Crónicas del cielo y la Tierra. Mariano Ribas

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Название Crónicas del cielo y la Tierra
Автор произведения Mariano Ribas
Жанр Математика
Серия Cierta Ciencia
Издательство Математика
Год выпуска 0
isbn 9789878643625



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astronómica más verosímil podría ser la danza de los planetas en el cielo.

      Conjunciones planetarias

      Al igual que las estrellas notables, es muy improbable que la estrella de Belén haya sido alguno de los planetas observables a simple vista. Solo hay cuatro que realmente se destacan en el cielo. En orden de brillo: Venus, Júpiter, Marte y Saturno (Mercurio es bastante más pálido y difícil de ver). Ninguno de ellos podría ser interpretado como el aviso celestial de un evento extraordinario, y menos a los ojos de los famosos “reyes” y otros observadores calificados: los planetas no eran nada especial ni novedoso, porque siempre habían formado parte del paisaje del cielo nocturno… más allá de sus continuos cambios de posición con respecto a las estrellas de fondo. Sin embargo, sus movimientos los llevan a formar curiosos y apretados dúos, tríos, y hasta cuartetos y quintetos aparentes. Esas “conjunciones” sí podían llamar la atención, tanto desde lo visual y astronómico como desde lo astrológico. No olvidemos que los “reyes magos”, como astrólogos, estaban pendientes de cualquier “señal” del firmamento (de hecho, la estrella de Belén les “anunció” el nacimiento de Jesús).

      La pregunta surge sola: ¿qué conjunciones notables ocurrieron en aquel entonces? A partir de distintas fuentes, y fundamentalmente de la mano de softwares astronómicos que simulan el aspecto del cielo en cualquier época y lugar, es posible identificar algunas conjunciones planetarias que pudieron haber sido la estrella de Belén.

      Así sabemos, por ejemplo, que el 17 de junio del año 2 a. C., los dos planetas más brillantes del cielo, Venus y Júpiter, protagonizaron una espectacular conjunción en el oeste, tras la puesta del Sol. Aparecieron tan juntos, apenas separados por 40 segundos de arco (casi 50 veces menos que el tamaño aparente de la Luna) que fusionaron sus brillos, dando la impresión de ser un astro único y deslumbrante.

      Pero este singular fenómeno tiene varios contras para nuestra hipótesis: por empezar, la fecha. Es demasiado tardía, ya que habrían transcurrido más de cuatro años desde el nacimiento de Jesús. Además, se vio hacia el oeste, y los magos habían sido alertados por algo que asomó por el este. Finalmente, su duración fue demasiado breve: en los días siguientes, ambos planetas se separaron en el cielo, siguiendo cada uno su propio movimiento orbital en torno al Sol.

      Lo que sí coincide temporalmente es un curioso fenómeno propuesto por el astrónomo estadounidense Michael Molnar, de la Universidad de Rutgers: el 17 de marzo del año 6 a. C., la Luna ocultó –y luego dejó reaparecer– al planeta Júpiter en Aries. Según él, esta (y no Piscis, como dice la tradición) era la constelación que por entonces estaba astrológicamente asociada al pueblo judío. Desde el punto de vista simbólico, el fenómeno pudo haberse relacionado con el nacimiento del nuevo “rey de los judíos”.

      El punto débil de este escenario es que la ocultación (y reaparición) de Júpiter ocurrió en cielo diurno, por lo que resultó prácticamente invisible a ojo desnudo. Y eso nos deja cara a cara con la explicación astronómica más sólida…

      Conjunción de Júpiter y Saturno en el cielo de Belén

      Simulación realizada con el software Stellarium

      Los planetas de Kepler

      En 1614, el gran astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630) [ver recuadro] calculó que durante el año 7 a. C. Júpiter y Saturno habían protagonizado tres conjunciones muy llamativas. Y así fue, tal como podemos comprobar con la ayuda de la informática: el coqueteo celestial entre ambos planetas comenzó en mayo de ese año, cuando se los pudo ver en el cielo del amanecer (en el oriente). En los meses siguientes, el apretado dúo fue desplazándose lentamente hacia el oeste. Durante todo octubre, a la medianoche, permanecieron muy cerca uno del otro en pleno cielo occidental. Finalmente, a principios del año –6, se les sumó el rojizo Marte, agregándole incluso más dramatismo al cuadro celestial.

