Название | Rukeli |
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Автор произведения | Jud Nirenberg |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416876488 |
En 1889 se celebró el último combate sin guantes por el título del peso pesado, en un ring al aire libre en Mississippi. Sullivan venció a Jake Kilrain al término de setenta y cinco asaltos. Lea eso de nuevo: setenta y cinco asaltos. No quedan registros que nos digan cuántos huesos de las manos se habían roto cuando la pelea hubo concluido. Una vez que esos espectáculos hubieron desaparecido, no tuvo que transcurrir mucho tiempo antes de que el boxeo profesional, con guantes y las reglas del marqués de Queensberry, se legalizara en Nueva York en 1896, un débil arranque para su aceptación en el Nuevo Mundo. La ley fue derogada en 1900, lo que detuvo el negocio hasta que volvió a la legalidad en 1911. En 1917, cuando Rukeli daba sus primeros pasos en el boxeo, Nueva York devolvió una vez más el deporte a la clandestinidad y en 1920 lo legalizó de nuevo con la aprobación de la Ley Walker.
A lo largo de la década de 1920, las minorías dominaron el boxeo en Estados Unidos (y siguen haciéndolo). A diferencia de lo que sucedía en muchos otros deportes en ese país, a los negros se les permitía participar, aunque había muchos blancos, incluyendo el campeón John Sullivan, que se negaban a entrar en un ring con ellos y muchos púgiles negros competían en un circuito aparte, con sus propios campeones de color. Sullivan también se negó a competir contra judíos o cualquier otro atleta «no blanco».
El primer campeón negro del peso pesado fue Jack Johnson, quien reinó desde 1908 a 1915 con un raro estilo constituido de contragolpes. Nacido en Galveston, Texas, hijo de un liberto, Johnson empezó a pelear en «Battle Royals». Se cubrían con una venda los ojos de hombres afroamericanos que luchaban entre sí en grupo, sin reglas, jaleados por espectadores blancos. Aquello no era una competición uno contra uno, sino una pelotera multitudinaria en la que solo podía quedar uno en pie.
Llegaría a ser el campeón mundial del peso pesado de color, defendiendo el título diecisiete veces antes de convencer a un campeón blanco para que le dejara competir por el título oficial26.
Tommy Burns acordó con Johnson una pelea por el título mundial del peso pesado en 1908 en Sydney, Australia. La raza no era el único factor que Burns ignoró. Johnson pesaba cerca de catorce kilos más y era unos quince centímetros más alto. Hoy habría entre ellos varias divisiones por peso. Burns aguantó catorce asaltos antes de que la policía separara a los boxeadores y Johnson ganara el título.
Cuando no se estaba preparando para una pelea, Johnson hacía giras como celebridad en shows de vodevil, luciendo sus joyas y su riqueza antes de hacer shadow boxing para los asistentes. Enfurecía a gran parte del público, especialmente en los estados donde pasaba más tiempo, por socializar y casarse con mujeres blancas, incluso en una época en la que otros hombres afroamericanos eran linchados por transgresiones similares.
Johnson murió a la edad de sesenta y seis años. Sus amigos recordaban que en un restaurante en Raleigh, Carolina del Norte, le dijeron que él y sus acompañantes solo se podían sentar en la parte de atrás, donde se permitía la entrada a la gente de color. Abandonó el local y se subió a su coche, un Lincoln Zephyr. Se marchó disparado y murió en un accidente a toda velocidad que sus amigos creyeron que había sido causado por la rabia despertada por el insulto27.
Por notable que fuera el éxito de Johnson en el ring, los judíos eran la minoría a la que el deporte de lucha atraía en mayor número en sus primeros años de legalidad. Muchos competían internacionalmente. Entre 1910 y 1940, hubo veintiséis campeones del mundo judíos. Estos títulos eran exigentes. Solo había ocho divisiones por peso, muchas menos que las de hoy día y no existía ninguna de las complejas redes de entidades sancionadoras actuales. El poseedor de un título de verdad era indiscutiblemente el mejor de su clase. En 1928, la mayoría de los luchadores profesionales de Estados Unidos eran judíos, seguidos de los de origen irlandés. En las décadas de 1920 y 1930, alrededor de un tercio de los púgiles de Estados Unidos eran judíos. El judío de 1,65 metros Benjamin Leiner, que peleaba como Benny Leonard, «the Ghetto Wizard»28, con una estrella de David en sus pantalones, reinó como el campeón del mundo del peso ligero entre 1917 y 1925. Benny Leonard estaba peleando contra Lew Tendler Jr. cuando se utilizaron luces cenitales por primera vez en una pelea nocturna, en el Yankee Stadium en el verano de 1923.
