Название | Seduciendo A Una Princesa Americana |
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Автор произведения | Dawn Brower |
Жанр | Историческая литература |
Серия | |
Издательство | Историческая литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788835405818 |
Asintió con la cabeza. "Estar en casa será más agradable durante los meses más fríos; eso tiene sentido. Pero he oído que Nueva York en invierno es algo digno de verse".
"Tal vez", estuvo de acuerdo. ¿Realmente quería quedarse en la ciudad tanto tiempo? "¿Se da cuenta de que esta es la primera conversación civilizada que hemos tenido?".
"No querríamos empezar a llevarnos bien ahora, ¿verdad?”, dijo sonriendo con arrogancia. "La acompañaré a casa".
No entendía a este hombre, y empezaba a creer que nunca lo haría. ¿Por qué era tan enigmático?, y ¿qué había cambiado en él que parecía estar siendo… casi amable con ella? Brianne se mordisqueó el labio inferior y le permitió acompañarla a casa. Ella descubriría todos sus secretos, y luego tal vez, después de lograr esa hazaña, volvería a casa. Descubrir los secretos de Julian Kendall tendría que bastar como entretenimiento, y algo le decía que esto sería mucho más fascinante de lo que podía imaginar.
CAPÍTULO CUATRO
Brianne se había vestido con esmero para el baile en Dewitt's. Llevaba un vestido de seda púrpura oscuro con encaje blanco en la parte superior. Su cabello marrón dorado estaba decorado con perlas y entretejido en un moño. Deseaba estar emocionada por el baile, pero solo quería quedarse en casa. Todas las reuniones sociales se habían vuelto tediosas.
Su madre bajó las escaleras junto a ella. No anunciaron su llegada formalmente como en Inglaterra, pero la lista de invitados era igual de glamorosa. "Parece que todos aceptaron la invitación de la Sra. Dewitt", dijo su madre. "Deberías tener muchas parejas de baile esta noche".
Brianne se encogió de hombros. "Supongo que sí". A ella no le importaba de cualquier manera. Tal vez podría escapar y explorar la biblioteca. Mirar la colección de libros de una persona revelaba mucho sobre sus gustos y su personalidad.
Se dirigieron a la anfitriona y la saludaron, luego su madre la despidió. "Ve a hablar con tus amigos y diviértete". A veces su madre era la peor acompañante. ¿No le importaba si algún sinvergüenza la seducía? "Voy a sentarme con las matronas a cotillear un rato."
"Muy bien", dijo y se dirigió a un camarero con una bandeja de champán. Tomó una copa y se la tomó de un solo trago.
"Supongo que le gusta el champán", dijo un hombre. Levantó la vista y se encontró con la mirada de Julián.
"Márchese", dijo. Brianne no necesitaba que él le arruinara la noche. Solo quería marcharse de ese lugar. "Encuentre a alguien más a quien molestar".
"Pero, princesa", dijo. "Usted es mi persona favorita aquí. ¿Por qué la abandonaría en un momento de necesidad?".
Puso los ojos en blanco y depositó la copa vacía en la bandeja que portaba un camarero. "Confíe en mí, mi señor", le dijo a Julián. "No le necesito".
"Claro que sí", insistió y la tomó del brazo. "Venga a bailar conmigo".
Sería descortés apartarlo, así que le permitió llevarla a la pista. Los acordes de un vals inundaron el salón de baile. Él la tomó en sus brazos y marcó el compás sin esfuerzo. "Usted es bueno en esto".
"¿Bailando?”, dijo él levantando una ceja. "Debería serlo. Mi padre insistió en que tuviera los mejores profesores de baile. Sus hijos no lo avergonzarían en la sociedad".
Eso le pareció casi… siniestro. "¿No tiene una buena relación con su padre?" Brianne tenía una relación maravillosa con sus dos padres.
"Nos llevamos bien", respondió, pero no dio detalles. Apartó la vista de ella y la hizo girar por el suelo.
