Название | Las griegas |
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Автор произведения | Sergio Olguin |
Жанр | Языкознание |
Серия | Avalancha |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878670522 |
―Pero eso no es ninguna virtud, mi querida Inés.
―Querido Karl, no trates de escandalizarme porque no lo vas a conseguir.
No, mi querida estúpida, solo quiero que el terciopelo te atragante y te cierre la boca. También Claudia desea que su madre se calle. Parece ajena a todo observando las revistas que hay sobre mi escritorio, pero está muy atenta. Me mira por el rabillo del ojo y sabe que mi sonrisa es para ella. Sheila aparece con dos cafés descafeinados y una Coca Cola. Los cafés son para Claudia e Inés y la Coca es para mí. Inés no para de hablar. No puedo creer que los hombres puedan dejarse engañar por esas voces aterciopeladas. No soporto que Inés intente seducirme sin considerar que ya tiene más de treinta años. Y mucho menos que crea que va a deslumbrarme con su modelito comprado en una de mis Casas. Se ha vestido con un prêt-à-porter que diseñé para Casa Lagerfeld: un saco de cheviot rojo con pollera de lana negra (muy Chanel, lo reconozco), un moño de seda y guantes de encaje, todo en negro. A Claudia también la vistió con un diseño mío: una chaqueta de cuero con costuras de fantasía, una blusa blanca de cuello cisne y un touch muy Lagerfeld: una corbata de seda azul cobalto (Coco volvería a morirse si viera algo así en su Casa). Lo increíble, lo horrorosamente increíble, es que Claudia lleva puesto un jean rotoso de origen desconocido, como todos los jeans. Esta jovencita va por el mal camino si sigue en compañía de su madre. Solo una argentina puede pensar que su hija está elegante con un pantalón de tela rústica. Claudia también es argentina, pero con sus catorce años aún no se le nota.
Fue Katty la que trajo a Claudia a mi otra Casa, a Fendi. Preparaba un desfile y quería modelos nuevas, muy jóvenes. Llamé a la agencia e inmediatamente Katty me dijo: “tengo una modelo increíble, de aquí a dos años va a ser la sensación de la agencia”. Muy rara vez Katty se equivoca. Jamás habría cometido los errores de su madre de tener modelos más dignas de un servicio de putas que de casas de alta costura. Eileen es una romántica; su hija, un talento.
Katty misma vino con las jóvenes y sin que ella me lo dijera enseguida me di cuenta de que la modelo a la que había hecho referencia por teléfono era Claudia. A simple vista se diferenciaba de las otras chicas. Su pelo castaño, sus ojos color miel que ya parecían cargar con el tedio que yo había descubierto recién a los treinta y un años. Me bastaron dos palabras (su inglés: perfecto; su voz de Ratón Mickey: deliciosa) para darme cuenta de que Claudia era tan ambiciosa como sexy. Katty tenía razón: esa chica que aún no había cumplido los quince iba a ser un genio en su género. Modelos como ella surgían una cada diez años. Podía transformar sus defectos en virtudes y en personalidad. Claudia estaba habitada por una voluntad de belleza que influía directamente sobre su cuerpo.
Claudia no se llamaba Claudia. Se llamaba Jeannette. Así la había anotado su madre en la agencia Ford: Jeannette Goldstein. Un nombre francés, un apellido judío y una jovencita desgraciadamente argentina: demasiados pintoresquismos. Le pregunté si tenía otro nombre y ruborizándose me dijo: “sí, Claudia”. “Como Claudia Schiffer” le dije y se sonrió. “Desde hoy ―le anuncié delante de las otras chicas y de Katty― te vas a llamar Claudia, vas a ser mi otra Claudia. Y no vas a desfilar para Fendi. Quiero que seas modelo de mi otra Casa. Vas a modelar en exclusiva para Chloé”. Todavía colorada, pero exultante, Claudia me dijo: “mi sueño es modelar para Chanel, como mi madre”. “Todo llega, pequeña. En Chanel solo modelan mujeres invencibles, pero no te preocupes: vos vas a ser una de ellas”.
