Название | El Aroma De Los Días |
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Автор произведения | Chiara Cesetti |
Жанр | Историческая литература |
Серия | |
Издательство | Историческая литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788835411314 |
En Milano los trabajadores de la industria, de la agricultura, los comerciantes, cada vez más a menudo se unían para manifestar las dificultades que el Estado parecía ignorar. Casi a diario se asistía a peleas más o menos violentas entre grupos de facinerosos nazis y socialistas. Era una sucesión de manifestaciones y mítines que fácilmente degeneraban en violencia y la población, desde los más ricos hasta los más desesperados, vivía en un estado de grave descontento, tanto en la ciudad como en toda Italia.
Fosco y Rudi se habían levantado temprano. La luz de mediados de abril se filtraba apenas desde las ventanas. La jornada se anunciaba larga e intensa. Aquella mañana estaba prevista una huelga general promovido por el Partido Socialista después de los encontronazos con la policía de dos días antes. Un obrero había muerto y otros muchos habían sido heridos.
Fosco, al lado del fogón, preparaba un café fuerte, el primero de una larga serie.
–Estoy preocupado ―dijo Rudi. ―Basta un grupo de infiltrados en la manifestación para que todo degenere.
–Con lo que sucede diariamente en la ciudad debemos estar más que preocupados ―respondió Fosco apretando de manera desproporcionada la cafetera. Había conseguido, no se sabé como, un saco de café auténtico, valioso sustituto de aquel sucedáneo que ya circulaba desde hacía años.
La preparación matinal era cuidadosa, casi meticulosa. Permanecieron en silencio, absortos en sus propios pensamientos, escuchando el ruido del agua que comenzaba a bullir. Fosco dio vueltas a la cafetera de manera cuidadosa. Rudi sonrió por tanto trabajo. Un fantástico aroma de café invadió la pequeña cocina.
–¿Piensas que los nazis renunciarán a la contra manifestación?
–No creo ―respondió Fosco ―está la anulación del desfile pero me temo que no todos están de acuerdo. Verás como alguien se manifiesta de todas formas. Incluso contener a los más facinerosos entre los socialistas no será fácil.
Un nuevo silencio invadió la habitación. Con los ojos mirando fijamente a las tazas vacías los dos amigos se quedaron inmóviles reflexionando.
Fue Fosco el primero que interrumpió su monólogo interior.
–¿A dónde te manda hoy el periódico? ―preguntó.
–Estaré en el centro espiando el estado de ánimo de la multitud… ¿y tú?
–Yo voy a seguir el mitín en la Arena.
–¿Nos vemos en el periódico esta noche?
–Llegaremos tarde esta noche…
–Sí, se nos hará tarde ―respondió Rudi.
Capítulo XIII En el periódico
Los temores de Fosco y Rudi se revelaron fundados.
A pesar de los llamamientos de los oradores para disolver de manera pacífica la concentración, una facción extremista se dirigía hacia el centro de la ciudad.
Rudi se encontraba en la Piazza del Duomo cuando llegaron los primeros nazis. La mayoría eran jóvenes estudiantes y alumnos cadetes del ejército que estaban nerviosos por comprender lo que tenían que hacer. La policía los controlaba intentando evitar acciones violentas. El grupo se movió. Rudi lo siguió durante todo el trayecto. En Piazza Cavour se unieron otros manifestantes. Los más escandalosos gritaban Al Duomo, al Duomo y toda la multitud se agitaba ante la alternancia de noticias contradictorias.
Un compañero, atemorizado por el desarrollo de los acontecimientos, le había avisado que sobre el mismo lugar estaba convergiendo el desfile socialista.
–¡Ya llegan, ya llegan! ―le había gritado nervioso.
–¿Quiénes?
–Los otros, los otros…
–¿Dónde?
–Desde allí, desde allí, desde vía Mercanti…
Se estaba cumpliendo lo que Rudi temía. La misma policía, a pesar de los refuerzos, no conseguía dispersar a los manifestantes. La confrontación fue inevitable.