Ella pensó que debería decirle algo, pero no tenía idea. A veces le costaba entablar una conversación. Prefería leer un libro que hablar de cosas inútiles. Por suerte no tenía que hacer nada. Él volvió su atención hacia ella y le mostró una de sus encantadoras sonrisas. El tipo de sonrisa que tienta a una dama a hacer travesuras que jamás haría. Brianne quería creer que no la afectaba, pero tampoco se mentía a sí misma. "Está encantadora esta noche". Su voz era como miel ardiente goteando con dulzura.
"No necesita fingir conmigo", lo reprendió. "No soy una de sus conquistas". Se negaba a serlo.
"No le haría eso", insistió él. "No hay nada falso entre nosotros".
Brianne quería creerle, pero no podía. Si se lo permitía, podría desarrollar sentimientos muy reales por Julian. Algo de él le atraía. Incluso cuando la trataba en forma sarcástica, no podía evitar sentirse cautivada por él. Él la seducía de como ningún otro hombre lo había hecho. Los acordes del vals terminaron, y ella se alejó de él. No miró hacia atrás al salir de la pista de baile. Era hora de escabullirse y encontrar la biblioteca o al menos algún lugar donde la presencia de Julian no devorara todo.
Julian no había reunido tanta información como le hubiera gustado. Los informes a sus superiores eran cada vez más breves. Las sufragistas no habían hecho ningún avance en su movimiento, y él esperaba órdenes de la oficina central. Hasta entonces, continuaría en América e intentaría disfrutar de su tiempo allí.
Hoy era un día festivo para los yanquis. Celebraban su día de acción de gracias. Fue invitado a cenar con la familia Collins. Durante su estancia en Nueva York, había llegado a encariñarse con toda la familia. Incluso con Brianne… En cierto modo, era una chica tonta. No parecía creer que hubiera ninguna razón para hacer cambios en su vida. Por algún motivo, a pesar de su misión de vigilar a las sufragistas que querían lograr grandes cambios, Julian estaba molesto con la actitud indolente de Brianne. ¿Por qué no querría más derechos, más libertad y oportunidades? Si se le negaran las libertades fundamentales básicas, él jamás lo toleraría.
Sin embargo, tratar de descifrar el funcionamiento interno de la mente femenina no le ayudaba. Pero otro día seguiría meditando en ese asunto, ahora tenía que ir a la casa de los Collins. La cena empezaría pronto, y no quería cometer la descortesía de llegar tarde.
Julian dejó su habitación en el Hotel Gramercy y se dirigió hacia la salida. Una vez fuera, empezó a caminar hacia la casa de los Collins. No tardó mucho en llegar. Saltó las escaleras de a dos y luego golpeó la puerta. Un hombre que pintaba algunas canas en las sienes lo recibió. "Lord Julian", dijo. "Pase. William mencionó que lo había invitado". William y su padre habían regresado a la ciudad unas semanas atrás. Julian se había alegrado de que su amigo estuviera de vuelta en Nueva York. Se habían visto a menudo en el Club de Jugadores y ambos se hacían compañía. Su estancia en América se había vuelto bastante rancia y monótona.
"Gracias, Mr. Collins," dijo. "Por favor, llámeme Julian. Olvidemos las formalidades". No necesitaba guardar ningún tipo de apariencia con ellos.
"Bueno, Julian", comenzó el Sr. Collins. "Entonces debo insistir en que me llames Rand". Hizo un gesto con la mano. "Sígueme. Todo el mundo está en la sala de estar tomando algo antes de cenar".
Caminaron por un corto pasillo. Las paredes eran de una rica caoba y una lujosa alfombra azul marino había sido lanzada sobre el suelo de madera de nogal. Los candelabros se alineaban en las paredes, iluminando el camino. Entraron en una sala de estar. La luz del sol iluminaba la habitación a través de grandes ventanales. Lilliana Collins estaba sentada cerca de una chimenea. Un suave fuego ardía en la habitación. William estaba sirviendo una copa de brandy y Brianne estaba sentada en un sofá, mirando sus manos. Tenía una actitud de lo la más recatada que Julian nunca había visto en ella.
"Julian",