Название | Años de mentiras |
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Автор произведения | Mayte Esteban |
Жанр | Языкознание |
Серия | Top Novel |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788413486550 |
—Usted lo sabe —le dijo.
—Claro que lo sé. Te dije que Alejo tiene armada la novela, pero no está escrita. Piensa un poco. Me preguntaste por su edad. ¿Cuántos años crees que puede tener Alejo?
—¿Como usted? —se aventuró.
—Tutéame, por favor, te pedí que lo hicieras y eso pareces haberlo olvidado.
Daniel se dio cuenta de que llevaba razón, había elegido el trato formal que implicaba mantenerse a distancia de ella. Quizá era algo que latía en su subconsciente, una manera de alertarle del peligro de embarcarse en una historia que no entendía.
—Alejo Novoa es de mi generación y tiene muy poca agilidad en sus manos desde hace mucho tiempo. Sin embargo, su cerebro funciona a la perfección y la novela está prácticamente terminada. Hay notas, la escaleta de la trama está lista, algunas frases importantes escritas…
Hizo una pausa adrede, para que él pensase. El silencio se prolongó demasiado y ella decidió seguir.
—¿Alcanzas a saber por qué a Beatriz se le ocurrió que tú podías hacer esto?
Él no contestó. La respuesta empezaba a tomar cuerpo en su mente y empezó a sudar, aunque la temperatura en la casa no lo justificaba. No hacía calor, solo sentía el que venía de su interior. Se agarró las manos, húmedas de pronto, y tuvo la necesidad de restregarlas contra el pantalón.
—Tú escribirás la novela de Novoa, Daniel. De eso es de lo que le tienes que convencer, tendrá que creer que estás preparado para hacerlo.
No podía creer lo que estaba escuchando. Él era capaz de imitar el estilo vacío de los redactores, pero eso era una cosa y otra meterse en la piel de un escritor de culto.
—¿Por qué yo?
—¿Por qué no? —preguntó ella.
—Me gustaría al menos saber la razón por la que no la ha escrito hasta ahora.
La duda de Daniel tenía sentido. Los más de treinta años que hacía desde la publicación de El hombre inconstante eran tiempo suficiente para que Alejo Novoa hubiera escrito al menos una docena de novelas más.
—El éxito es más duro que el fracaso, Daniel. Cuando fracasas, aprendes. Te levantas y vuelves a empezar y, si las cosas no van como pensabas, siempre puedes cambiar de objetivo y descubrir que quizá hay otra cosa en la que eres bueno. Pero cuando tienes tanto éxito como tuvo Alejo… corres el riesgo de entrar en una parálisis que te impide seguir adelante.
»Lo intentó. Escribió otras novelas, pero ninguna se parecía ni lo más mínimo a la primera. No tenían su garra, la energía que emana el Poeta no fue capaz de dársela a ningún personaje más. Lo intentó con todas sus fuerzas, cada noche se encerraba en su cuarto y escribía cientos de palabras que no salvaba porque no estaban a la altura. Las rompía furioso y volvía al día siguiente para acumular una nueva decepción. Un día, sencillamente, dejó de hacerlo y se dedicó a vivir de otra manera.
»Pero un escritor, uno de verdad, no puede dejar de serlo aunque se empeñe. Alejo es de esos, de los que se nutren de palabras escritas, de los que necesitan el consuelo de poner su alma en cada página que escribe y, aunque no utilizase una pluma o una máquina de escribir, seguía haciéndolo. En cada silencio, mientras parecía que estaba simplemente viendo un paisaje, construía un texto. Interiorizaba a cada persona con la que se cruzaba por la calle, imaginando para ella una vida que quizá no se pareciera a la real, y en su mente la convertía en un personaje. Encontraba argumentos en cualquier lugar. Donde los demás no veían nada, Alejo descubría la semilla de una historia que contar.
—¿Y por qué no las escribió?
