El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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Название El libro de las mil noches y una noche
Автор произведения Anonimo
Жанр Книги для детей: прочее
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Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788026834847



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monta en tu borrico, y pregunta por el barrio de Habbanía, y cuando llegues a él, averigua la casa de Barakat, el que fué gobernador, conocido por Aby Schama. Allí vivo yo. Y no dejes de ir, que te estaré esperando".

      Yo estaba loco de alegría; después nos separamos. Volví al khan Serur, en donde habitaba, y no pude dormir en toda la noche.

      Pero al amanecer me apresuré a levantarme, y me puse un traje nuevo, perfumándome con los más suaves aromas, y me proveí de cincuenta dinares de oro, que guardé en un pañuelo. Salí del khan Serur, y me dirigí hacia el lugar llamado BabZauilat, alquilando allí un borrico, y le dije al burrero:

      "Vamos al barrio de Habbanía". Y me llevó en muy escaso tiempo, llegando a una calle llamada Darb AlMonkari, y dije al burrero:

      "Pregunta en esta calle por la casa del nakib (gobernador de una provincia) AbySchama".

      El burrero se fué, y volvió a los pocos momentos con las señas pedidas, y me dijo:

      "Puedes apearte". Entonces eché pie a tierra, y le dije: "Ve adelante para enseñarme el camino". Y me llevó a la casa, entonces le ordené: "Mañana por la mañana volverás aquí para llevarme de nuevo al khan". Y el hombre me contestó que así lo haría.

      Entonces le di un cuarto de dinar de oro, y cogiéndolo, se lo llevó a los labios, y después a la frente, para darme las gracias, marchándose en seguida.

      Llamé entonces a la puerta de la casa. Me abrieron dos jovencitas, dos vírgenes de pechos firmes y blancos, redondos como lunas, y me dijeron: "Entra, ¡oh señor! nuestra ama te aguarda impaciente. No duerme por las noches a causa de la pasión que le inspiras".

      Entré en un patio, y vi un soberbio edificio con siete puertas; y aparecía toda la fachada llena de ventanas, que daban a un inmenso jardín. Este jardín encerraba todas las maravillas de árboles frutales y de flores; lo regaban arroyos y lo encantaba el gorjeo de las aves. La casa era toda de mármol blanco, tan diáfano y pulimentado, que reflejaba la imagen de quien lo miraba, y los artesonados interiores estaban cubiertos de oro y rodeados de inscripciones y dibujos de distintas formas. Todo su pavimento era de mármol muy rico y de fresco mosaico. En medio de la sala hallábase una fuente incrustada de perlas y pedrerías. Alfombras de seda cubrían los suelos, tapices admirables colgaban de los muros, y en cuanto a los muebles, el lenguaje y la escritura más elocuentes no podrían describirlos.

      A los pocos momentos de entrar y sentarme…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 26ª NOCHE

      Ella dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader prosiguió así su historia al corredor copto de El Cairo, el cual se la contaba al sultán de aquella ciudad de la China:

      "Vi que se me acercaba la joven, adornada con perlas y pedrería, luminosa la cara y asesinos los negros ojos. Me sonrió, me cogió entre sus brazos, y me estrechó contra ella.

      Enseguida juntó sus labios con los míos, y gustó de mi lengua con la suya. Y yo hice lo propio.

      Y ella me dijo: "¿Es cierto que te tengo aquí. o es un sueño?" Yo respondí: "¡Soy tu esclavo!" Y ella dijo: "¡Hoy es un día de bendición! ¡Por Alah! ¡Ya no vivía, ni podía disfrutar comiendo y bebiendo!" Yo contesté:

      "Y yo igualmente". Luego nos sentamos, y yo, confundido por aquel modo de recibirme, no levantaba la cabeza.

      Pero pusieron el mantel y nos presentaron platos exquisitos: carnes asadas, pollos rellenos y pasteles de todas clases. Y ambos comimos hasta saciarnos, y ella me ponía los manjares en la boca, invitándome cada vez con dulces palabras y miradas insinuantes.

      Después me presentaron el jarro y la palangana de cobre, y me lavé las manos, y ella también, y nos perfumamos con agua de rosas y almizcle, y nos sentamos para departir.

      Entonces ella empezó a contarme sus penas, y yo hice lo mismo. Y con esto me enamoré todavía más.

