Pedagogía de la desmemoria. Marcelo Valko

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Название Pedagogía de la desmemoria
Автор произведения Marcelo Valko
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789507546433



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que el Proceso iniciado en 1976 se sienta heredero y continuador de aquella “magna gesta de Roca”. Clarín edita un suplemento conmemorativo de 50 páginas, ¡un diario dentro de otro diario! Por su parte, La Nación, siempre más formal pero con la misma contundencia, participa gustosa del evento. Ambos medios siguen concienzudamente cada paso del teniente general Videla que dijo cosas como éstas:

      En el ayer, luchamos unidos por las grandes causas de la nacionalidad. En el presente lo hacemos, además, por ideales que trascienden nuestras fronteras y se identifican plenamente, con los valores inmanentes de nuestra civilización. Luchamos incluso, a despecho de las incomprensiones y aun de las calumnias (Clarín 12/06/1979: 3).

      Con gran despliegue, aunque sin suplemento, La Nación titula: “Evócase a Roca a cien años de la gesta del Desierto (...) Hónrase a Roca a cien años de la gesta del desierto” (La Nación 11/06/1979: 1, 7). El diario de los Mitre dirá al día siguiente que Videla hizo hincapié en la “unidad nacional”. Clarín, por su parte, plantea claramente “la incomprensión” que el general padece en su tarea de cruzado y “las calumnias” de que es objeto su gobierno. Se queja de la insensibilidad de la sociedad ante el combate contra los infieles y subversivos. Pero, por sobre todo, resulta interesante la utilización del término “civilización” y el parangón que establece, de modo implícito, entre los que critican a Roca por el genocidio cometido contra indígenas y las calumnias de las que es objeto el gobierno de dictadura por la desaparición forzada de personas. No en vano, en la página anterior, el título de la nota es elocuente: “Reiteró el presidente que no hay presos políticos” (Clarín 12/06/1979: 2). Por su parte, en la entrevista que Videla le concede a La Nación asegura que “el país no conoce desde hace décadas una efectiva convivencia democrática” (La Nación 12/06/1979). Los actos de la conmemoración de la Conquista del Desierto son una suerte de viaje por el túnel del tiempo con notas y títulos deso pilantes como “Las tribus del Neuquén en la actualidad”. La actualidad a la que alude no es la de 1879, sino la de 1979 y, por otra parte, ¿a qué tribus neuquinas se refiere? No pretendo que Clarín hable de Nación Mapuche, pero al menos en lugar de tribu podría decir grupo cultural o étnico. Sin embargo, el artículo del Suplemento que se lleva los laureles es escrito, naturalmente, por Félix Luna a página completa y titulado Julio A. Roca: un afortunado político. Mientras miles de ciudadanos ya habían desaparecido secuestrados por la Dictadura, comienza refiriéndose a Roca de la siguiente manera: “Por favor, no lo idealicemos” (Suplemento Especial Clarín 11/06/1979: 24). Luna se propone una misión paradójica: humanizar la figura del genocida. En lugar de ello, termina proyectando su propia idealización sobre Roca, idealización que hace extensiva al resto de la sociedad. No en vano años más tarde termina escribiendo un libro, cuyo título Soy Roca podría resultar sugerente a cualquier estudiante de primer año de Psicología. En ese texto novelado, Luna de alguna manera se asume como el propio conquistador del Desierto. Él es el héroe. Conozco, ciertamente, numerosos historiadores y periodistas enceguecidos por tanta lámina escolar que siguen idealizando a don Julio. Pero conozco otros que no sólo no lo idealizan, sino que están moviéndose a todo lo largo del país para reemplazar al menos los nombres de calles y plazas y trasladar monumentos que rinden homenaje a quien fuera no sólo asesino de indígenas, sino también de obreros, y un furibundo xenófobo, como lo demuestra la Ley 4.144, sobre la cual el Maestro Osvaldo Bayer se ocupó de llamarnos la atención tempranamente.

