Aventuras en familia 2. Sonia Krumm

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Название Aventuras en familia 2
Автор произведения Sonia Krumm
Жанр Религиозные тексты
Серия
Издательство Религиозные тексты
Год выпуска 0
isbn 9789877981209



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me acuesto con la túnica? No, es muy incómoda y hace calor.

      Ya me sentía frustrado, pero en ese momento pensé: “Jesús me puede ayudar a sacarme la túnica, él puede hacer cualquier cosa que yo no puedo”. Y con sencillez le pedí:

      –Por favor, Jesús, ¿me ayudarías a sacarme la túnica para no tener que despertar a mi mamá que ya está dormida y que está muy cansada?

      Abrí mis ojos y lo primero que vi sobre la mesa fue una tijera. La tomé, me paré frente al espejo de la sala y con cuidado corté cada una de las puntadas que había sobre los hombros. Probé otra vez y ¡plop! ¡Mi cabeza salió!

      Dejé la túnica colgada en una silla, arriba las alitas y los accesorios. Me fui a dormir muy contento por lo que había logrado, y más feliz todavía porque Jesús había contestado muy rápido mi oración.

      Mi mamá se despertó al rato y se preocupó mucho cuando vio la luz de la cocina prendida..., ¡se había quedado dormida! Pero se llevó una sorpresa al ver todo mi disfraz colgado de una silla y a mí me encontró durmiendo como “un angelito”. Pensó que mi papá me había ayudado a desvestirme y se volvió a acostar.

      A la mañana siguiente, durante el desayuno, les conté:

      –Anoche estuve atrapado en mi disfraz, pero pedí ayuda a Jesús y, en el mismo momento, me mostró cómo desvestirme.

      Claro..., mi mamá no mencionó que su camisa quedó con un tajo en el hombro que antes no tenía, pero para mí, fue una respuesta clara de cómo Dios nos escucha a todos, no importa si somos niños o adultos.

       ¿Crees que Dios responde más rápido a los adultos que a los niños?

       ¿Qué tipo de problemas crees que le preocupan más a Dios? ¿Está bien “molestar” a Dios contándole asuntos muy simples de la vida cotidiana?

       Mira lo que él te dice en su Palabra:

      “Dejen todas sus preocupaciones a Dios, porque él se interesa por ustedes” (1 Pedro 5:7, DHH).

      La bota blanca

      ¿Te gusta moverte? ¿Cuáles son los juegos y las favoritas que te gusta realizar al aire libre? ¿Has explorado todo lo que puedes hacer con tu cuerpo? ¿Alguna vez tuviste inmovilizada una parte de tu cuerpo? ¿Tuviste que estar en la cama o muy quieto por algún tiempo? ¿Quién te gustaría que te visitara si tuvieras que quedarte quieto?

      ¡Tres pelotas rebotando! Así éramos nosotros tres, como tres pelotas rebotando de un lugar a otro. ¡Qué lindo era saltar, correr, escondernos, rodar por el suelo, pintar, hacer burbujas de jabón, tirarnos agua, disfrazarnos! ¿Me habré olvidado de algo? ¡Seguro que sí, porque cada día se nos ocurrían nuevas ideas y juegos, y no nos alcanzaba el día para hacer todo lo que queríamos!

      Cuando papá y mamá nos bañaban a la noche y nos decían que ya era hora de dormir, muchas veces rezongábamos:

      –¡Pero, mami, todavía no terminamos de jugar!

      El mundo enterito era nuestro. Aunque nuestro patio estaba cercado, lo mismo que los patios de las casas vecinas, sentíamos que todo nos pertenecía. ¡El mundo no tenía fronteras en nuestra mente!

      Una tarde, la vecina de enfrente vino a pedirle prestado a mi mamá el rastrillo, para juntar el pasto que su esposo estaba cortando. Juntas fueron a la parte de atrás de mi casa a buscar el rastrillo, y ninguna advirtió que mi hermanito de tres años salió rebotando como una pelota y cruzó la calle corriendo para mirar de cerca cómo el vecino cortaba el césped.

