El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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Название El libro de las mil noches y una noche
Автор произведения Anonimo
Жанр Книги для детей: прочее
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Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788026834847



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y brillaban como la luna llena. La segunda sala superaba en riqueza a la primera, y aparecía repleta de diamantes, rubíes azules y carbunclos. En la tercera había esmeraldas solamente; en la cuarta, montones de oro en bruto; en la quinta, monedas de oro de todas las naciones; en la sexta, plata virgen; en la séptima, monedas de plata de todas las naciones. Las demás salas estaban llenas de cuantas pedrerías hay en el seno de la tierra y del mar: topacios, turquesas, jacintos, piedras del Yemen, cornalinas de los más variados colores, jarrones de jade, collares, brazaletes, cinturones y todas las preseas, en fin, usadas en las cortes de reyes y de emires.

      Y yo, ¡oh señora mía! levanté las manos y los ojos, y di gracias a Alah el Altísimo por sus beneficios. Y así seguí cada día abriendo una o dos o tres puertas hasta el cuadragésimo creciendo diariamente mi asombro, y ya no me quedaba más que la llave de la puerta de bronce. Y pensé en las cuarenta jóvenes, y me sentí sumido en la mayor felicidad pensando en ellas, en la dulzura de sus ademanes, en la frescura de sus carnes, en la dureza de sus muslos, en la estrechez de sus vulvas, en la redondez y volumen de sus nalgas, y en sus gritos cuando me decían: "¡Ay, ojos míos! ¡Ah, llama mía!" Y exclamé: "¡Por Alah! ¡Nuestra noche va ser una noche blanca y bendita!"

      Pero el Maligno hacíame pensar en la llave de la puerta de bronce, tentándome continuamente, y la tentación pudo más que yo, y abrí la puerta. Nada vieron mis ojos, mi olfato notó un olor muy fuerte y hostil a los sentidos, y me desmayé, cayendo por la parte de fuera de la entrada y cerrándose inmediatamente la puerta delante de mí.

      Cuando me repuse, persistí en la resolución inspirada por el Cheitán, y volví a abrir, aguardando a que el olor fuese menos penetrante.

      Entré por fin, y me encontré en una espaciosa sala, con el suelo cubierto de azafrán y alumbrada por bujías perfumadas de ámbar gris e incienso y por magníficas lámparas de plata y oro llenas de aceite aromático, que al arder exhalaba aquel olor tan fuerte. Y entre lámparas y candelabros vi un maravilloso caballo negro con una estrella blanca en la frente, y la pata delantera derecha y trasera izquierda tenían asimismo manchas blancas en los extremos. La silla era de brocado y la brida una cadena de oro; el pesebre estaba lleno de sésamo y cebada bien cribada; el abrevadero contenía agua fresca, perfumada con rosas.

      Entonces, ¡oh señora mía! como mi pasión rnayor eran los buenos caballos, y yo el jinete más ilustre de mi reino, me agradó mucho aquel corcel, y cogiéndole de la brida le saqué al jardín y lo monté; pero no se movió.

      Entonces le di en el cuello con la cadena de oro. Y de pronto, ¡oh señora mía! abrió el caballo dos grandes alas negras, que yo no había visto, relinchó de un modo espantoso, dió tres veces con los cascos en el suelo, y voló conmigo por los aires.

      En seguida, ¡oh señora mía! empezó todo a dar vueltas a mi alrededor; pero apreté los muslos y me sostuve como buen jinete. Y he aquí que el caballo descendió y se detuvo en la azotea del palacio donde había yo encontrado a los diez tuertos. Y entonces se encabritó terriblemente y logró derribarme.

      Luego se acercó a mí, y metiéndome la punta de una de sus alas en el ojo izquierdo, me lo vació, sin que pudiera yo impedirlo. Y emprendió el vuelo otra vez desapareciendo en los aires.

      Me tapé con la mano el ojo huero, y anduve en todos sentidos por la azotea, lamentándome a impulsos del dolor. Y de pronto vi delante de mí a los diez mancebos, que decían: "¡No quisiste atendernos! ¡Ahí tienes el fruto de tu funesta terquedad! Y no puedes quedarte entre nosotros, porque ya somos diez. Pero te indicaremos el camino para que marches a Bagdad, capital del Emir de los Creyentes Harún AlRaschid, cuya fama ha llegado a nuestros oídos, y tu destino quedará entre sus manos".

