Название | Sanación de los recuerdos |
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Автор произведения | Gustavo E. Jamut |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Sanación en el Espíritu |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877620597 |
De esta manera Santiago, por medio de la oración de bendición, le pedía a Dios que hiciera fluir de todo su amor hacia “Carlitos” (pues en su oración Dios le mostraba a su papá no como un adulto, sino como un niño confundido y angustiado) y le pedía a la Virgen María que lo abrazara y le concediera su bendición maternal.
Con el pasar de los meses Santiago, sus hermanos y su madre, fueron notando cambios significativos en la conducta de Carlos. Todos se asombraban pues lo notaban mucho más relajado, sereno y alegre. Cuando algunos domingos se reunían a compartir el almuerzo todos notaban con asombro que ya no discutía, ni quería controlar la vida de sus hijos, nueras, yernos y nietos. Una de sus nueras comentó: “Es como que a los sesenta años está empezando a disfrutar de la vida y está aprendiendo a ser feliz”.
Este proceso de sanación interior se pudo profundizar cuando Carlos se abrió dócilmente, reconociendo que necesitaba ayuda. Entonces aceptó la propuesta de su hijo para dejarse acompañar en este camino de sanación interior por una persona cualificada de su parroquia. Un acompañante espiritual de la parroquia en la cual su hijo se congregaba, lo escuchaba todas las semanas, lo ayudaba a comprender el origen de sus reacciones, oraba con él y le enseñaba a orar entregando a Jesús todas las heridas de su historia. Todo esto produjo en su padre una transformación aún mayor.
Santiago no descuidó la oración de intercesión hacia su padre. Cuando éste volvía a tener una reacción equivocada, Santiago no perdía la paciencia y la confianza en Dios, sino que acrecentaba la oración y el diálogo con su papá, de manera que este recontinuara el camino de restauración interior.
Esta transformación en Carlos se pudo producir gracias a la oración de intercesión y la bendición familiar hecha por un hijo, cuyo corazón había sido restaurado por medio de la oración de perdón y en quien habitaba la presencia amorosa del Espíritu Santo.
Lo mismo podemos decir que sucede por la oración de cualquier otro familiar o de hermanos en la fe, pues entonces quien bendice con su amorosa oración, se transforma en un canal por medio del cual la bendición de Dios llega al corazón quebrantado por el cual comienza a orar, produciendo en el destinatario de la bendición sanación interior, e impulsándolo a renovar los vínculos con las personas que le rodean.
Volver a vivir
Es común que para poder sanarnos, el Señor nos haga volver a vivir imaginariamente, a veces incluso en todo su realismo pasado, esa experiencia que un día nos hirió y que aún hoy se mantiene en la memoria y en la afectividad destruyendo la alegría y la paz.
Revivirla, no es lo mismo que recordarla, sino que es una experiencia aún más profunda que se da desde el espíritu y que parte del diálogo amoroso y confiado con el Señor. De ese modo Él puede transformar lo sufrido en el pasado en elemento positivo de la vida presente, o al menos en un recuerdo que ya no nos haga daño.
En esta oración de reminiscencia (9) buscamos la fuerza y el amor de Dios para transformar el dolor pasado en gozo presente y, el resentimiento en amor. Por eso, el recurso es la oración y la fe. No se soluciona el problema con olvidar el pasado, porque nuestro pasado va a seguir teniendo una influencia poderosa en nuestras vidas. El que no sana sus recuerdos, no vive el presente, sino que lo sobrevive; y tiene muchas posibilidades de repetir con los demás algunos de los errores que en el pasado otros cometieron con él.
La sanación en muchos casos puede ser un proceso largo y difícil. Hay que empezar por atreverse a hacer junto a Jesús, en oración, una lista de las cosas que nos han hecho sufrir, sobre todo en la infancia y en la adolescencia. Especialmente lo que esté unido a la conciencia de sentimientos de vergüenza, rabia, odio, culpabilidad, etcétera. Cierto que el recordarlo es volver a sufrirlo en cierta medida, pero la experiencia duele no por lo que es, sino por la valoración que le damos. Pero ahora que ya no somos niños, desde la fe, podemos valorar positivamente de la mano de Dios lo que antes valorábamos solo negativamente.