¿Veinte, treinta, cuarenta veces? ¿Vuelvo a exagerar? ¿Cuántas veces, con inútiles variantes, repetí lo que le dije a Claudia? ¿A cuántas les había ya no prometido, sino vaticinado que las iba a convertir en mujeres invencibles? Y siempre el vaticinio se había cumplido. Se lo había dicho a Claudia Schiffer en Düsseldorf, a Christie Turlington en Londres (“su belleza ―creo haberle dicho― me recuerda a Gloria Swanson y a Pola Negri. Yo haré de usted una nueva estrella silenciosa”), a Cindy Crawford aquí en París (“usted es perfecta y totalmente fuera de moda, usted es una mujer clásica, me gustaría fotografiarla desnuda, hoy mismo”, y esa misma noche le tomé las primeras fotos), a Linda Evangelista en Viena y a tantas otras. Todas habían llegado a ser mujeres invencibles que tarde o temprano abandonaban mis Casas. Salvo Claudia y Linda, que aún guardan hacia mí una fidelidad no del todo justa. Pero ya me abandonarán ellas también y no me preocupa. Pasan como pasan mis diseños. No trabajo para durar. Destruyo mujeres vulnerables para reconstruirlas. Me gusta hacerlo, como transformar un trozo de cashmere en un sacón, por el simple hecho de concretar mis intuiciones.
Lo esencial es siempre recomenzar.
―Es una lástima ―insiste Inés―. Me hubiera gustado mucho trabajar con vos. Pero la maternidad me impidió estar en La Maison cuando llegaste. Jeannette va a poder hacerlo.
Es una suerte. A Inés jamás le habría vaticinado nada. Y no se fue de la Casa por la maternidad. Fue despedida por falta de ángel. Y todo lo que ella no tenía a Claudia le sobra.
Desde aquel primer encuentro organizado por Katty no volví a ver a Claudia personalmente hasta el día de hoy, que vino acompañada por su madre. En el ínterin participó de un par de desfiles para Chloé y la agencia Ford le consiguió ser tapa de 15 ans y de Mademoiselle. Su presencia en esas revistas era tan deslumbrante como desaprovechada por Andrew y Stephane. Andrew y sus fotos me ponen nervioso: se parece demasiado a mí cuando aún estaba en Hamburgo. Y Stephane es un chico con futuro, aunque demasiado Mondino, demasiado preocupado por hacer videoclips y acostarse con estrellitas del rock. Sé que me desprecia porque desprecia este mundo y a todos los que no cantan o no tocan la guitarra. Ni Andrew ni Stephane fueron capaces de ver realmente a Claudia. Frente a la lente de estos jóvenes pretenciosos Claudia es apenas una modelo hermosa más. Sin embargo, Mark dice que las fotos no son malas y que mi reacción es solo un ataque de celos. Es posible. Y tal vez esa sea la razón por la que elegí a Claudia para ser la única modelo de mi nueva publicidad de Photo.
―Claudia va a quedarse un par de días aquí. Vamos a hacer toda la producción en mi estudio. Lamento no invitarte a que te quedes en el hotel, pero una modelo tan exquisita como vos sabe que la presencia de una madre no es conveniente.
―Ya lo creo, Karl. Voy a ir de compras y al cine.
―Un plan perfecto. Espero verte el jueves. Podemos almorzar los tres juntos.
Inés nos besa y se va. Claudia deja la revista y me mira. Yo también la miro. El juego parece divertido porque nos sonreímos y nadie dice nada. Finalmente le pregunto:
―Tenemos todo el tiempo del mundo para las fotos. ¿Te interesa hacer algo antes?
Hace un gesto de desinterés con el rostro. Ella no lo sabe (o sí), pero estoy registrando cada uno de sus mohines para luego fotografiarlos.
―Entonces hablemos. ¿Contenta en Chloé?
―Sí. Es muy linda ropa. ¿Es verdad que Chloé era su esposa y murió cuando usted tenía 22 años?
―Es verdad ―le miento―. Tenía una enfermedad incurable. Un médico decía que solo podía sanar si olía constantemente flores. Gasté toda la fortuna que había heredado de mi padre en orquídeas, camelias, jazmines y rosas, pero fue inútil. Y cuando creé el perfume Chloé mezclé todas las flores que ella olía. Si siento que una mujer se ha puesto Chloé, no puedo dejar de pensar en ella.
Ahora su rostro se entristece. Me mira con ternura. Un nuevo silencio. No pienso decir nada hasta que ella hable.
―¿Cuál es su modelo favorita?
―Vos y Claudia Schiffer.
Se le escapa una carcajada. “No te creo”, dice tuteándome.
―¿Por qué no? Claudia Schiffer también es muy buena modelo.
Otra carcajada. Quiere arreglar la confusión, pero está muy contenta. No deja de ser un poco decepcionante ver que una chiquita de catorce o quince años es tan fácil de halagar (y de la misma manera) como una mujer de treinta.
―Quiero que me hables de ella.