Название | Tras La Caída |
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Автор произведения | L. G. Castillo |
Жанр | Современная зарубежная литература |
Серия | El Ángel Roto |
Издательство | Современная зарубежная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788873049685 |
—Tienes razón. Supongo que estoy siendo un paranoico.
Ella besó ligeramente su mejilla y seguidamente se giró hacia Raphael. —Yo no recuerdo nada de todo esto, y lo que parecen ser pequeños fogonazos de recuerdos, siempre han sido sobre Lash y ahora entiendo por qué. Lo amo y nada, ni nadie, podrá acabar jamás con mi amor por él. Por esa razón nos uniremos tan pronto como pueda realizar todos los arreglos necesarios.
El rostro de Raphael se iluminó. —¡Qué maravillosa noticia!
—¿Te alegras por ello? —preguntó Lash.
—Naturalmente. No soy la persona que Lucifer te mostró. Puede que haya tenido que perderos a ti y a Jeremiel para darme cuenta lo equivocado que estaba entonces. ¿Puedes perdonarme por mi pasado, por mi incapacidad para ser un buen padre para ti?
Lash miró los ojos de súplica de Raphael. En todo el tiempo que llevaba conociéndolo, o al menos en el tiempo que podía recordar, Raphael siempre había estado a su lado, guiándole, ayudándole. Incluso cuando hizo todo lo que pudo por alejarlo de él, éste nunca le dejó. Y ahora sabía por qué. Raphael estaba haciendo todo lo posible para compensarle, para ser un mejor padre. —Sí... Padre.
El rostro de Raphael se iluminó. —Estoy orgulloso de ambos.
Se puso en pie y tomó a Lash entre sus brazos. Sorprendido, Lash miró a Naomi. Las lágrimas brillaron en sus ojos al verlos.
—Abrázalo —vocalizó en silencio ella.
Él asintió y puso una mano en la espalda a Raphael, dándole un suave apretón. Sintió una calidez propagándose por su cuerpo, una paz que no había sentido en mucho tiempo.
—Iré contigo a ver a Michael —dijo Raphael al separarse de él—. Por fin vuelvo a tener a mi familia conmigo. Qué ocasión tan dichosa. ¿No es así, Jeremiel?
Jeremy se levantó y se acercó a Lash, tendiéndole la mano. —Enhorabuena. Os deseo a ambos una felicidad eterna.
Lash miró su mano y seguidamente lo miró a la cara. Lo único que vio fue sinceridad en sus ojos. Estaba verdaderamente feliz por él.
Cogió la mano de Jeremy y, por un momento, sintió que tal vez, solo tal vez, su viejo amigo había regresado.
Después observó cómo Jeremy se giraba hacia Naomi. Apenas fue capaz de mirarla mientras entre dientes la felicitaba y la llamaba hermana.
5
—¿Estás seguro de esto? —Naomi examinó la zona que rodeaba el arroyo para asegurarse de que nadie les veía a ella y a Lash subiendo al puente. Su corazón palpitaba de la emoción al pensar que iba a volver a ver a Welita y a Chuy, aunque habría deseado que Lash la hubiese dejado hacer esto sola. Si la pillaban desobedeciendo las órdenes de Gabrielle, puede que a ella se lo dejaran pasar porque era nueva. Pero si pillaban a Lash, probablemente se metería en problemas por ayudarla.
—Completamente. —La tomó de la mano mientras iban hacia la parte central del puente—. Yo vigilaré.
Naomi se mordió el labio. Solo estaba a unos segundos de ver a Welita después de varias semanas. ¿Por qué de repente sentía miedo de mirar?
—¿Qué ocurre?
Ella miró sus hermosos ojos color miel. ¿Cómo podría tener miedo con él a su lado? Estaba siendo una tonta. —Nada. Lo haré muy rápido.
Se dirigió al lugar donde sabía que podía tener las mejores vistas de la casa de Welita. Puso la mano sobre la conocida barandilla. Una vez más, su corazón se aceleró ante la expectativa.
