectiva de la ciudadanía ha incrementado las preguntas sobre la mejor forma de hacer política, lo que cuestiona constantemente el perfil de quienes deberían asumir las responsabilidades de gobierno. Se suele pensar que en esta situación el perfil profesional de una persona ayuda a salvar esa desconfianza política que tiene la ciudadanía. El problema es que esta solución vacía de sentido político el arte de gobernar.
Nos podríamos preguntar por qué pasa esto con las democracias, por qué estas siempre son objeto de crítica o por qué son tan cuestionadas cuando vienen mal dadas, como cuando se presenta una crisis económica. En momentos de crisis, la posibilidad de que un gobierno sea formado por la gente o, en su defecto, elegido por ella, enciende siempre la llama de quienes piensan que la política debería ser llevada por quienes saben, sean estos empresarios o técnicos profesionales. Las palabras de José Manuel Entrecanales ponían la guinda a una encendida defensa del valor de las y los empresarios, por su capacidad mostrada para gestionar y crear riqueza, algo que el supuesto nuevo gobierno progresista (PSOE y Podemos) por aquel entonces, recién formado después de una moción de censura a finales del año 2018, estaba poniendo en cuestión con sus medidas, destinadas entre otras cosas a recaudar más dinero a través de un incremento de los impuestos a las empresas. La idea de que la política actúa a menudo guiada por el oportunismo electoral, destinada a satisfacer a sus votantes como sugería José Manuel Entrecanales, sustenta una de las ideas más enraizadas que acorrala una y otra vez la democracia. Si en lugar de un sistema basado en la opinión de la gente tuviéramos uno basado en el saber de cierta gente, todo, se dice, iría mejor.
Sin embargo, una de las principales críticas que asola a los partidos desde hace tiempo ha sido precisamente la contraria: su progresivo aislamiento de lo que la gente deseaba o decía. Frente a la idea de «representar» a la gente, algunas investigaciones han puesto de manifiesto que la evolución de los programas de los partidos durante los últimos años ha girado en torno a las obligaciones impuestas por instituciones supra nacionales (las “responsabilidades de los Estados”)4. Esta evolución ha facilitado que la agenda política se haya visto muy condicionada por los compromisos adquiridos por el Estado, tanto por su integración en la Unión Europea, como en los foros internacionales sobre el cambio climático, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, etc. Unos compromisos que han atado y seguramente han ayudado a homogeneizar la percepción que se ha tenido sobre los partidos que se sucedían en el gobierno, pues, al fin y al cabo, el trasvase de soberanía hacia arriba (la Unión Europea o la Organización Mundial del Comercio, por citar solo dos) supone la aceptación de normas y procedimientos ajenos a un Parlamento elegido democráticamente. Todo eso ha constreñido mucho la capacidad de maniobra de los gobiernos.
Representar a la gente se ha vuelto cada vez más difícil para los partidos, no solo porque la sociedad haya cambiado, sino también porque el supuesto papel que tradicionalmente han realizado los partidos, ese de agregar las demandas y estructurar las opiniones, es cada vez peor realizado por unos partidos que progresivamente han visto cómo sus bases se desconectaban y sus vínculos con la sociedad civil se difuminaban. Por eso, gobernar implica para muchos especialistas alejarse de la ciudadanía, en tanto en cuanto la responsabilidad como gobierno impide que la agenda política del partido pueda efectivamente desarrollarse plenamente.