Cuando murieron mis dioses. María Ana Hirschmann

Читать онлайн.
Название Cuando murieron mis dioses
Автор произведения María Ana Hirschmann
Жанр Религиозные тексты
Серия
Издательство Религиозные тексты
Год выпуска 0
isbn 9789877981162



Скачать книгу

de trabajo. Ninguna incursión de bombarderos turbaba nuestro sueño; solo oíamos el rumor de los bosques. Todas las mañanas los pájaros nos despertaban con sus cantos. El rocío centelleaba como miríadas de diamantes sobre la hierba cuando salíamos para ir a trabajar. Al reunimos junto al mástil para el saludo, nuestras voces repetían el voto con vigor. Era el mejor verano que había pasado durante años; y Rudy aún me escribía largas cartas regularmente.

      Una tarde, regresamos de nuestras tareas, nos refrescamos con un baño, nos preparamos para la cena y para la instrucción nocturna. Muchas de las niñas se agruparon en un campo de deportes junto a una compañera con un acordeón. Iban a bailar y conversar un rato. Me había retrasado debido a mis obligaciones directivas, de manera que canturreaba una tonada mientras me pasaba el peine y un poco de crema en mis brazos tostados. No había tenido noticias de Rudy por entonces y trataba, con mucho esfuerzo, de no preocuparme. ¡Casi me disgustaba el hecho de no poder dejar de pensar en él!

      Ya era tiempo de regresar a la ciudad. Pronto tendríamos que hacer nuestro equipaje y volver a Praga. ¡Cómo sentía tener que irme! El verano había sido muy tranquilo. Solo tuve algunos roces con una de las directoras, pero, fuera de eso, lo demás había sido un sueño. Lo único que faltaba para que fuese todo perfecto era una visita de... pero, para qué seguir ansiando en vano. Rudy no sería capaz de llegar a ese remoto lugar. (Aunque, quién sabe.)

      Mientras bajaba la escalera, tarareaba una melodía. Me eché el cabello hacia atrás y sacudí la cabeza, pues debía dejar de soñar.

      De pronto, tuve que detenerme en seco. Por la puerta abierta, entraba un oficial de la marina. Su rostro me resultaba familiar, y súbitamente supe quién era ese hombre. Me sentí aterrada y volé a mi habitación. Allí, me senté en el borde de mi catre, y traté de dominar mi enloquecido corazón y mis alborotados pensamientos. ¡Nunca había estado tan asustada en mi vida! ¿Qué pasaría si él no gustaba de mí? Y ¿qué pasaría si...? Comencé a peinarme otra vez, acomodé la insignia en mi uniforme azul y me miré detenidamente para ver si todo estaba en orden.

      Enseguida, oí que me llamaban por mi nombre. Reuniendo todo el coraje que pude, bajé lentamente la escalera y saludé respetuosamente a la directora de turno. Con una chispa de malicia en sus ojos, señaló al marino y dijo:

      –Tienes una visita, María Ana. ¡Ven y dale la bienvenida!

      Miré de lleno su rostro sonriente y le extendí la mano. Rudy sonrió ampliamente, y dijo con alegría:

      –¡Bien, aquí estoy, pequeña Hansi!

      Yo asentí y alcancé a tartamudear, ruborizada:

      –Sí, ya lo veo.

      Como la directora nunca me había visto cohibida, primero se sorprendió y luego se rio con ganas. Eso pareció romper la tensión del ambiente, y ya con cierto aplomo pude darle la bienvenida e invitarlo a unirse al grupo que se entretenía afuera.

      De pronto, me di cuenta de que la aparición de Rudy había causado sensación, y me sentí mucho más dueña de mí misma. Lo presenté, con orgullo, a mis amigas, quienes por detrás me hacían señas de aprobación o envidia. Yo sonreía satisfecha.

      Cuando llamó la campana para la cena, Rudy fue invitado a comer con nosotras. Lo ubicaron junto a la directora general, una mujer de alto rango y modales muy severos. Yo cumplí con mis deberes de supervisora, pero no podía evitar que mi corazón latiera con violencia, especialmente cuando miraba hacia donde estaba Rudy. Como buen caballero, supo llevar una conversación galante con la directora y, al mismo tiempo, vigilarme de cerca dirigiéndome significativas miradas. Al finalizar la comida, la directora estaba tan bien impresionada con el visitante que me liberó del resto de mis tareas para la noche, como también para el día siguiente, aun antes de que yo se lo pidiera. Como nunca antes había hecho algo semejante, la medida causó verdadera sensación entre mis compañeras.