—Nunca germinaron por lo que te digo. No le parecía que estuvieran a la altura de lo que se esperaba de él.
—Eso puedo entenderlo, lo que no entiendo es por qué ahora sí.
—Daniel, querido. La vida es efímera. El tiempo de Alejo se acaba. Esta es la única historia en la que cree desde El hombre inconstante. Es algo que necesita contar. Pero se está haciendo tarde para él y entre tus insistentes preguntas y Beatriz, con su idea, se lo habéis hecho ver. Si no se escriben estas páginas ahora, se perderán.
—Alejo se está muriendo —afirmó él, convenciéndose de que era la única razón por la que se arriesgaba a dejar su encierro. Podría no darle tiempo a ver qué pasaba con la novela, a no sufrir si la crítica la destrozaba.
—Alejo está vivo aún, pero nadie vive eternamente, Daniel.
Elsa se levantó y dejó el café sin terminar en el fregadero. La taza se le escurrió, estrellándose contra el plato y rompiéndolo. Daniel se ofreció a ayudarla a recoger los restos, pero ella se negó. Con cuidado los depositó en la basura.
—¿Por qué tengo que ser yo? —volvió a preguntar.
—Ya te lo he dicho, le gustas.
—Pero esa es una razón endeble —argumentó.
—¿Recuerdas que hace unos meses extraviaste un pen drive?
Elsa se metió la mano en el bolsillo. Al abrirla frente a él, lo reconoció. Se había vuelto loco buscándolo durante semanas, hasta que lo dio por perdido.
—Te lo dejaste en la redacción, puesto en tu ordenador. Beatriz se quedó ese día hasta tarde y lo recogió. Se lo metió en un bolsillo para devolvértelo y se olvidó que lo tenía hasta que fue a lavar el pantalón. Sé que no estuvo bien por su parte, que lo que tenía que haber hecho era dártelo enseguida, pero es curiosa.
—¿Estuvo husmeando en mis archivos? —preguntó Daniel, bastante enfadado. Beatriz no solo era una jefa sin escrúpulos para gritarle delante de todo el mundo, sino que además resultaba que era una chismosa.
—No solo eso. Leyó tu novela. O eso que pretendes que sea una novela, pero a la que le falta mucho para brillar. Alejo y yo la hemos leído. Tienes talento, ideas, una buena capacidad para expresarte, pero no sabes manejarlo junto. ¿Has seguido trabajando en ella?
—No. Solo la tenía ahí y la di por perdida, pero tampoco importa, no es buena.
—No, querido, yo no he dicho eso. De hecho, creo que es mejor de lo que tú mismo crees. Este objeto es la razón por la que estás ahí sentado. Es la razón que le faltaba a Alejo para dar el paso.
—¿Mi novela?
—Tú.
—No entiendo nada.
Y era verdad, Daniel llevaba una hora intentando entender qué pretendían de él Alejo, Beatriz y Elsa.
—El trato es este. Harás esa entrevista que necesita Beatriz, escribirás la novela de Novoa, imitando su estilo, y yo te devolveré tu vida.
Cerró la mano antes de que a Daniel se le ocurriera intentar quitarle la memoria. De todos modos fue inútil, porque estaba tan desconcertado que ni siquiera fue capaz de reaccionar.
—Y no solo te devolveré la novela —siguió Elsa—, Novoa la revisará y te dirá dónde falla. Solo nosotras dos y él sabremos que lo ha hecho, y tú a cambio guardarás el secreto de la que vas a escribir por él. Nunca le dirás a nadie que has sido tú y no él quien le ha dado forma a sus ideas y que él ha transformado las tuyas. Quid pro quo.
Otra vez la frasecita en latín, aquellas mujeres le desesperaban.
—Esto es de locos —dijo Daniel, levantándose de la silla y tocándose el pelo y la barba de dos días que lucía en un gesto nervioso—. Nunca seré capaz de hacer eso. Novoa