Название | He atravesado el mar |
---|---|
Автор произведения | Ricardo Ernesto Torres Castro OP |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587823103 |
De la universidad filarmónica a la universidad del jazz
En algunos libros antiguos de administración se tiende a considerar que las organizaciones deben ser gestionadas como una filarmónica. De esta misma manera fueron lideradas las universidades. En la actualidad las cosas son diferentes. Una universidad que se asemeje a una orquesta filarmónica depende en alto grado de su director, quien marca el compás, define la partitura y da las entradas para que cada integrante de la orquesta intervenga en la melodía. En este caso, las universidades que generan alta dependencia de un líder corren el riesgo de responder simplemente a lo que tradicionalmente ha sido la gestión de las universidades. No se permiten innovar, abrirse a nuevas formas, escudadas en razones como “acá siempre hemos hecho las cosas así”, entonces nunca cambian, no se presenta nada nuevo y, por ende, no pasa nada, aunque seguro se minimizan al máximo los riesgos de cometer errores. Caso contrario es hacer que las universidades se gestionen como un grupo de jazz. El director es fundamental como articulador, como motivador y como gestor de la unidad del grupo. Cada músico ejecuta su instrumento, sin necesidad de tener una partitura, todos construyen, siguiendo las claves que va dando el bajo, una pieza musical armónica e igualmente bella.
Un grupo de jazz permite que todos sean protagonistas, que todos sean líderes y se integren como comunidad de saberes musicales y capacidades para crear las mejores notas. No hay paso para elaborar la partitura, la pieza musical varía según los cambios que los mismos integrantes proponen. Cuando una trompeta cambia el ritmo, todos están atentos para seguir lo nuevo que trae, y así, con todos. No requiere que alguien esté al frente garantizando que todos se articulen. ¡No! Todo en el grupo de jazz funciona según el ritmo que los participantes proponen. Se trata de hacer que las personas se empoderen, asuman su liderazgo, desarrollen sus capacidades, se sumen a la comunidad de conocimiento y trabajo, y cada uno, conforme a sus capacidades, le aporte al grupo un sonido y un ritmo que todos, sin jerarquías, podamos seguir.
Esos rectores que vemos por ahí procurando ser directores de orquesta filarmónica deben esforzarse por aprender los nuevos ritmos que la industria del conocimiento está proponiendo. Robert Solow3, ganador del Premio Nobel de Economía en 1987, afirma que lo que realmente le podría generar crecimiento a una organización, como en el caso de las economías emergentes en Oriente, es la educación como base del capital y no los bienes ni la mano de obra. Además, los líderes no se deben escoger conforme a los conocimientos tradicionales sino según su capacidad de aprender cosas nuevas y ponerlas en práctica.
¿Cómo deberían ser los rectores de las universidades actuales? Vale la pena recordar las palabras de Steve Jobs:
nosotros dirigimos Apple como un startup4. Siempre dejamos que las ideas ganen las discusiones, no las jerarquías. Si lo hiciéramos de otro modo, los mejores empleados se marcharían. La colaboración, la disciplina y la confianza son críticas5.
Aprender lo nuevo implica entender qué es lo nuevo. Seguimos en instituciones donde cada día la brecha entre las necesidades reales y la oferta educativa es exponencialmente amplia. Instituciones donde las matrículas son el afán cotidiano, donde las estructuras son rígidas y como consecuencia las estrategias son igualmente obsoletas. ¿Qué tal si nos damos la oportunidad de escuchar más jazz y nos dejamos contagiar del ritmo que la música nos propone? Si quienes lideran equipos académicos lograran separarse de la operatividad y delegaran al máximo este tipo de actividades, si buscaran usar más tecnología, seguramente tendrían más tiempo para formarse y formar equipos de trabajo que esperen de los directores de orquesta motivación y respaldo institucional. Rectores, vicerrectores y decanos no solo comprometidos con la educación de los demás sino con su propia educación. Necesitamos más de esos que dejan que las trompetas o las guitarras de la academia suenen, así nos cambien el ritmo o, inclusive, aunque varíen las melodías. Más innovación y capacidad de enfrentar retos que nos permitan comprender que el error no es lo peor que le puede pasar a nuestras universidades, sino todo lo contrario, que es sinónimo de que algo diferente y nuevo está surgiendo.
