Los niños escondidos. Diana Wang

Читать онлайн.
Название Los niños escondidos
Автор произведения Diana Wang
Жанр Документальная литература
Серия Historia Urgente
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789873783944



Скачать книгу

sea que sus aspiraciones de ascenso eran limitadas. Una vez en París se puso su propio banco.

      Mi padre decía que no le gustaba Viena porque todos eran nazis. Mis recuerdos son tanto de París como de Viena, porque ahí íbamos a pasar las vacaciones con mi bisabuela materna, de cuya casa me acuerdo muy bien.

      Vivíamos como católicos. Supe que no lo éramos –y solo parcialmente– recién en la Argentina durante mi adolescencia. Una vez, cuando tenía siete años, les mostré a mis papás una estampita de la Virgen que había cambiado por una lapicera. No dijeron nada, solo se miraron, ahí percibí algo raro.

      Mi mamá era húngara, había nacido en 1910 y su apellido era bien judío, pero nunca lo reconoció así. Mi apellido para mí es francés. Yo no sabía en mi infancia que éramos judíos y todavía hoy es un tema conflictivo.

      Alberto Danon (1935, BIELINA, YUGOSLAVIA)

      Bielina significa blanco y está en la frontera de Serbia. Era una ciudad de 30 ó 40 mil personas, cerca del río Drina, donde la gente se bañaba.

      Era una zona montañosa. Mi papá, el menor de trece hermanos, había hecho el secundario en Viena y tenía un comercio de géneros que se llamaba Manufacturas Danon. Mamá era de Turquía, de origen búlgaro. Su padre fue un judío búlgaro, Behar, nacido en Salónica. Somos sefaradíes. En casa se hablaba yugoslavo, pero cuando los grandes querían que no entendiera hablaban dyudeo o alemán [ver recuadro p. 43].

      De chico me decían tchifut, una manera despectiva de decir judío. También me decían abesinats, abisinio, porque era negrito. La mayoría de los yugoslavos son morochos, pero los croatas son rubios.

      No llegué a ir a la escuela en Yugoslavia. Era el hijo mimado, era sano, me cuidaban mucho. Mi comida favorita eran los tomates y morrones rellenos, los filovany paprike. Ahora que recuerdo, fueron las últimas palabras de mi padre. Cuando lo llevaron donde reunían a los hombres para deportarlos al campo de concentración, yo fui con él y desde adentro de una cabaña me dijo: “Decile a mamá que me haga filovany paprike”. Será que por eso me gusta tanto esa comida.

      Irene Dab (1935, VARSOVIA, POLONIA)

      Vivíamos en pleno centro, en un departamento. Nuestro edificio estaba al lado del famoso Hotel Polonia, un hotel antiguo, señorial, que todavía existe. A pesar del bombardeo que destruyó casi por completo a Varsovia, este hotel, como alojaba a la alta jerarquía nazi, quedó intacto.

      Papá vendía productos farmacéuticos al por mayor y también instrumental de cirugía. Solía viajar bastante. Sé que había estado en Rusia y en Alemania.

      En casa se hablaba polaco, mamá no sabía idish. Vivíamos con mi abuela y tía maternas, porque mi abuelo se había separado de mi abuela y había emigrado hacia la Argentina. De la familia de papá casi no me acuerdo. Vivían en Kielce y nos veíamos muy poco. Sé que eran religiosos, que mi abuelo se casó dos veces y que tuvo en total trece hijos, pero que solo sobrevivieron dos, mi papá y un hermano suyo.

      Mis padres eran socios de un club de bridge y los fines de semana jugaban a las cartas. No eran religiosos y eran abiertos: no restringían sus relaciones al mundo judío.

      Michel Neuburger (1936, PARÍS, FRANCIA)

      Nací dos años antes de que empezara la guerra. No recuerdo nada de mi vida antes de que escapáramos al sur de Francia. No me acuerdo nada de mi casa. Lo único que tengo es una foto del edificio donde vivíamos. Cada vez que voy a París voy allí, saco la foto y toco la pared. No sé qué espero encontrar.

