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niña no ve a su padre? –preguntó Sean.

      –No.

      –¿Y te parece bien privarlo de sus derechos?

      Ally tuvo que apretar los dientes para no darle un puñetazo.

      –¿Se puede saber por qué te interesa tanto mi vida?

      –¿El padre de Charlie no estaba interesado en la niña? –insistió Sean.

      –En absoluto.

      Ally no quería pensar en el padre de su hija ni en el dolor que le había causado a toda su familia.

      –Pero supongo que tú lo amabas.

      ¿Amar a aquel canalla? Ally tuvo que contener una carcajada. Pero no pensaba contarle nada a Sean. Tenía que mantener las distancias.

      –Todos cometemos errores –murmuró, sacando una sartén.

      –Y la niña ha pagado el precio.

      Ella se volvió entonces, indignada. Aquella broma tenía que terminar. No pensaba permitirle que siguiera sacando conclusiones sobre su vida.

      –Siempre juzgas a la gente sin conocerla, ¿verdad?

      –Cuéntame lo que pasó.

      –No tengo intención de hacerlo porque no es asunto tuyo. Mi hija tiene todo lo que necesita.

      –Excepto a su padre.

      –En este caso, es mejor que esté sin él –replicó Ally, cortando verduras.

      –Quizá es mejor un padre mediocre que no tener padre.

      –Eso demuestra lo poco que sabes de la situación. Mi hija solo me tiene a mí, pero siempre estoy a su lado. No cambio de opinión cuando tengo un mal día ni me marcho cuando aparece algo que me interesa más.

      –¿Eso es lo que hizo el padre de Charlie?

      Ally se volvió, despacio, intentando mantener la calma. ¿Quién se creía aquel hombre para interrogarla de esa forma?

      –El padre de Charlie era un canalla.

      –Pues tú no debías pensar eso cuando te acostabas con él –replicó Sean.

      El sonido de una bofetada resonó en la cocina. Lo había golpeado, pensó, incrédula. Ella, que nunca había pegado a nadie en su vida.

      –Lo siento…

      –No te disculpes –sonrió Sean, acariciándose la mejilla–. Me lo merecía. Ha sido un comentario estúpido.

      Aún sorprendida por lo que había hecho, Ally estuvo a punto de contarle la verdad, pero lo pensó mejor. No tenía por qué contarle su vida a aquel extraño. No podía confiar en él.

      –Es… un asunto complicado –murmuró.

      Sean levantó la mano, en un gesto de rendición.

      –Como tú has dicho, no es asunto mío.

      –¿Te he hecho daño? ¿Quieres hielo…?

      Él sonrió de tal forma que las rodillas de Ally se doblaron.

      –Mejor podrías darme un beso…

      –No seas bobo. ¿Por qué pareces tan interesado en el asunto de los padres ausentes? –preguntó, para cambiar de tema.

      De repente, la expresión del hombre cambió.

      –Porque, en un mundo ideal, los niños deberían tener un padre y una madre –contestó, sin mirarla.

      –Sí, pero este no es un mundo ideal.

      –Lo sé muy bien.

      –¿No me digas que crees en la felicidad, en las familias unidas y todo eso? –bromeó Ally.

      –Y en el ratoncito Pérez –sonrió él–. No. Creo que la felicidad dura lo que dura. Y luego, se acabó.

      –Pero acabas de decir que los niños deberían tener padre y madre.

      –Creo que no se deben tener hijos a menos que se esté completamente seguro de que la pareja va a funcionar. No es justo para los niños.

      –Pero nadie puede saber si una pareja va a funcionar.

      –Cierto. Pero una vez que se tienen niños, se tiene también la responsabilidad de cuidar de ellos. No se puede ser egoísta.

      Ally dejó de cortar verduras, sorprendida.

      –¿Estás diciendo que yo soy egoísta?

      –Como tú misma has dicho, yo no sé nada sobre tus circunstancias y no es asunto mío.

      –Entonces, ¿tú crees que está bien ir de flor en flor mientras no se tengan hijos?

      Sean hizo una mueca.

      –¿Ir de flor en flor? No me gusta mucho la expresión, pero es normal cambiar de pareja. Eso es mejor que seguir con alguien a quien no quieres.

      –¿Y da igual que la otra persona resulte herida? Eso es muy irresponsable.

      –Al contrario, es muy responsable –la contradijo él–. Más que tener hijos sin pensar en su futuro. Cuando yo termino con una relación, nadie sale herido.

      ¿Lo decía en serio? Ally estaba segura de que tras él había dejado una colección de corazones rotos.

      –¿Y nunca has pensado en tener una familia?

      –No. Dejé de creer en los cuentos de hadas cuando era pequeño. Y hace mucho tiempo decidí no ser nunca responsable por la infelicidad de un niño.

      Ella lo miró, a la defensiva.

      –Charlie no es infeliz.

      –No estaba hablando de Charlie –murmuró Sean, mirando por la ventana–. Ella parece una niña feliz, pero yo conozco a muchos que no tienen tanta suerte.

      –Aún así, no quieres tener hijos…

      –No. Nunca.

      –Lo siento por ti –murmuró Ally, preguntándose qué habría pasado en su vida para haber tomado aquella lamentable decisión.

      Mirando el tenso perfil, sintió una tristeza que apartó de sí inmediatamente. ¿Por qué le ponía triste que Sean Nicholson no quisiera tener hijos? ¿Qué le importaba a ella? Pero cuando él se volvió y vio el desconsuelo que había en sus ojos, sintió la horrible tentación de abrazarlo. ¿Abrazarlo? Debía estar volviéndose loca.

      –Y hablando de relaciones… –empezó a decir él, cambiando de expresión–. ¿Qué vamos a hacer con la química que hay entre nosotros?

      –¿Química? –repitió Ally, un poco asustada–. No te engañes a ti mismo. Discutir y dar bofetadas no tiene nada que ver con la química.

      –Entonces, ¿por qué te escondes detrás de esa mesa? ¿No confías en mí o no confías en ti misma?

      –Mira, Sean, acabas de decir que no quieres una relación seria con nadie y…

      –No tergiverses mis palabras –la interrumpió él–. No me interesan el matrimonio y los hijos, pero las relaciones personales me interesan mucho.

      –Pues a mí no. No sería justo para Charlie.

      Sean levantó una ceja, con expresión incrédula.

      –¿Quieres hacerme creer que has vivido como una monja desde que nació tu hija?

      Ally casi soltó una carcajada. Si él supiera…

      –Cree lo que quieras, pero déjame en paz. No funcionaría.

      Sean se acercó de una zancada y levantó su barbilla con un dedo.

      –Dame una buena razón.

      –Ya te la he dado.