      Entonces, se escuchó el chirrido de la frenada de un auto y un grito, y los que estábamos dentro de la casa salimos, mientras mi mamá y la vecina corrían desde el fondo con el rastrillo en la mano.

      El vecino llegó gritando, con mi hermanito, que lloraba en sus brazos.

      –¡Lo atropelló un auto, lo atropelló un auto! –gritaba angustiado.

      Mi mamá tomó a Alex en sus brazos. Lo sentó en una silla y comenzó a examinarlo.

      –¿Dónde te duele? –preguntaba mientras intentaba quitarle la ropa.

      Ningún raspón ni magulladura mostraba huellas del impacto, pero Alex lloraba.

      Al mismo tiempo, llegó corriendo el conductor del auto que lo había atropellado.

      –¡Qué horror, en ningún momento vi al niño! Solamente escuché un golpe y me detuve..., ¡pobrecito! ¡Por favor, llevémoslo al médico! –decía, afligido.

      Al tratar de quitarle el pantalón, Alex comenzó a llorar con más intensidad. ¡El problema estaba en la pierna! No se veía nada a simple vista, pero él no se dejaba tocar la zona de la pantorrilla.

      Mamá y papá se fueron al hospital con Alex, y una radiografía mostró que tenía una fractura en la parte inferior de la pierna, cerca del tobillo.

      Así Alex se “ganó” una bota blanca de yeso. Todos agradecimos a Jesús que el accidente no había sido peor. Si el golpe hubiera sido en la cabeza, el problema habría sido mucho más grave.

      –Seguramente el ángel de Alex protegió su cabeza de un golpe muy fuerte –dijo mamá cuando volvieron–. Solo tiene que usar esta bota hasta que sus huesos se suelden, pero no será por mucho tiempo, y todos podemos colaborar para que él esté feliz, aunque no se pueda mover tanto. Pero los primeros días él no podrá apoyar el pie. Tiene que estar sentado o acostado.

      ¿Qué hacer para divertir a una “pelota” que no podía rebotar?

      Con mi hermanita Sofía, inventamos todo tipo de juegos alrededor de la frazadita donde sentaban a Alex. Ahora, la frazada marcaba los límites de un pequeño mundo.

      ¿Qué crees que hicimos con la bota blanca de mi hermano? ¡Sí, imaginaste bien! ¡La llenamos de color con nuestros marcadores! Así la bota tuvo un arcoíris, flores, pájaros, conejos, perros ladrando, sandías, gotitas de agua, un enorme sol y ¡quién sabe cuántas cosas más! Dibujamos hasta que se nos acabó el espacio y mi hermana dijo:

      –¡Alex, pídele a mami que te lleve al hospital para que te pongan una bota en la otra pierna!

      En cuanto nos aburrimos de dibujar, armar rompecabezas y diseñar casitas con ladrillitos, nos acordamos del viejo cochecito en el que mis papás paseaban a los mellizos cuando eran bebés.

      –¿Podemos pasear a Alex en el cochecito azul? –pregunté.

      –Mmmmm... –papá dudó–. Pueden, pero estrictamente sobre la vereda. No queremos más accidentes. Hasta el final de la cuadra y vuelven, ¿sí?

      Con ese trato, papá puso a Alex en el largo cochecito de mellizos, en el que entraba sentado con su pierna extendida.

      Curiosamente, esta bota que tenía prisionero a mi hermanito, también nos mantuvo más tranquilos a mi hermana y a mí. Ya no éramos tres pelotas rebotando, y encontramos que podíamos hacer muchas cosas divertidas y más tranquilas.

      Unos días después, le permitieron pisar sobre la bota y comenzar a desplazarse. Finalmente, se la quitaron, quedó al descubierto una pierna bastante más delgada que la otra. Todos nos reímos al ver la diferencia de tamaño entre una pierna y la otra.

      –No te preocupes, Alex –se apresuró a explicar mi mamá–. La pierna que tenía la bota se ve más delgada porque no has usado tus músculos estos últimos cuarenta días, pero prontito vas a recuperar la fuerza y el volumen, y tus dos piernas serán iguales otra vez.