Название | Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina |
---|---|
Автор произведения | Pablo González Casanova |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Inter Pares |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788446049685 |
Si el hecho de que los grupos y clases dominantes de las nuevas naciones jueguen papeles o “roles” similares a los que desempeñaban los antiguos colonialistas es censurable o deplorable, o digno de registrarse en el estudio de estas naciones, no es lo que primordialmente nos interesa, sino la capacidad explicativa de un colonialismo interno, su potencial de explicación sociológica del subdesarrollo, y de explicación práctica de los problemas de las sociedades subdesarrolladas. Para ello vamos a abordar el problema de dos formas: una que nos permite la tipificación del colonialismo como fenómeno integral, intercambiable de categoría internacional a categoría interna, y otro que nos permite ver cómo se ha comportado el fenómeno en una nación nueva que ya está pasando de la etapa del “despegue”, que ha pasado por una etapa de reforma agraria, de industrialización, de construcción de la infraestructura y que ha vivido un amplio proceso de “movilización” de la población marginal, de incremento acelerado de la población que participa del desarrollo, es decir, en un país que se encuentra relativamente más avanzado en el proceso del desarrollo y cuya experiencia puede ser políticamente útil a otras naciones recién nacidas a la independencia. A tal efecto vamos a esbozar el fenómeno del colonialismo interno y su comportamiento en el México contemporáneo.
V
Originalmente el término colonia se emplea para designar un territorio ocupado por emigrantes de la madre patria. Así, las “colonias griegas” estaban integradas por los emigrantes de Grecia que se iban a radicar a los territorios de Roma, del norte de África, etc. Este significado clásico del término colonia subsistió casi hasta los tiempos modernos, en que una característica muy frecuente de las colonias ocupó la atención: el dominio que los emigrantes radicados en territorios lejanos ejercían sobre las poblaciones indígenas. A mediados del siglo XIX Herman Merivale observaba este cambio en el significado del término. En ese entonces se entendía por colonia, tanto en los círculos oficiales como en el lenguaje común, como toda posesión de un territorio en que los emigrados europeos dominaban a los pueblos indígenas, a los nativos.
Hoy al hablar de colonias o de colonialismo se alude por lo común a este dominio que unos pueblos ejercen sobre otros, y el término ha llegado a tener un sentido violento, se ha convertido en una especie de denuncia y, en ciertos círculos, hasta en una palabra tabú. En las Naciones Unidas se habla de “territorios sin gobierno propio” (Non-Self-Governing Territories), término que es de por sí una definición, y que aclara aún más el artículo 73 de la Carta de las Naciones Unidas al decir que son “territorios cuyos habitantes no han alcanzado totalmente a gobernarse a sí mismos”. En las asambleas de las Naciones Unidas, distintas delegaciones han procurado precisar este apunte de definición. La delegación de Estados Unidos hizo una contribución que puede tener cierto valor empírico… Según observó, el término, tal y como se usa en la Carta, “parece poderse aplicar a cualquier territorio administrado por un miembro de las Naciones Unidas, que no goce en la misma medida que el área metropolitana de un gobierno propio”.[9] La delegación francesa señaló tres hechos que debían ser considerados para definir una colonia: “la dependencia en relación con un Estado miembro; la responsabilidad ejercida por ese Estado en la administración del territorio, y la existencia de una población que no ha logrado completamente gobernarse a sí misma”. La delegación soviética sugirió que “los territorios sin gobierno propio son todas aquellas posesiones, protectorados o territorios que no se gobiernan a sí mismos y cuyas poblaciones no participan en la elección de los más altos cuerpos administrativos”. La India declaró que “los territorios que no se gobiernan a sí mismos se pueden definir y pueden incluir a todos aquellos territorios en que los derechos de sus habitantes, su estatus económico y sus privilegios sociales son regulados por otro Estado”. Egipto hizo ver que el factor determinante
es el estado de dependencia de una nación respecto de otra con la que no tiene lazos naturales. A este respecto [dijo] deben ser considerados como territorios sin gobierno propio todos los territorios extrametropolitanos, en los que sus poblaciones tienen una lengua, una raza y una cultura distinta de los pueblos que los dominan.[10]
Ahora bien, si tomamos todas estas observaciones sobre el fenómeno colonial para elaborar una definición, que surja de la propia arena política, vemos que la colonia es a) un territorio sin gobierno propio; b) que se encuentra en una situación de desigualdad respecto de la metrópoli, donde los habitantes sí se gobiernan a sí mismos; c) que la administración y la responsabilidad de la administración conciernen al Estado que la domina; d) que sus habitantes no participan en la elección de los más altos cuerpos administrativos, es decir, que sus dirigentes son designados por el país dominante; e) que los derechos de sus habitantes, su situación económica y sus privilegios sociales son regulados por otro Estado; f) que esta situación no corresponde a lazos naturales sino “artificiales”, producto de una conquista, de una concesión internacional, y g) que sus habitantes pertenecen a una raza y a una cultura distintas de las dominantes, y hablan una lengua también diferente.
Todas estas características, con excepción de la última, se dan, en efecto, en cualquier colonia. La última no se da siempre, aunque sí en la mayoría de los casos. En efecto, como excepciones se pueden señalar las antiguas colonias que formarían más tarde los Estados Unidos de Norteamérica, o Argentina, Canadá o Australia. Sin embargo, aun en esos casos los colonos vivieron cerca de poblaciones nativas con una raza y una cultura distintas, a las que no emplearon en el trabajo de la colonia y que desalojaron de sus territorios o exterminaron. Y si no emplearon en el trabajo de la colonia a los nativos, la importación de negros y de la cultura negra produjo efectos similares a las relaciones de dominio de colonias más típicas, en el sentido moderno de la palabra.
Esta definición no es, sin embargo, suficiente para analizar lo que es una colonia. Por una parte se trata de una definición jurídico-política, formalista, cuyos atributos pueden estar ausentes, sin que en realidad desaparezca la situación colonial, por lo que pueden escapar de su análisis fenómenos tan importantes como el neocolonialismo. Por otra, no permite el análisis estadístico del colonialismo como una verdadera variable, un análisis dinámico que vaya de la estructura “colonial” a la estructura independiente y que mida los distintos grados de coloniaje o de independencia. Y lo que es más grave: deja fuera el objeto del dominio, la función inmediata y más general que cumple ese dominio de unos pueblos por otros, y la forma como funciona ese dominio.
El objeto de las colonias [escribía Montesquieu hace más de 200 años] es hacer comercio en mejores condiciones del que se hace con los pueblos vecinos en donde las ventajas son recíprocas. Se ha afirmado [añadía] que sólo la metrópoli puede negociar con la colonia, y ello con gran razón, porque el objeto del establecimiento colonial ha sido la extensión del comercio y no la fundación de una ciudad o un nuevo imperio.[11]
A esta función inmediata y más general del fenómeno colonial —que puede enriquecer extraordinariamente la definición y el análisis— se añaden otras de tipo cultural, político, militar que tienen un efecto a más largo plazo, o funciones que se desvían de la tendencia general. El desarrollo internacional