Mundos Universos. Guido Pagliarino

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Название Mundos Universos
Автор произведения Guido Pagliarino
Жанр Научная фантастика
Серия
Издательство Научная фантастика
Год выпуска 0
isbn 9788873041047



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epistemología, ciencia y ética impregnan totalmente lo que vuestros pensadores llaman humanismo sapiencial-científico. El objetivo de nuestros intelectuales es siempre y solo el bien de la persona, que nunca se considera un instrumento, sino siempre y solo el fin principal de la investigación: no como pasa, también para ti, sobre vuestra Tierra, donde muchas veces la epistemología, la ciencia y la técnica han sido y son antihumanistas. Basta con pensar en el gas Zyklon B y las V1 y V2 de vuestro Hitler o los experimentos actuales con fetos humanos.

      Osvaldo, no estando ya completamente seguro de estar sufriendo una alucinación, dijo dirigiéndose al móvil:

      —¿Quién me asegura que estoy curado de verdad? ¿Quién me dice que mi cerebro no me está dando ilusiones consoladoras?

      —No sufres percepciones ilusorias y, como te he dicho, los análisis médicos te lo demostrarán: ¡no solo estás curado, sino que tienes las células óptimas de un joven! La salud es un pago anticipado por el trabajo profesional que queremos pedirte. En cuanto a nosotros, los purkilatronalarcolmintranikianos, somos antropomorfos como vosotros, pero... um... con algunas diferencias. Y tal vez pueda decirse que para vosotros somos a la vez tan terrestres como extraterrestres, porque nuestro planeta Purkilatronalarcolmintranik, al que para simplificar puedes llamar Alter Terra, es idéntico a la Tierra, es decir, tiene los mismos mares y continentes y la misma antigüedad geológica, gira sobre el mismo eje en un día de duración parecido al vuestro y en torno a una estrella idéntica a vuestro Sol en 365 días y 6 horas. Pero los dos planetas no existen en la misma cuerda de la creación, sino sobre dos, tan vecinas entre ellas como para ser prácticamente coincidentes.

      A pesar de la perplejidad que sufría, Osvaldo siguió conversando y respondió adecuadamente:

      —Recuerdo un programa de televisión en el que se hablaba de la teoría supersimétrica de las cuerdas. Ahí decían que algunos astrofísicos piensan que todo lo que existe es una expresión directa de algo que solo podía definirse como una energía vibratoria, es decir, que suponían vibraciones de cuerdas o filamentos supersutiles y supersimétricos que, a pesar de tener dimensiones, serían tan finos y cortos que no se podrían apreciar ni siquiera con instrumentos millones de veces más potentes de los mejores actuales. Pensé en algo similar a los universos paralelos de la ciencia-ficción.

      —Se puede llamar así. Tal vez dijeran también que la teoría de las cuerdas o filamentos requiere, para poder demostrarse, la conjetura de al menos seis dimensiones además de la del tiempo y las tres espaciales y, según algunos de vuestros investigadores, además una séptima dimensión…

      —… Sí, me acuerdo…

      —Pero se trata de un número muchísimo mayor. En cualquier caso, ninguno de vuestros estudiosos ha encontrado, por el momento, pruebas de las multidimensiones, aunque sean reales, como te estoy demostrando en la práctica con mi intromisión interdimensional.

      Osvaldo tenía finalmente la sensación de no ser víctima de alucinaciones, sino que se movía en la realidad, tal vez porque la posibilidad de estar curado era demasiado fascinante como para negarle la confianza a esa voz misteriosa. Se dirigió al móvil:

      —Me has dicho que queréis mi ayuda. Estaría dispuesto. ¿De qué se trata?

      —De defendernos en una causa ante…

      —Estaba a punto de darme de baja en el colegio de abogados y retirarme a una casa de salud —le interrumpió.

      —Los sabemos, antes de contactarte nos informamos sobre ti. Pero podrías renunciar ¿no? Después de todo ahora estás totalmente sano.

      —Vale… bueno, supongamos que sí. ¿De qué causa se trataría? ¿Sería civil o penal? Soy abogado civil.

      —También lo sabemos. El proceso, como estaba a punto de decirte, sería ante el Tribunal Internacional de La Haya.

      —¡Ah! Efectivamente, he llevado varias causas de derecho internacional público. Pero, perdona, ¿a titulo de qué estaríais sometidos al derecho internacional?