      Partí, después de haberme afeitado y puesto este traje de saaluk, para no tener que soportar otras desgracias, y viajé día y noche, no parando hasta llegar a Bagdad, morada de paz, donde encontré a estos dos tuertos y saludándoles, les dije: "Soy extranjero", y ellos me contestaron:

      "También lo somos nosotros". Y así llegamos los tres a esta bendita casa, ¡oh señora mía! ¡Y tal es la causa de mi ojo huero y de mis barbas afeitadas! Después de oír tan extraordinaria historia, la mayor de las tres doncellas dijo al tercer saaluk: "Te perdono.

      Acaríciate un poco la cabeza y vete".

      Pero el tercer saaluk contestó: "¡Por Alah!

      No he de irme sin oír las historias de los otros".

      Entonces la joven, volviéndose hacia el califa, hacia el visir Giafar y hacia el portaalfanje, les dijo: "Contad vuestra historia".

      Y Giafar se le acercó, y repitió el relato que ya había contado a la joven portera al entrar en la casa. Y después de haber oído a Giafar, la dueña de la morada les dijo:

      "Os perdono a todos, a los unos y a los otros. ¡Pero marchaos en seguida!"

      Y todos salieron a la calle. Entonces el califa dijo a los saalik: "Compañeros, ¿adónde vais?" Y éstos contestaron: "No sabemos dónde ir". Y el califa les dijo: "Venid a pasar la noche con nosotros". Y ordenó a Giafar:

      "Llévalos a tu casa y mañana me los traes, que ya veremos lo que se hace". Y Giafar ejecutó estas órdenes.

      Entonces entró en su palacio el califa, pero no pudo dormir en toda la noche. Por la mañana se sentó en el trono, mandó entrar a los jefes de su Imperio, y cuando hubo despachado los asuntos y se hubieron marchado, volvióse hacia Giafar, y le dijo:

      "Tráeme las tres jóvenes, las dos perras y los tres saalik". Y Giafar salió en seguida, y los puso a todos entre las manos del califa. Las jóvenes se presentaron ante él cubiertas con sus velos. Y Giafar les dijo: "No se os castigará, porque sin conocernos nos habéis perdonado y favorecido. Pero ahora estáis en manos del quinto descendiente de Abbas, el califa Harún AlRaschid. De modo que tenéis que contarle la verdad".

      Cuando las jóvenes oyeron las palabras de Giafar, que hablaba en nombre del Príncipe de los Creyentes, dió un paso la mayor, y dijo:

      "¡Oh Emir de los Creyentes! Mi historia es tan prodigiosa, que si se escribiese con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyese con respeto".

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 16ª NOCHE

      Ella dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la mayor de las jóvenes se puso entre las manos del Emir de los Creyentes, y contó su historia del siguiente modo:

       HISTORIA DE ZOBEIDA, LA MAYOR DE LAS JOVENES

      ¡Oh Príncipe de los Creyentes! Sabe que me llamo Zobeida; mi hermana, la que abrió la puerta, se llama Amina, y la más joven de todas, Fahima. Las tres somos hijas del mismo padre, pero no de la misma madre.

      Estas dos perras son otras dos hermanas mías, de padre y madre.

      Al morir nuestro padre nos dejó cinco mil dinares, que se repartieron por igual entre nosotras. Entonces mis hermanas Amina y Fahima se separaron de mí para irse con su madre, y yo y las otras dos hermanas, estas dos perras que aquí ves, nos quedamos juntas. Soy la más joven de las tres; pero mayor que Amina y Fahima, que están entre tus manos.

      Al poco tiempo de morir nuestro padre, mis dos hermanas mayores se casaron y estuvieron algún tiempo conmigo en la misma casa. Pero sus maridos no tardaron en prepararse a un viaje comercial; cogieron los mil dinares de sus mujeres para comprar mercaderías, y se marcharon todos juntos, dejándome completamente sola. Estuvieron ausentes cuatro años, durante los cuales se arruinaron mis cuñados, y después de perder sus mercancías, desaparecieron, abandonando en país extranjero a sus mujeres.

      Y mis hermanas pasaron toda clase de miserias y acabaron por llegar a mi casa como unas mendigas. Al ver aquellas dos mendigas, no pude pensar que fuesen mis