Cabría preguntarse si es que los luchadores judíos tenían algo que probar. Jimmy Johnston, promotor de la época, dijo una vez: «Coges a un chico judío y tarde o temprano su raza es vituperada. Él intenta con mucho más ahínco contraatacar por sí mismo […] el saber que más de un judío está siendo atacado le da un incentivo». Ni la sociedad europea ni la estadounidense estaban libres de hostilidad. Mientras Henry Ford diseminaba Los protocolos de los sabios de Sión, la Universidad de Harvard y otras de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos limitaban la admisión de judíos. La discriminación en el mercado de trabajo y en los alojamientos se consideraba natural. El periodista judío estadounidense Ben Hecht comentó, refiriéndose a la vida en Alemania entre 1918 y 1920 que «se escuchaba y se veía menos antisemitismo […] que en cualquier época en los Estados Unidos»29.
Sin embargo, la mayoría de los boxeadores puede que pelearan menos para probar algo que para ganarse la vida. No se trataba de jóvenes que hubieran elegido entre el boxeo o la universidad, o entre el boxeo y algo mejor, en absoluto. La población judía de Estados Unidos y Nueva York estaba compuesta principalmente de trabajadores manuales y primeras y segundas generaciones de estadounidenses que vivían por debajo de la clase media. No era gente que lo tuviera fácil. En 1911, el 72 % de las prostitutas de Nueva York eran judías. Probablemente tampoco lo fueran porque estuvieran intentando demostrar nada.
Los boxeadores no vivían en una sociedad libre de intolerancia, y sin embargo el antisemitismo no era un problema en el negocio, ya que no solo los hombres que entraban al ring eran judíos. Todo el mundo lo era. Los judíos estaban presentes como entrenadores, mánagers, promotores. La Compañía Everlast, la principal marca de equipamiento de boxeo, fue fundada por inmigrantes judíos rusos. Además, «la mayoría de los fans eran judíos», según Vic Zimet, que fue mánager y entrenador en aquella época30. Y el boxeo era un deporte en el que, incluso antes de que se legalizara en Alemania o en Estados Unidos, lo único que importaba era lo que un luchador fuera capaz de hacer. Esto era cierto no solo para los romaníes en Gran Bretaña, donde Daniel Mendoza, también judío, fue campeón de Inglaterra entre 1791 y 1795. Aquellos años marcaron una época en la que los judíos no eran bienvenidos en la cima de todas las profesiones.
El centro de la escena del boxeo profesional era Nueva York, que era además el centro de la comunidad judía de Estados Unidos. Charley Phil Rosenberg peleaba en Ohio un mes después de haber ganado el título mundial de peso gallo en el Madison Square Garden. Alguien sentado junto al ring no paraba de gritar a su oponente «mata al judío bastardo» y Rosenberg no podía aguantarlo más. Después de haberse levantado del taburete de su esquina, y escupido por encima de las cuerdas todo el agua, la saliva y la sangre de su boca a los ojos de aquel hombre, se enteró de quién era: el alcalde de Toledo. Los boxeadores de minorías de Estados Unidos no estaban aislados de las actitudes de su época.
La cultura en la que el boxeo existía no solo era diferente de la actual en lo referente a las actitudes sobre la etnicidad. Las actitudes hacia chicos que golpean y son golpeados eran también distintas. Charles Gellman, un peso medio de la época, recuerda: «Llegué a casa con un par [de magulladuras], pero era normal. Todo el mundo se metía en una pelea callejera en esos tiempos. Había un tipo en la casa de bomberos de al lado, que te daba un par de guantes y se ponía a mirar».
Por extraño que pueda resultar hoy imaginar a un bombero, un servidor público, animando a los niños a que dirimieran sus disputas mediante la fuerza física mientras él observaba el espectáculo, aquello era la norma. Charlie Nelson creció en un orfanato de Hell’s Kitchen, en Nueva York. Los sacerdotes que cuidaron de él solían ordenar a los chicos que discutían que resolvieran sus diferencias con guantes de boxeo. Aparentemente no había nada impío en dejar que la fuerza otorgara la razón.
En Alemania, el boxeo ganó popularidad rápidamente. Surgieron