      —Somos un Estado, el Estado Único de Krallumpntalvinstrinil, que se extiende sobre todo nuestro planeta. El proceso sería en vía civil, no penal. Aunque vuestro mundo nos considera, de manera totalmente injusta, como crueles criminales, no lo somos y no hemos tenido nunca denuncias penales. Es la voz popular la que nos ha culpabilizado durante milenios, a causa de cuentos, primero orales, luego escritos y más recientemente en películas que han alimentado la especie maligna de que somos violentos contra vosotros, los seres humanos, además de que nos gusta comeros, prefiriendo la carne tierna de vuestros niños.

      En la cara de Osvaldo apareció una expresión de gran desconcierto.

      —Por el contrario, nuestra especie es apacible y la defensa de los débiles es para nosotros uno de los mandamientos supremos. Desde siempre practicamos la caridad hacia el prójimo, como quiere el Creador de lo existente. No hemos cometido nunca aquello que algunos de vuestros textos sagrados llaman el pecado original.

      —¿Sois ángeles?

      —No, no soy un mensajero divino, salvo, tal vez, en el sentido muy humilde de que, como mis iguales, testimonio con mi vida la verdad y la justicia: verás, Osvaldo, cómo sabré demostrarte con certeza que somos criaturas benevolentes. Pero, entretanto, vuelve por favor a tu despacho y llévate también el móvil interdimensional. Sobre tu mesa hemos teletransportado un portátil: es muchísimo más potente y complejo que vuestro mejor notebook, aunque se parezca, se abre como uno terrestre y la conexión es wireless, pero interdimensional. Cuando lo abras, encontrarás todos los datos que nos conciernen, informaciones que te servirán para defender nuestra causa: te explicaré enseguida cómo funciona. Estamos seguros de que conseguirás darnos a conocer en todo el mundo como las personas justas y apacibles que somos, acabando así con las infamantes acusaciones que nos lanza tu especie. —En un tono enfático, la voz armoniosa añadió—: Osvaldo, ¡defendiéndonos, harás valer la verdad! Tal y como el Creador pretende de todas las criaturas dotadas de razón. —Volvió a la entonación tranquila—: Si te resulta útil, podríamos teletransportar también los textos impresos de los ficheros, pero sería miles de tomos y no sé si…

      —... pero no, ¡menudo engorro! Los ficheros están muy bien —respondió Osvaldo aceptando implícitamente la propuesta. Volvió al despacho con el móvil rojo en la mano y añadió: —Bueno, no te lo he dicho hasta ahora: acepto representaros.

      —Bien. Considerémoslo ya como un contrato cerrado. Ahora yo, como representante legal de mi especie, puedo finalmente mostrarme y así explicarte bien de qué se trata. Sin embargo, te advierto que te puedes asustar, ya que para los terrestres nuestro aspecto es monstruoso, como por otro lado lo es el vuestro parta nosotros, en realidad y… no sabes cuánto —Del móvil salió una especie de risita divertida.

      Los labios de Osvaldo se tensaron en una expresión igualmente alegre. Dijo con curiosidad:

      —¿Tal vez sois de color verde? ¿O gris? Tal vez tenéis grandes ojos negros y…

      —Ya sé a quiénes te refieres: no, esos otros hijos del Creador viven en cuerdas distintas de la tuya y la mía. Y a vuestros ojos no son tan monstruosos como nosotros. Ahora me teletransporto y me verás. Pero, por favor, no te asustes, las apariencias engañan, como soléis decir, y el bien puede parece mal como, al contrario, Satán se disfraza a veces de ángel de luz, como escribía vuestro Pablo de Tarso en su neotestamentaria Segunda Epístola a los Corintios: «Estos tales son falsos apóstoles, gentes fraudulentas que se disfrazan de apóstoles de Cristo. No es una sorpresa, porque también Satanás se disfraza de ángel de luz. No es por tanto raro que sus ministros se disfracen como administradores de justicia. Pero su fin será de acuerdo con sus obras». —Sin solución de continuidad, a unos cuatro metros de Osvaldo, el autor de la voz comenzó a aparecer, diáfano, luego semitransparente y finalmente, en forma sólida humanoide: sus ojos estaban dotados de una notable belleza, grandes y luminosos, pero el pasmado Osvaldo, lanzando un grito, solo advirtió el resto de su figura, similar a la descrita en fábulas y cuentos de fantasía para representar a… ¡los orcos! El alienígena, de más de dos metros de alto, tenía la