      Y

      en seguida empezamos con mimos y juegos, y nos estuvimos besando y haciéndonos mil caricias, hasta que anocheció. Pero no sería de ninguna utilidad detallarlos. Después nos fuimos al lecho, y permanecimos enlazados hasta la mañana. Y lo demás, con sus pormenores, pertenece al misterio.

      A la mañana siguiente me levanté, puse disimuladamente debajo de la almohada el bolsillo con los cincuenta dinares de oro, me despedí de la joven, y me dispuse a salir.

      Pero ella se echó a llorar, y me dijo: "¡Oh dueño mío! ¿cuándo volveré a ver tu hermoso rostro?" Y yo le dije: "Volveré esta misma noche".

      Y al salir encontré a la puerta al borrico que me condujo la víspera, y allí estaba también el burrero esperándome. Monté en el burro, y llegué al khan Serur, donde hube de apearme, y dando medio dinar de oro al burrero, le dije: "Vuelve aquí al anochecer". Y me contestó: "Tus órdenes están sobre mi cabeza". Entré entonces en el khan y almorcé. Después salí para recoger de casa de los mercaderes el importe de mis géneros.

      Cobré las cantidades, regresé a casa, dispuse que preparasen un carnero asado, compré dulces, y llamé a un mandadero, al cual di las señas de la casa de la joven, pagándole por adelantado y ordenándole que llevara todas aquellas cosas. Y yo seguí ocupado en mis negocios hasta la noche, y cuando vino a buscarme el burrero, cogí cincuenta dinares de oro, que guardé en un pañuelo, y salí.

      Al entrar en la casa pude ver que todo lo habían limpiado, lavado el suelo, brillante la batería de cocina, preparados los candelabros, encendidos los faroles, prontos los manjares y escanciados los vinos y demás bebidas. Y ella, al verme, se echó en mis brazos, y acariciándome me dijo: "¡Por Alah! ¡Cuánto te deseo!" Y después nos pusimos a comer avellanas y nueces hasta media noche.

      Entonces nos enlazamos hasta por la mañana. Y me levanté, puse los cincuenta dinares de oro en el sitio de costumbre, y me fuí.

      Monté en el borrico, me dirigí al khan, y allí estuve durmiendo. Al anochecer me levanté y dispuse que el cocinero del khan preparase la comida: un plato de arroz saltado con manteca y aderezado con nueces y almendras, y otro plato de cotufas fritas, con varias cosas más. Luego compré flores, frutas y varias clases de almendras, y las envié a casa de mi amada. Y cogiendo cincuenta dinares de oro, los puse en un pañuelo y salí. Y aquella noche me sucedió con la joven lo que estaba escrito que sucediese.

      Y siguiendo de este modo acabé por arruinarme en absoluto, y ya no poseía un dinar, ni siquiera un dracma. Entonces dije para mí que todo ello había sido obra del Cheitán. Y recité las siguientes estrofas: !Si la fortuna abandonase al rico, lo vereis empobrecerse y extinguirse sin Gloria, como el sol que amarillea al ponerse! ¡Y al desaparecer, su recuerdo se borra para siempre de todas las memorias! ¡Y si vuelve algún día,la suerte no le sonreirá nunca! ¡Ha de darle vergüenza presentarse en las calles! ¡Y a solas consigo mismo, derramará todas las lágrimas de sus ojos! ¡Oh Alah! ¡El hombre nada puede esperar de sus amigos, porque si cae en la miseria, hasta sus parientes renegarán de él!

      Y no sabiendo qué hacer, dominado por tristes pensamientos, salí del khan para pasear un poco, y llegué a la plaza de Bain AlKasraín, cerca de la puerta de Zauilat. Allí vi un gentío enorme que llenaba toda la plaza, por ser día de fiesta y de feria. Me confundí entre la muchedumbre, y por decreto del Destino hallé a mi lado un jinete muy bien vestido.

      Como la gente aumentaba, me apretaron contra él, y precisamente mi mano se encontró pegada a su bolsillo, y noté que el bolsillo contenía un paquetito redondo.

      Entonces metí rápidamente la mano y saqué el paquetito; pero no tuve bastante destreza para que él no lo notase. Porque el jinete comprobó por la disminución de peso que le había vaciado el bolsillo. Volvióse iracundo, blandiendo la maza de armas, y me asestó un golpazo en la cabeza. Caí al suelo, y me