Название | El sexto sentido |
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Автор произведения | Ursula Fortiz |
Жанр | Эзотерика |
Серия | |
Издательство | Эзотерика |
Год выпуска | 2012 |
isbn | 978-84-315-5328-9 |
La información es permanente. El intelecto no es más que el motor. El espíritu es a la vez el comienzo y el fin.
• Variabilidad de la información
Hemos intentado mostrar antes que una información dada es de interés variable para cada uno. ¿Qué pasa con la información global que está a disposición de todos? Está claro que lo positivo está en la información misma, pero no está menos claro que el beneficio no existe más que para el que la va a recibir. Cualquiera que sea el interés propio de una información, la variabilidad de este interés es específica para cada uno. La mejora de un sentido dado reposa sobre dos condiciones: la experiencia o el entrenamiento, y el deseo, vocación o necesidad. Admitiendo que todos estamos dotados de los mismos cinco sentidos, ¿tenemos todos los mismos deseos o necesidades? Evidentemente, no. Incluso cuando dos personas tienen los mismos deseos, ¿acertarán a satisfacerlos de la misma manera? No, sin embargo pueden ver, oír, y sentir las mismas cosas. Si pedimos a dos alumnos del último curso que describan su instituto, el resultado será diferente. Más allá de la capacidad de recepción de nuestros sentidos, que podría ser más o menos igual físicamente en todos los individuos, hay un primer elemento que genera una dinámica de organización antes que de almacenamiento. Este primer elemento se alimenta de tres carburantes: la necesidad, el deseo y la curiosidad. Es el espíritu. Su característica no es estar completo sino ser siempre mejorable.
Esta posibilidad crea una dinámica fuerte o débil propia de cada uno, que entrena su utilización con un rendimiento más o menos bueno del intelecto. Este es el motor que funciona ante la demanda del espíritu. Parece una oficina de tratamiento o de reciclaje de la información. Su característica es ser potente o débil.
• Tratamiento de la información
Se puede admitir que nuestros cinco sentidos actúan según procesos idénticos que constituyen cada uno una base de datos. La base de datos global será una mezcla distintiva, en cualidad y en cantidad, referida a una persona. Si uno acepta esta idea previa de que, de un individuo a otro, cada intelecto es diferente, como lo es cada espíritu, se puede pensar que cada uno utiliza de modo distinto sus sentidos e incluso que favorece algunos. Tendrá el acierto de ver ahí una alusión a lo innato y lo adquirido. Esto último estará formado por todo aquello que los sentidos aportan, casi lo mismo para todo el mundo. Lo innato será más o menos la calidad del motor, pero sobre todo la necesidad de hacer trabajar este motor.
¿Habrá, por otra parte, una razón para clasificar estos cinco sentidos según un orden de importancia decreciente, teniendo en cuenta un planteamiento de calidad, o mejor todavía, de indispensabilidad?
Para nosotros, que disfrutamos de la ventaja de ver, la ceguera se concibe como un problema insuperable. ¿Qué pensaría un ciego si se le preguntara? Pero también, ¿qué pensaríamos nosotros de un ciego que rehusara recuperar la vista a cambio de perder otro sentido? ¿Habría estructurado un estado de equilibrio mediante el desarrollo de otro sentido que nos resulta desconocido?
A veces probamos un alimento nuevo que evoca, sugiere gustos más o menos familiares, alejados. Alguien comiendo almendras amargas, un día, escribía: «Parece cianuro».
Siempre buscamos asociar una cosa nueva a algo conocido. Lo que nos sorprende a menudo nos recuerda a alguna cosa. Quizá se trata de una reacción inconsciente del espíritu, que tiende a reafirmarse ante lo desconocido. ¿Tendrá nuestro inconsciente alguna función que desarrollar en esta historia?
