Almas Gemelas. Raimon Samsó

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Название Almas Gemelas
Автор произведения Raimon Samsó
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9781386182405



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¿Qué clase de música interpretas?

      —De ésa que se canta con los ojos cerrados.

      —Entiendo.

      Esa noche cené con mis vecinos. Deseaban conocerme y recibir comentarios sobre Barcelona. La conocían por las Olimpiadas. Poco a poco aquellas personas sencillas y humanas hicieron que me sonriera. Lograron hacerme sentir acogido en tierra extraña.

      —Mañana le mostraré en el garaje el automóvil de Javier: un Chrysler descapotable del 66. Una auténtica maravilla –puntualizó Sam, mientras me entregaba las llaves.

      —Genial, mañana –asentí.

      —Podrías llevarme a la sede de Capitol Records, he de recoger un cheque. ¿Me harás ese gigantesco favor? Te mostraré el barrio financiero, sus edificios te impresionarán –propuso Lorena.

      —Naturalmente, a condición de que después me acompañes a hacer unas compras –cerré el acuerdo–. Y de que cantes algo para mí mientras conduzco –añadí estrechándole la mano.

      —¿Eso es que sí?

      —Sí.

      —Sí, sí, sí –asintió con la cabeza, mientras retiraba los platos a la cocina.

      Sam me ofreció un licor, alumbrando una amplia sonrisa.

      —Lorena es toda mi vida. ¿No es encantadora?

      Sí lo era. Y él me parecía un hombretón tierno y entrañable. Alguien que conserva en su interior al niño que todos fuimos un día, el niño que te sostiene el corazón de adulto. Me mostró fotos de cuando se coronó campeón en su categoría. Pasamos los dedos por su pasado, mientras él me comentaba su vida en blanco y negro. Su pasado con fechas de recordatorio escritas por detrás. Sus sueños y esperanzas. Tantos que, puestos uno junto a otro, toda una noche –de punta a punta– no alcanzaría para revisarlos. El recuerdo forma parte de la condición humana, manifesté. El anhelo por un pasado mejor, también.

      La calle tercera, a su paso por la zona peatonal de Promenade, es un lugar muy vital en constante ebullición comercial y cultural. Allí se repiten tres palabras: novedad, vanguardia y diseño. Es una zona que muestra el aspecto creativo de la ciudad, un paseo amable, siempre animado y lleno de buena energía.

      El martes de la semana que siguió a mi encuentro con Jodie, acudí a la misma hora a la galería de arte de Donna Marie. Pero Jodie no apareció. La esperé durante dos interminables horas, junto a la puerta. Consultaba mi reloj, tictac, sabiendo como sabía a cada minuto la hora que era; y me distraía con el pasar de la gente, importándome lo poco que me importaban. Durante mi espera, busqué entre los rostros de la gente el rostro de Jodie. Imaginaba en sus sonrisas, su sonrisa. Y creí oír y sentir cómo su voz me nombraba, pero al buscarla no la encontré. Sólo oí tictac, tictac, tictac... Por dos veces me pareció verla llegar a lo lejos. Ni en una ni en otra ocasión se trataba de ella. El corazón latió y dejó de latir por dos veces. Mejor aún, mi corazón era un reloj que se quedaba sin cuerda: tic... tac.

      El martes siguiente a ese martes ocurrió lo mismo, es decir, no ocurrió nada en absoluto, con la salvedad de que esperé por espacio de dos horas, tres refrescos y dos periódicos. Solo y aburrido, aguardé en la terraza de la cafetería Starbucks, frente a la galería. Tampoco ese día acudió Jodie Wright. Reconozco que llegué a sentirme estúpido. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Cómo había llegado a aquello? Lejos de mi país, de mi casa y mi trabajo, incluso de mis recuerdos. No tenía ningún sentido.

      Y lo cierto es que deseaba volverla a ver. ¿Dónde encontrarla? No sabía. ¿Me volvía a interesar por una mujer? Esa pregunta me traía un montón de medias respuestas, todas ellas acompañadas por un sentimiento de culpabilidad. No obstante visité de nuevo, y por tercera vez, la galería. Aún recuerdo mi sorpresa al ver el cartel de «vendido» en el marco del cuadro que ambos comentamos aquel día. Pensé que el personal de la galería podría darme los datos del comprador. Tal vez se tratara de Jodie Wright. Sin embargo, la directora de la sala no pudo facilitarme esa información. «Son datos confidenciales, ¿lo comprende, verdad?», dijo la mujer. Lo entendía, claro, maldita sea. Y podía imaginar un final previsible: cuando finalizara la exposición, aquel paisaje impresionista sería retirado por su misterioso comprador o compradora. Y yo no volvería a ver a Jodie nunca más. Asunto terminado.

      No obstante, semanas después, una tarde de marzo –una de ésas en que las orugas se convierten en mariposas– sucedió algo extraordinario. Después de detener el coche ante la señal roja de un semáforo, frente a un restaurante llamado Sea Palms, y a través de la cristalera, pude ver en su interior el cuadro de la galería. «Ahí lo tienes», me dije aturdido por la casualidad –hoy ya no creo en las casualidades, pero entonces sí creía–. Aparqué el coche, y caminé hasta su puerta, en donde un pequeño letrero anunciaba: «Día de descanso del personal». En lo que siempre he creído es en la mala suerte: el local estaba cerrado.

      Por fin sabía dónde estaba el cuadro, aunque no sabía quién lo había comprado.

      Esa noche recibí un nuevo mensaje, cuyo contenido en ningún caso calificaría como una casualidad:

       «Obtenemos amor por cada muestra de afecto que expresamos, y padecemos sufrimiento por cada perjuicio que nos causamos. Con el tiempo sabrás que recibimos lo que emitimos, y que la vida –como una marea o un oleaje– se trae de vuelta lo que dijimos, pensamos e hicimos. Todo nos lo hacemos a nosotros mismos. Nadie nos hace nada. Así funcionan las cosas.

       Aprenderás a reconocer como moneda de cambio las mismas emociones –el mismo amor o la misma ira– que expresaste. Esa energía que creamos y liberamos –positiva o negativa– jamás desaparece, sólo se transforma y reaparece de nuevo. Y lo más importante: aprenderás a relacionar tus experiencias presentes con tus experiencias previas; sabrás qué relación guardan entre sí y lo que te muestran de ti mismo. Descubrirás por qué te ocurre lo que te ocurre. Sabrás las razones por las que convocaste a las personas que aparecen en tu vida. Las casualidades no existen, los encuentros fortuitos tampoco. Has de saber que es así, y atribuirlo al bien de todos los implicados».

      Firmado: J. Como el anterior, como el primero.

      Mi asombro crecía, pues me costaba imaginar a Javier escribiéndolos. Los imprimí y me acosté. Cuando hablara de nuevo con él, mencionaría los dos mensajes. Lo escribí en un post-it que pegué sobre la pantalla del lap top para recordarlo.

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