Название | Rebaños |
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Автор произведения | Stephen Goldin |
Жанр | Научная фантастика |
Серия | |
Издательство | Научная фантастика |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788885356900 |
—Café, Joe, y lo quiero negro— sacó unas monedas de su bolsillo y las soltó sobre el mostrador. El dependiente olvidó la actitud del sheriff y procedió a llenar la copa de café en silencio.
Maschen se lo tomó en grandes tragos. Entre tragos, pasaba largos periodos de tiempo observando la pared que estaba enfrente suyo. Parecía recordar haberse encontrado con la señora Stoneham —no lograba recordar su nombre— una o dos veces en alguna fiesta o cena. Recordaba haber pensado en ella como una de las pocas mujeres que había vivido su edad adulta como algo más que una carga para ella cultivando cierta gracia madura sobre ella misma. Parecía una buena persona, y le sabía mal que estuviera muerta.
Pero lo que le sabía peor de todo es que había sido la esposa de Wesley Stoneham. Eso lo complicaría mucho más. Stoneham era un hombre que había descubierto lo importante que era y esperaba que el mundo también lo hiciera. No era solamente rico, si no que su dinero contaba en términos de influencia. Conocía a todas las personas correctas, y la mayoría de ellas le debían algún favor de una manera u otra. El rumor que se había extendido fue que había sido considerado para el puesto del Consejo tras la renuncia en pocos días de Chottman. Si le gustabas a Stoneham, las puertas se abrían como por arte de magia; si fruncía el ceño, terminaría golpeándote en tu cara.
Maschen llevaba en la policía durante treinta y siete años, y como sheriff desde los últimos once. Volvería a presentarse para la reelección el año siguiente. Quizás era sensato estar del lado de Stoneham, cualquiera que fuera. Todavía no conocía los detalles del caso, pero ya tenía la sensación que sería uno bien ruin. Murmuró algunas palabras sobre el cuerpo de policía.
—¿Perdón, Sheriff? —dijo Joe.
—Nada— gruñó Maschen. Terminó su café de un trago, soltó la taza en el mostrador de un golpe y salió del restaurante.
De vuelta a la oficina, el informe estaba esperando en su mesa tal como había pedido. No había gran cosa en él. Había llegado una llamada a las 3.07 am informando de un asesinato. La persona que llamaba era el señor Wesley Stoneham, desde la residencia del Sr. Abraham Whyte. Stoneham dijo que su mujer había sido asesinada por un grupo desconocido mientras estaba sola en su cabaña. Stoneham había llegado al lugar hacia las dos y media descubriendo su cadáver, pero la línea de teléfono en la cabaña fue cortada, por lo que tuvo que llamar desde casa de un vecino. Se envió una patrulla para investigar.
El señor Stoneham se encontró con el oficial de la investigación en la puerta de la cabaña. Dentro, el agente encontró el cadáver, identificándolo con la esposa de Stoneham, atado de manos y pies, con su cuello abierto, sus ojos arrancados y su pecho y brazos brutalmente destrozados. Había una posibilidad de ataque sexual, ya que la región púbica había sido cortada. Decoloraciones faciales y marcas en su cuello indicaban estrangulación, pero no habían otros signos de estrangulamiento de ningún tipo dentro de la cabaña. Junto al cuerpo estaba un cuchillo de cocina aparentemente usado para hacer aquella carnicería, provenía del set de utensilios colgados de la pared. La alfombra estaba manchada de sangre, presuntamente de la víctima, y un mensaje había sido escrito con sangre en la pared: “Muerte a los cerdos”. Un trozo incompleto de cigarrillo que había sido encendido permanecía en el suelo, y una cerilla en uno de los ceniceros. Aparentemente la habitación estaba tal cual.
Maschen cerró el informe, los ojos y apretó sus nudillos contra sus párpados. No podía tratarse simplemente de un secuestro y asesinato, ¿no? Parecía tratarse de una venganza psicópata, la que atrae a los medios. Releyó la descripción del cuerpo y sintió cierto escalofrío. Había visto todo tipo de situaciones salvajes en sus treinta y siete años de trabajo en la policía, pero nunca había visto algo así. No pensaba que se tratara de un caso cualquiera. Tenía que ir hasta el lugar de los hechos y ver el cuerpo por si mismo.