      Salvo por la fecha, tal vez algo temprana, la conjunción Júpiter-Saturno encaja razonablemente con los pocos datos que surgen del Evangelio de Mateo: una estrella brillante, duradera, apareciendo inicialmente por el este, pero luego moviéndose hacia el oeste durante los meses siguientes. Así, esa conjunción muy bien pudo “acompañar y guiar” a los reyes hasta Belén.

      ¿Asunto resuelto? No del todo: los cálculos indican que, en aquella oportunidad, Júpiter y Saturno no llegaron a juntarse tanto en el cielo como para llamar especialmente la atención. Incluso teniendo en cuenta el estudio de antiguas tablas babilónicas, queda claro que los astrólogos tampoco le dieron especial importancia a esa conjunción planetaria. ¿Y entonces?

      Dos fenómenos independientes

      A comienzos de este siglo, el astrónomo Mark Kidger, del Instituto de Astrofísica de Canarias, propuso una ingeniosa variante para salir del paso. Según Kidger, la estrella de Belén no fue un solo acontecimiento sino la sucesión de los dos fenómenos antes mencionados: la triple conjunción Júpiter-Saturno y la ocultación de Júpiter por la Luna habrían sido las señales celestes que alertaron a los reyes del nacimiento de Jesús.

      Hay muy buenas pistas, es cierto. Sin embargo, aún no podemos asegurar con certeza qué fue realmente la estrella de Belén. Lo que sí es seguro es que el solo ejercicio de explorar histórica y científicamente el tema resulta por demás interesante… y hasta divertido.

      En cuanto a las brumas y a los misterios que aún rodean al ícono más poderoso de la Navidad, no podemos negar que tienen su especial encanto. A fin de cuentas, todos vivimos de historias. Reales y fantásticas. Del cielo y la Tierra.

      Kepler, su curiosidad y sus leyes

      La diversidad de los fenómenos de la Naturaleza es tan grande,

      y los tesoros que encierran los cielos tan ricos, para que la mente del hombre nunca se encuentre carente de su alimento básico.

       Johannes Kepler, Mysterium Cosmographicum (1596)

      Kepler fue un científico extraordinario. Esta sola cita delata su desbordante curiosidad por los fenómenos naturales. La misma curiosidad que lo llevó, casi como pasatiempo, a intentar develar la identidad de la estrella de Belén. Pero lo que hizo grande al alemán Johannes Kepler (1571-1630) fue su revolucionario trío de leyes de movimiento planetario. Obras maestras de la ciencia que, es justo decirlo, se basaron en las muy precisas observaciones astronómicas de uno de sus maestros: el danés Tycho Brahe (1546-1601) –para muchos, el mejor observador de la era pretelescópica–. La ciencia es una escalera que se construye, peldaño a peldaño, con los aportes de quienes nos preceden (y por eso mismo es fundamental comunicarla y promoverla).

      La primera ley de Kepler (1609) dice que las órbitas de los planetas son elípticas, con el Sol ubicado en uno de los focos. Elipses. Toda una ruptura con las tradiciones aristotélicas, y hasta con sus propios deseos: Kepler creía que Dios había elegido al círculo como trayectoria planetaria perfecta. Pero las evidencias mostraban otra cosa. Y, a pesar de su fe religiosa, acató el mandato de los hechos.

      La segunda ley (1609) afirma que hay una relación directa entre la distancia de cada planeta al Sol –que va variando, justamente por ser elíptica– y la velocidad a la que recorre su órbita (“el radio vector barre áreas iguales en tiempos iguales”). En otras palabras: cuando un planeta está más cerca del Sol, se mueve más rápido que cuando está más lejos. Finalmente, la tercera ley (1618) plantea una proporcionalidad matemática precisa entre los períodos orbitales de cada planeta y su distancia media al Sol: “El cuadrado de los períodos de los planetas es proporcional al cubo del semieje mayor de su órbita”. Los más lejanos tardan más tiempo en dar una vuelta al Sol, y además lo hacen a menor velocidad que los más cercanos.

      Las leyes de movimiento planetario permitieron entender, unificar y predecir los movimientos de estos astros. Aún quedaba pendiente explicar por qué se mueven y por qué el Sol los atrae. Pero la ciencia es una escalera, y el siguiente paso quedaría para otro enorme curioso: Isaac Newton y su Teoría de la Gravitación Universal.