Cachiporras, piedras y tiros de armas de fuego dejaron sobre el terreno numerosos heridos y un muerto. Rudi intentaba mantenerse a una cierta distancia de los desordenes sin perder de vista los acontecimientos.
Al término de los enfrentamientos más duros, después de que los nazis tomasen la delantera, los ánimos no se aplacaron y la multitud vociferante se dirigió esta vez hacia la sede del periódico en el que Rudi y Fosco trabajaban.
Lo que sucedió afuera y dentro del periódico fue terrible. Para los mismos periodistas fue difícil contar la crónica de aquellos momentos de excitación.
Sólo al día siguiente los dos jóvenes se dieron cuenta perfectamente de la gravedad de la devastación que había tenido lugar: una auténtica destrucción sistemática, efectuada con golpes de maza y líquidos incendiarios que habían trastocado y destruido todo.
En casa Giovanni leyó la noticia en el periódico. Antes de comunicársela a la familia intentó ponerse en contacto con Rudi. Sólo de esta manera podría tranquilizar del todo a Giulia.
Fue el mismo Rudi quien contactó con él por medio del teléfono público. Después de haberle tranquilizado sobre su estado de salud, quedaron de acuerdo que en la próxima carta explicaría los sucesos de los que que había sido testigo directo.
La serie de noticias que a diario tenían que ver con episodios similares comenzaba a preocupar a Giovanni.
Incluso en el pueblo se habían formado pequeños grupos de diversa orientación que manifestaban de manera opuesta su descontento, pero los roces, a pesar de ser acalorados, no habían superado jamás el mero nivel verbal. Después de la muerte de Ada la vida familiar habían recuperado su orden y discurría sobre la vía de la cotidianidad hecha de trabajo y de pequeñas preocupaciones. Episodios de violencia como aquel de Milano no dejaban presagiar nada bueno. A las ansias de cada día se sobreponía la preocupación por un futuro incierto para todos.
Llegó la carta de Rudi. Contaba como la redacción podía continuar trabajando entre mil dificultades, de cómo estaba seriamente preocupado por la evolución de los acontecimientos en la ciudad en la que la formación de los Arditi7 de las bandas de combate, guiados por benito Mussolini, ganaba cada vez más adeptos.
Capítulo XIV 1925
Giulia se había levantado antes del amanecer y se movía por la cocina intentando hacer el menor ruido posible. Aún dormían todos. Era domingo y los chicos no debían ir a la escuela. Podían estar tranquilos en la cama todavía un par de horas.
La escuela.
Sonrió pensando como Antonino la soportaba. Dentro de pocos meses tendría el examen de selectividad y terminaría su tortura. Los años de la escuela superior habían sido para él un verdadero suplicio, los soportada en nombre de un deber impuesto al que no osaba rebelarse pero del que huía a la mínima ocasión. Lo veía bajar de su habitación ceñudo cada vez que se paraba sobre los libros el tiempo razonable para hacer los deberes y volver, en cambio, alegre y vigoroso de un día en el campo, donde había desenvuelto la pesada tarea de un hombre. Habría podido aliviarlo de aquella fatiga impuesto por la familia. Cada vez que, malhumorado, subía las escaleras con los libros y cuadernos para encerrarse en la habitación a estudiar, ella encontraba mil excusas para entrar y hablarle o llevarle un trozo de dulce.
Clara, en cambio, parecía fastidiada por sus raras incursiones. La escuela había sido siempre un pasatiempo para ella. Le bastaba poco para aprender y conseguía hacer rápidamente y de la mejor manera todos los deberes. Giulia subía con algún pretexto sólo para comprobar cómo ocupaba su tiempo.
Cada vez que entraba en su habitación la encontraba dedicada a leer los libros que tomaba prestados de la biblioteca escolar y a la pregunta de rigor:
–Clara, ¿quieres que te traiga algo?
Seguía
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Nota del traductor: En italiano, en el original. Los