«Basta», se dijo a sí misma. «Deja de hacer una montaña de todo esto. Has estado en casa de Welita montones de veces».
Respirando profundamente, se asomó por la barandilla. El agua estaba tranquila. Era como si mirase a través de un cristal. Durante un momento, no vio nada más que el agua cristalina. Después, lentamente, la pequeña casa blanca apareció.
El corazón le latía con fuerza en el pecho. Algo iba mal. Había algo raro.
El césped, que solía ser abundante y solía estar perfectamente cuidado, estaba lleno de malas hierbas que llegaban hasta las rodillas. El parterre que Welita solía cuidar meticulosamente, su orgullo y alegría, estaba invadido por las malas hierbas y lleno de latas de cerveza.
Cerró los ojos con fuerza. Esa no podía ser la casa de Welita. Respiró profundamente, intentando calmarse. Que no cunda el pánico.
Obviamente estaba mirando en la dirección equivocada. Solo tenía que esmerarse un poco más.
Cuando abrió los ojos lentamente, vio la misma casa pequeña en el mismo lugar. Gimió.
Es la casa de Welita.
Cristales rotos cubrían el porche de la entrada y la puerta mosquitera daba golpes a causa del viento. Lo peor de todo era que todas las ventanas estaban rotas.
¿Qué había ocurrido? Welita y Chuy jamás dejarían la casa así, a no ser que la casa estuviera vacía.
—¡No! —Chilló mientras se echaba contra la barandilla, inclinándose todo lo que pudo. La casa era el orgullo y la alegría de Welita. Ella nunca la dejaría. Su padre creció en esa casa. Algo tenía que haber ocurrido... algo tan terrible que Welita no tuviera más remedio que irse de allí.
El miedo se ancló en su garganta al pensar en la única cosa que podría apartar a su obstinada abuela de su casa.
¡No! ¡Ni pensarlo! Welita no estaba muerta. De ninguna manera eso podría suceder. La salud de Welita estaba perfectamente la última vez que la vio hacía unas semanas. Tenía que ser otra cosa. Tenía que ser así.
Frenética, corrió por el puente intentando conseguir una mejor vista del vecindario, desesperada por encontrar una pista, algo que explicase lo que les había pasado a Welita y a Chuy.
—¿Qué pasa? —Lash fue detrás de ella.
—Welita se ha ido —sollozó.
Miró las casas cercanas a la de Welita. Todas tenían el mismo aspecto deteriorado. Era como si todo el vecindario hubiera sido abandonado. —¡Se han ido todos!
—¿Qué? ¿Estás segura? —Él se asomó por la barandilla y miró fijamente al agua.
—Yo-yo no lo entiendo. Solamente han pasado unas semanas desde la última vez que la vi. Todo parecía normal. Había coches aparcados en la calle. Los niños del barrio estaban jugando al baloncesto. Todo parecía estar exactamente igual que siempre cuando me fui.
—Han pasado unas semanas —murmuró él.
—Sí, todo un vecindario no puede simplemente desaparecer en un par de semanas, ¿verdad? Me refiero a que mira la hierba. ¡Llega casi a las rodillas!
Él se pellizcó el puente de la nariz y apretó los dientes. —Unas semanas —repitió.
—¿Por qué no dejas de decir eso?
Él gimió y después golpeó la mano contra la barandilla. —¡Mierda!
—¿Qué? ¿Qué pasa?
Él caminó a lo largo del puente, pasándose las manos por el pelo y maldiciendo entre dientes.
—No pensaba que algo así pasaría —farfulló mientras se metía la cabeza entre las manos—. ¡Estúpido, estúpido, estúpido!
—Lash, por favor cuéntamelo. Tú sabes algo. —Su voz era cada vez más fuerte con cada palabra que decía. Lo agarró por los hombros al ver que no contestaba, zarandeándolo—. ¡Cuéntamelo!