      La impunidad absoluta obstruye una elaboración adecuada de lo sucedido. La complicidad se extiende en el tiempo y no es privativa de los generales que recibieron apoyo y justificación desde el establishment económico. La complicidad en la construcción de un imaginario proclive a la invisibilización de los indígenas, la encontramos todavía hoy en los textos de los especialistas. Me voy a referir al libro de José Cosmelli Ibáñez, editado en 1982 y que siguió utilizándose por lo menos hasta 1995, bien entrado el actual período democrático, como libro de texto escolar. El apartado que se refiere a la campaña de Roca ya empieza mal. Presenta el equívoco latiguillo “El problema indio”. A partir del cuarto renglón los estudiantes secundarios quedan precavidos sobre “la belicosa actitud de los salvajes” que, en realidad, lo único que hacían era defender su territorio. Después de plantear que los indígenas se encontraban confederados bajo las órdenes del “temible cacique Calfulcurá”, señala que Roca era partidario “de una acción ofensiva contra los salvajes para destruirlos en sus tolderías”. Para matizar un poco la cuestión, en un parrafito descolgado, pone de relieve que integraban la marcha “cuatro hombres de ciencia: Lorentz, Doering, Niederlein y Schulz” (Cosmelli Ibáñez 1982: 151/155). Los apellidos alemanes siempre son una suerte de garantía científica y, en el caso de la expedición roquista, la cita sobre los sabios busca enmascarar su faz carnicera. El cuarteto alemán “se ocuparía de estudiar la flora y la fauna y la naturaleza del suelo”. “El problema indio” consta de cinco carillas y, a fin de ilustrarlo como se debe, no podía faltar el óleo de Juan Manuel Blanes La conquista del desierto, la misma imagen victoriosa que luce el anverso de nuestros billetes de 100 pesos y de la que nos ocuparemos al hablar del rally patagónico y las cautivas. Finaliza con un pequeño párrafo a modo de síntesis:

      La campaña de Roca contra los indígenas fue coronada por el éxito eliminando 4.000 indígenas y cayeron prisioneros varios caciques de importancia como Pincén, Catriel y Epumer. Sólo logró escapar Namuncurá que buscó refugio en Neuquén hasta rendirse en 1883 (Cosmelli Ibáñez 1982: 155).

      Pero todavía hay algo más grave que aquella frase que asocia “éxito” con “eliminación” de personas. Para que los estudiantes no tuviesen ninguna duda sobre la malignidad de los indígenas, a los que reiteradamente denomina “salvajes”, causantes de “pillaje y destrucción” y dedicados a “arrasar periódicamente diversas poblaciones” como si se tratase de un evento estacional, una nota al pie señala: “Se afirmó que entre 1820 y 1870 los indios habían robado 11 millones de bovinos, 2 millones de caballos, 2 millones de ovejas, matado 50.000 personas, destruido 3.000 casas y robado bienes por valor de 20 millones de pesos” (Cosmelli Ibáñez 1982: 155). La nota no referencia su fuente, simplemente dice “se afirmó”. Nadie sabe quién afirma, en qué se basa, cómo se establece tal estadística, ni de dónde se obtienen los datos. Pienso que el Ministerio de Educación debería estar más atento a los textos que autoriza para formar a los jóvenes estudiantes, o tal vez deberíamos pensar algo peor...

      El hacha del verdugo nunca se detuvo, nunca tuvo paz y el maquillaje, tampoco. El genocidio perpetuo continúa en la actualidad con ilustres defensores como Jacques Ruffié, un importante teórico que enseña en universidades del Primer Mundo y afirma, por ejemplo, que lo sucedido en América fue “un genocidio sin premeditación” (Bernand y Gruzinski 1996: 227). Todos saben que un asesinato accidental frente a otro planificado tiene una condena menor en cualquier Código Penal. Entonces: ¿qué pretende el académico francés? Ruffié deconstruye el desastre demográfico ocurrido en América con una liviandad increíble. Plantear que se trató de un genocidio sin premeditación es casi admitir que se trató de matanzas ingenuas o hasta inocentes. Su deconstrucción parece hacer hincapié en la necesidad de disculpar a los asesinos que “aparentemente” no buscaron la matanza. Y, si sucedió, será porque hubo “errores o excesos”, tal como planteó la Ley de Autoamnistía del general Bignone en 1982. De la matanza sin premeditación del francés a lo que últimamente ha dado en llamarse “racismo a la inversa”, no hay más que un paso, sobre todo tras la asunción de Evo Morales en Bolivia a comienzos de 2006.

      Para no ser tendencioso presentando una argumentación salvaje como la que podríamos encontrar en los medios informáticos de la Media Luna boliviana, en especial en Santa Cruz de la Sierra, voy a citar únicamente al culto y civilizado Mario Vargas Llosa. En un artículo aparecido en La Nación el 20 de enero de 2006 al que denomina Asoma en la región un nuevo racismo: indios contra blancos, se dedica a elaborar un brebaje al que condimenta con el primer ingrediente que le viene a mano. Con su notable capacidad literaria que lo consagró como uno de los mejores autores del realismo mágico latinoamericano, Vargas Llosa le adjudica a Morales un racismo desmesurado contra los blancos, “un racismo al revés”. Vivir alejado de Latinoamérica por décadas no le es obstáculo para brindar una radiografía biológica