Pero sabía que tenía que ir. En un caso como aquel, con toneladas de publicidad —y con Stoneham mirándole por encima de los hombres— tenía que investigar personalmente. El condado de San Marcos no era lo suficientemente grande para poder permitirse, o requerir, de una unidad de homicidios a tiempo completo.
Pulsó el botón del intercomunicador.
—¿Tom?
—¿Sí, señor?
—Llama a Acker— tomó aire y se levantó de la silla. Tenía que reprimir sus bostezos mientras salía por la puerta y bajaba por las escaleras hasta recepción.
—Lo tengo en línea, señor” —dijo el joven subjefe mientras sostenía el micrófono al sheriff.
—Gracias— tomó el micrófono y pulsó el botón de transmisión.
—Ven.
—Soy Acker, señor. Todavía estoy en la cabina de Stoneham. El señor Stoneham ha regresado a su casa en San Marcos para intentar dormir algo. Tengo su dirección.
—No importa, Harry. Ya lo tengo en algún lado en mis ficheros. ¿Hay avances en la investigación desde que hiciste el primer informe?
—He comprobado el lugar alrededor de la cabaña en búsqueda de posibles huellas, pero no he tenido suerte, señor. No ha llovido en meses, lo sabe, y la tierra aquí está muy dura y seca. Gran parte del lugar está cubierto por rocas con una fina capa de arena y grava. No fui capaz de encontrar nada.
—¿Y los coches? ¿Había huellas de neumático?
—El coche de la señora Stoneham estaba aparcado junto a la cabaña. Hay dos pares de huellas, unas del coche de Stoneham y otras del mio. Pero el asesino no pudo llegar en coche. Existen varios lugares a cierta distancia que se pueden hacer a pie.
—Alguien tenía que conocer bien el camino, pero, ¿no cree que se hubieran perdido en la oscuridad?
—Seguramente, señor.
—Harry, que quede entre nosotros, ¿cómo lo ves?
Permaneció en silencio durante un instante.
—Bueno, siendo franco, señor, esto es lo más repugnante que he visto nunca. Casi vomito cuando vi lo que le hicieron a esa pobre mujer. No puede haber razón alguna por la que el asesino hizo eso. Creo que estamos ante un lunático, uno de los peligrosos.
—Muy bien, Harry —dijo Maschen calmado— Espera aquí. Voy reunirme con Simpson y luego volveré contigo. Fuera.
Apagó la radio y devolvió el micrófono a Whitmore.
Simpson era el subjefe mejor entrenado en aspectos científicos de criminología. Cuando ocurría un caso más complejo de lo común, el departamento intentaba confiar en el más que otros de sus miembros. Por norma general, Simpson no entraba a trabajar hasta las diez, pero Maschen lo llamó de urgencia, informándole de lo urgente que era la situación, y que lo iría a buscar. Tomó el kit de huellas dactilares del subjefe y una cámara y las puso en su coche, para luego conducir hasta donde estaba Simpson.
El subjefe estaba esperándolo en el porche de casa. Juntos, él y el sheriff, condujeron hasta la cabaña de Stoneham. Poco se habló durante el viaje; Simpson era un hombre delgado y muy tranquilo que normalmente se lo guardaba todo para él, mientras que el sheriff tenía más que suficiente en pensar en los diferentes aspectos del crimen.
Cuando llegaron, Maschen dejó irse a Acker diciéndole que se fuera a casa y que intentara dormir. Simpson se puso manos a la obra, primero fotografiando la habitación y el cuerpo desde todos los ángulos, y luego recogiendo pequeños trozos de objetos en pequeñas bolsas de plástico para al final espolvorear la habitación en búsqueda de huellas dactilares. Maschen llamó a una ambulancia, se sentó y observó el trabajo del subjefe. En cierta manera, se sentía inútil.
Simpson era el que estaba más entrenado para el trabajo, y era poco lo que el sheriff podía añadir a la destreza del subjefe. Quizás, pensó Maschen vehementemente, después de todo este tiempo he descubierto que estoy destinado a ser un burócrata y no un policía. Aquel no