Cuando la persona se abre a la irrupción de Dios en su vida, se siente y se sabe amada sin condiciones. No sabe cuándo ni cómo se produce en ella el milagro de la aceptación. Ha hecho muchos esfuerzos a lo largo de su vida, y quizás muchas veces ha escuchado el consejo: “tienes que aceptarte”, sin poder lograrlo; a lo mejor participó en muchos talleres de crecimiento, terapias, etc. Sin embargo, llega el momento de rendirse ante la propia incapacidad de amarse verdaderamente. Un amor divino la envuelve y no le quedan dudas de saberse amada, aceptada, además de sus seres queridos, por Alguien que la trasciende. Es entonces que entra en ella la paz hasta lo más profundo de sí, su personalidad se integra, acaban las divisiones y la guerra interior con aquel defecto o aquella debilidad. (10)
Bendiciones de restauración familiar e interpersonal
Con tus descendientes haré un gran pueblo;
te bendeciré y engrandeceré tu nombre.
(Gn 12, 2).
A medida que Dios nos vaya restaurando interiormente, comenzaremos a sentir la necesidad de ayudar a otros a fin de que también ellos encuentren la paz interior. No querremos ser los únicos afortunados en sentir la mano del Señor bendiciendo nuestras vidas, sino que cada vez se hará más grande el anhelo de restaurar las relaciones deterioradas y quebrantadas y de ser bendición para quienes aún no han encontrado su gozo en Dios.
Para una mayor comprensión de cómo podemos orar por bendición en el área de las relaciones interpersonales pueden ser de gran ayuda los siguientes ejemplos bíblicos:
Dios bendice a los esposos: en el evangelio de san Mateo vemos cómo Dios bendice a José, liberándolo de los prejuicios que tenía hacia María, lo cual le permite superar el distanciamiento interior que tenía hacia ella y en lugar de repudiarla la toma por esposa (Mt 1, 19-25). Y también podemos ver el poder de la bendición de Jesús en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12)
La bendición permite descubrir el doblez y las segundas intenciones en los corazones enfermos, tal como se lee en los evangelios cuando refiere que los magos regresan a sus tierras por un camino diferente, a fin de no encontrarse con Herodes (Mt 2, 12).
La bendición es semejante a un escudo de protección que le preserva de ser herido: Pues tú, Señor, bendices al justo y como un escudo lo cubre tu favor (Sal 5, 13).
La bendición ayuda a abrirse al perdón y a la reconciliación entre los hermanos, tal como vemos cuando Jacob y Esaú se reconcilian. Debemos tener presente que pocas horas antes Jacob tenía su corazón lleno de incertidumbre y miedo por lo que su hermano podía llegar a hacerle al encontrarse. En esa situación mental el luchó con un ángel y le dijo: Si no me bendices no te soltaré (Cfr. Gn 32, 24-33, 4).
La bendición acompaña permanentemente a la familia que la incorpora a su vida: Señor Yahvé, tú eres realmente Dios, tus palabras son verdaderas, y tú eres quien hace la promesa a tu servidor. Ahora dígnate bendecir la familia de tu servidor; que tu bendición acompañe siempre a mi familia, como tú, Señor Yahvé, lo has dicho (2Sm 7, 28-29).
Los superiores y todos aquellos que tienen alguna forma de responsabilidad sobre otras personas, tienen el deber de bendecirlos, a fin de que sus vidas se colmen de santidad: no cabe duda que corresponde al superior bendecir al inferior (Heb 7, 7).
Toda herida del alma es un mal que contamina la vida, sin embargo cuando el creyente se mueve en la sintonía de la bendición Divina, puede reciclar lo malo en bueno: Pero Yahvé, tu Dios, no escuchó a Balaam y cambió la maldición por bendición, porque Yahvé te ama (Dt 23, 6).
Cuando bendigas a tu prójimo y recibas bendición, esta pasará también a tus descendientes: Derramaré agua sobre el suelo sediento y los riachuelos correrán en la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu raza y mi bendición cubrirá tus descendientes (Is 44, 3).
Tanto la bendición como la maldición, paterna y materna, tienen un gran poder: honra a tu padre