Educar con ideas y sin ideologías
Existió por tierras antioqueñas y colombianas un gran académico que nos presentó el profundo sentido de vivir en una democracia: Carlos Gaviria Díaz. Fue un ilustre profesor, jurista y político. Como buen académico, centró su reflexión en las ideas, no en las ideologías. Ser un “animal político”, como lo afirmaba Aristóteles, es la forma más noble de convivir con, para y por los otros. Un hombre político es un ser de ciudad, porque esta ofrece el ambiente natural de la democracia y la convivencia. De manera que una democracia debe propender por que quienes la habitan se desarrollen conforme a la política y a la ciudad. En este sentido nos civilizamos. Esa dialéctica entre la educación y la democracia es el foco de desarrollo de cualquier proyecto políti- co comunitario. Todos estamos llamados a conformar territorios conforme a nuestras necesidades, preocupaciones, anhelos y esperanzas. Este ideal, muchas veces tildado de utópico, es posible solo gracias a la educación. La utopía, según Ignacio Ellacuría, es aquella capaz de tejer la historia6. Esa utopía se hace realidad con un proceso educativo cimentado en el ideal de la libertad.
Pedagogos como John Dewey definen la democracia como el mejor sistema político para liberar la inteligencia de todos y ponerla al servicio de la solución de los problemas sociales7. El economista Amartya Sen y la filósofa Martha Nussbaum realizan un proceso argumentativo consciente del ideal de la democracia como posibilitador de una educación de calidad y de la educación como el principal eslabón de una democracia integral8. La filosofía aristotélica nos invita a retornar a la cosa pública, la res de los ciudadanos, lo que les corresponde a todos como ideal supremo y, de esta forma, desarrollar la educación de tal manera que permita el florecimiento pleno de las capacidades de seres siempre diversos, no simplemente de aptitudes racionales útiles para desempeñarse en el mundo técnico de las sociedades capitalistas. Cabe entonces afirmar que lo que denominamos democracia utópica es, sin temor al error, la democracia posible.
¿Qué debería entonces hacer una institución educativa para construir una democracia posible, que se distancie de las ideologías y se acerque a las ideas? Tres cosas: enseñar a pensar, convivir y comunicar. Esto va en sintonía con el pensamiento platónico que plantea como ideal de ciudadano (gobernante) a aquel que es capaz de saber qué son la verdad, la justicia y la belleza9. Imaginen ustedes un proyecto pedagógico que se fundamente en el saber pensar ordenado a la verdad, en el saber convivir ligado a la justicia y en el saber comunicar como una expresión de la belleza. Una institución de estas características rescata el ideal de la paideia griega. De la forma como hacemos una cultura ciudadana, como enseñamos a convivir a partir de nuestras diferencias, nacen las verdaderas políticas de inclusión, de rescate de las culturas, de empoderamiento de la mujer como promotora del ideal de una democracia posible y de hacer de la educación el lugar común para desarrollar la ciudad.
Quien ideologiza convierte la obediencia en diplomacia hipócrita; la fraternidad en complicidad; la austeridad en esclavitud del dinero; el género en imperio de una construcción personal que riñe con la idea de transformación social; la democracia en confusión de normas con los deseos de las personas. “Una verdadera democracia presupone personas que piensan, reflexionan, discuten y, por lo mismo, disienten permanentemente. El disenso es constitutivo de una democracia sana, mientras el fanatismo o la unanimidad signos de lo contrario”10.
Una ideologización de la democracia cierra el paso a la capacidad de disentir y de discernir. La ideologización nos lleva a la polarización. ¿Cuál es entonces la solución? Ya lo hemos dicho, una educación que no solo sea integral sino integradora. Una educación capaz de hacer del disenso y del discernimiento su estructura central, que los focos sean el pensar,