      Luego de cambiarme el uniforme y volver, salimos lentamente, conscientes de que muchos ojos nos observaban. Ya afuera, caminamos hacia la puesta del sol. Todo lo que nos rodeaba parecía encantado, fulgurando con matices dorados y purpúreos. Un extraño silencio parecía interponerse entre nosotros cuando Rudy me tomó de la mano para ayudarme a subir una loma. Allí nos quedamos largo rato mirando cómo se desvanecían los colores, devorados por la noche.

      Nos habíamos sentido muy unidos en las cartas. Aunque nunca lo habíamos mencionado específicamente, nuestros sentimientos más profundos se hallaban entre las líneas de cada página. Ahora comprendíamos que había llegado la hora de la prueba para nuestra amistad. Cada uno temía que una palabra equivocada, o un gesto mal interpretado, pudiera romper el hilo tenue. Nuestra amistad estaba haciendo frente a la realidad. No lo miré cuando sentí que Rudy estaba estudiando mi perfil. Pausadamente, la noche se adueñó del último resto de luz dorada.

      –¿Estás desilusionada, pequeña Hansi? –preguntó Rudy, quedamente.

      Sacudí mi cabeza, negando categóricamente, y respondí con prisa:

      –No, ¿y tú, Rudy?

      Él negó también, pero ambos sabíamos que estábamos mintiendo. Sí, los dos nos sentíamos chasqueados. No porque no nos agradásemos mutuamente, sino porque éramos diferentes de lo que cada uno había esperado. Los sueños son perfectos; los seres humanos nunca lo son. Dos años y medio de una amistad ficticia tocaba a su fin, y nuestros sueños estaban irremediablemente perdidos. ¿Serían nuestros vínculos lo suficientemente fuertes como para arrostrar la realidad con éxito?

      Decidimos hacer la prueba. Nos sentamos en un tronco y conversamos. Yo tenía muchas preguntas que formular, de manera que escuché mientras él me contaba cosas de su vida. Su voz era suave y amable. Se comportaba como un joven, pero maduro al mismo tiempo. Miré cómo las estrellas, una por una, aparecían sobre nosotros hasta que el cielo era un domo tachonado de diamantes que nos rodeaba, inspirándonos nueva confianza. Después de todo, no estábamos desilusionados. Por lo menos yo, súbitamente, me di cuenta de que no lo estaba, porque él en realidad era como siempre me lo había imaginado.

      Comprendí también, de pronto, que Rudy había recibido mis saludos en esos años pasados; las estrellas nos hablaban nuevamente, y nos habíamos sentado para escucharlas. Ellas subían por el cielo y brillaban en mi corazón, y sentía que dos ojos centelleaban en los míos, mientras regresábamos tomados de la mano. Ambos habíamos perdido algo; cada uno se había quedado sin su corresponsal. Pero habíamos encontrado algo más precioso.

      Al día siguiente, nos sentíamos felices y cómodos uno con el otro. Parecía que nos hubiésemos conocido desde mucho tiempo antes. Le mostré los alrededores y, alegremente, subimos algunos cerros. Lo presenté a “mis” agricultores, que se impresionaron con los “bronces” y medallas que él lucía. La esposa del agricultor en cuyo campo trabajábamos nos preparó meriendas y no aceptó que la ayudáramos en su tarea antes de irnos. Paseamos por los pequeños rincones del campo, donde yo solía sentarme para escribirle y soñar con el momento cuando nos encontráramos.

      De pronto, Rudy me tomó entre sus potentes brazos y me besó. Yo me liberé rápidamente y sacudí mi cabeza, disgustada. El quedó completamente confundido y afligido. ¿No se daba cuenta? Yo sabía que había besado a muchas chicas, pero ¿no entendía que entre nosotros sería diferente? Durante años, habíamos considerado nuestra amistad como algo muy especial. ¿Había de ser el nuestro como la mayoría de los “romances” de guerra –pasión, besos, diversión y peleas–, para quedar con un sabor amargo cuando todo terminara? ¡Nunca! Yo no podía enamorarme, desamorarme y volverme a enamorar como algunas muchachas lo hacían. Tal vez fuera soñadora, pero creía que algún día habría un gran amor en mi vida. Posiblemente, esa insólita amistad con Rudy no terminara de un modo vulgar o como un amorío cotidiano.

      El rostro de Rudy estaba serio cuando traté de explicarle lo que sentía. Luego, levantándome el mentón suavemente hasta que mis ojos se encontraron con los suyos, me dijo:

      –María Ana, ¿te he dado motivos para creer que te trataría vulgarmente, o como un amor pasajero? Te has convertido en parte de mi vida, en mi gran inspiración. No puedo imaginar