      No tengo ningún recuerdo de mis primeros años. La primera vez que volví a Europa, en noviembre del año 70, fui a la clínica en la que nací. Cuando llegué me atendió una anciana que me explicó que aunque todavía estaba el cartel, Accouchement, que quiere decir parto, la clínica ya no funcionaba más. Fui porque quería buscar el fichero de los nacimientos. Quería ver si figuraba, quería ver mi nombre, apellido y la fecha de nacimiento, el nombre de la doctora que me trajo al mundo. No porque no supiera estos datos, los tengo en mi partida de nacimiento. Es una cuestión sentimental. No me lo puedo explicar. Lamentablemente no lo pude encontrar.

      Maurice Aizensztajn (1938, SEDAN, FRANCIA)

      Tenía un hermano seis años mayor. Mis padres tenían un auto, eran comerciantes bastante adinerados.

      En Sedan vivíamos en el 5 Rue De L´Horloge y cuando nos instalamos en Niort, donde fuimos a refugiarnos, mis padres alquilaron un departamento que tenía dos dormitorios, una cocina comedor y era en el 5 Rue Du Soleil. Recuerdo que mi papá salía con mi hermano y yo me metía en la cama con mi mamá y me acuerdo de tomar la teta como hasta los dos años. Mi madre me tenía adoración, para darme de comer me tenía en brazos. Recuerdo que mi padre era muy severo y tenía un cinturón, así que cada tanto le daba a mi hermano. También me acuerdo cuando empecé el jardín de infantes, que mi papá quería que yo fuera y yo lloraba porque no quería ir, mi mamá le decía que me dejara pero me llevó igual.

      Supongo que el idioma que se hablaba en casa era idish porque cuando llegué con mis padres adoptivos decía muchas palabras en idish. Por ejemplo les pedía schmaltz, grasa, y ellos no sabían lo que era. Mis padres también hablaban francés. Eran de Polonia y habían llegado a Francia en los años 20.

      Claudia Piperno (1938, ROMA, ITALIA)

      Sé que nos tuvimos que ir de Roma porque papá consiguió un trabajo en Milán. En Roma nos conocían y sabían que éramos judíos y además a papá lo habían echado de su trabajo en la compañía de tranvías de Roma debido a las leyes raciales. Mi apellido es judíoromano, muy conocido en Roma, un apellido muy común. Los italianos saben que un Piperno es judío. Todos los apellidos con nombres de las ciudades de Italia son judíos.

      Mi mamá no era judía, mi abuelo y ella se llevaron mal toda la vida. Por un lado por la religión y por otro, por lo cultural. Mi abuelo era un hombre de la ciudad, culto, y mi mamá era del campo, casi sin estudios. Mi abuelo hablaba y escribía perfecto en hebreo, que no sé si es el mismo que se habla en Israel. Tenía un libro de rezos en donde se registraban los nacimientos y las muertes de la familia por varios siglos. Ahí está anotado el mío. Una tía también se casó con un católico. Hasta donde yo sé, los judíos habían vivido tranquilos en Italia, no tenían por qué convertirse, nunca se mató ni se persiguió a ninguno.

      “Niña seria, tranquila, observadora, la primera de mi generación” era lo que oía de mis padres, abuelos y tíos. Un día brumoso del invierno de Milán, me llevaron al zoológico por primera vez. Paseé entre jaulas de cebras, leones, elefantes, antílopes. Finalmente elegí quedarme frente a una foca de piel lustrosa y bigote negro que resoplaba cerca de la reja. La amé por cercana, torpe, grande, segura. De improviso, la foca se tiró al agua. Enmudecí. Se dieron cuenta unas horas después, durante la cena. Creyeron que era un capricho, pero no había pedido nada. Algo me pasaba, y se desató una competencia para estimularme, mimarme, retarme, todos y cada uno a su modo. Todos menos el abuelo Marcos.Al día siguiente llamaron al pediatra. Me revisó a fondo y dictaminó que estaba “tan sana como un pez”. El sábado el abuelo anunció que me llevaría de nuevo al zoológico. Juntos y de la mano recorrimos nuevamente las jaulas y nos paramos frente a las focas. Los animales casi no se distinguían porque estaban semidormidos nadando en el agua. Parecía una postal. El anciano delgado y elegante, de sobretodo y sombrero de fieltro, inmóvil, al lado de su minúscula nieta de tapadito, gorro y guantes de angora blanca tejidos a mano. El tiempo