Hay personas, más bien de cierta edad, que conocen numerosos restaurantes importantes. Como clientes, también ellos son importantes, como algunos chefs. Sin embargo, hay una diferencia entre el chef que prepara la comida y el cliente que la saborea. El primero ha desarrollado su sentido del gusto al mismo tiempo que el deseo de creación de una cocina de calidad. El segundo sólo ha desarrollado su sentido del gusto, sin el deseo de crear. Así pues, y con la misma condición de degustador, uno se beneficia de una calidad suplementaria que falta en el otro: el sentido de la creación.
Quizás haya leído El perfume, de Patrick Süskind, la historia de un hombre, medio loco, con un sentido muy agudo de los olores que lo transformará en un genio de los perfumes.
Olor, perfume… ¿nota la diferencia en relación con los otros sentidos? Aquellos en los que el espíritu de la persona es quien ejerce una acción selectiva. En este caso, parece que la relación sea más un asunto entre el sujeto y el objeto.
Quizás haya en esta idea una diferenciación entre sentidos mayores y menores.
Todos tenemos el sentido del olfato más o menos desarrollado, pero se mantiene casi independientemente del matiz que se impone entre olor y perfume. Estamos cercados por los olores, a menudo desagradables, con que nos rodea la ciudad, tan poderosos que encierran en una nube estéril los raros perfumes que todavía flotan en el aire del atardecer. ¿No estará anulando nuestro sentido del olfato el alto grado de polución en la que nos sumerge el automóvil? ¿No estarán los martillos hidráulicos y otros artilugios consiguiendo anular la sensibilidad de nuestros oídos? ¿No estarán los pollos de cuarenta y un días a punto de imponernos a todos el gusto uniforme de una común mediocridad? El plástico, material universal, va sustituyendo poco a poco en todos los campos el calor tan atractivo de la madera. Por ahora las mesas de trabajo de la Biblioteca Nacional son de roble, pero ¿de qué serán después? ¿de plástico? Es de temer. Porque las posibilidades comúnmente ofrecidas a nuestros sentidos se empequeñecen y se hacen cada vez más raras, y su delicada capacidad de selección disminuye.
Nuestros sentidos reciben las informaciones como una emisora de radio en la que la selección y la sensibilidad son más o menos afinadas.
EJEMPLOS DE
MANIFESTACIONES
DEL SEXTO SENTIDO
EN LA VIDA COTIDIANA
Muchas de nuestras acciones tienen un significado a veces aparente y a veces inexplicable. El espíritu quiere profundizar en el sentido de aquello que le seduce y olvida el interés de lo que no le atrae. Las cosas de la vida cotidiana tienen sin embargo un sentido, aunque quede incluso fuera de nuestras explicaciones.
Vamos a abordarlas aquí con la ayuda de ejemplos concretos en los que cada uno podrá verse reflejado.
• El azar
Un domingo había un concierto en la abadía de Royaumont, en Francia. Los cuatro miembros de la familia Dupond tomaron el tren por la mañana muy temprano. Las señoras iban con sombrero, y los señores, que iban en bicicleta, se pararon dieciséis kilómetros antes de llegar a su destino para practicar un poco de ejercicio. Gabrielle Dupond no coge el órgano, y por esta razón rehúsa también coger su bicicleta. A la salida del concierto, el señor Dupond decide que es mejor comer aquí que más tarde en París. Delante de la puerta de un restaurante que se suponía de calidad, se acerca un señor, al cual reconocen por haberlo visto unos instantes antes en el concierto. Intercambian una sonrisa e inician la conversación.
– Creo poderles recomendar este restaurante – dice al señor Dupond el otro señor, que asegura ser el señor Durant.
– Ah, bien, pero ¿por qué? –pregunta la señora Dupond.
– Todo indica aquí, señora, que es una casa de prestigio – respondió el señor Durant–. La carta, por ejemplo, fíjese que propone pocos platos. Eso hace suponer que aquí se descongela menos que en otras partes. Vea también que las legumbres son de la estación y que los postres son de la casa. Observe en las ventanas las cortinas de viejo