Название | Jacques Derrida y Nicanor Parra |
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Автор произведения | Paula Cucurella |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789569441721 |
En su interpretación de la parábola de Kafka, Derrida nos recuerda que los guardianes de la ley pueden cumplir su función de otorgar protección sólo en la medida en que existe un sistema de leyes que garantiza su poder y su autoridad (Derrida 1985, 114). El poder del guardián de la ley nunca es puesto en cuestión, y por la misma razón, nunca se ve en la necesidad de utilizar su poder —más allá de expresarlo de manera enunciativa o performativa (soy poderoso y más poderoso que tú)— para defender la puerta.4 Nunca sabremos que hubiese sucedido si el campesino hubiese intentado acceder a la ley por la fuerza, en vez de esperar a que lo invitasen a entrar. El guardián podría haber sido un holograma. La magnitud del poder del guardia depende de la cadena de poder: una serie de figuras de autoridad o sistemas de autorización que validan tanto a la cadena misma como a sus miembros. Pensando en la figura de la cadena que retarda la presentación de la ley, en la función del posponer, y en la ausencia de poder al margen de su presencia enunciativa, es que Derrida explica que la interdicción del guardián de la ley no es una prohibición si no differance (129).5 El obstáculo que representa el guardián y la puerta (que permanece abierta) marcan un limite que no clausura nada.
En Force de Loi. Le ‘Fondement mystique de l’autorité’, Derrida se refiere a la fuente de la cual la ley extrae su poder, y nos advierte del peligro de asumir que el poder que le permite a la ley actuar con fuerza de ley deriva de su relación a la justicia. La justicia no es la fuente del poder de la ley, y la ley no es una expresión de la justicia (Derrida 1994a, 30). La justicia en este texto, al igual que la ley en la parábola de Kafka, también aparece como el significado ausente en la cadena significante.
El significado de la palabra justicia no es claro cuando ponemos esta palabra en diálogo con las reglas que sancionan los bordes y organizan el canon literario y la institución literaria.
Pues, ¿qué podría significar aplicar una regla sin contenido de una manera justa? Derrida no sigue el derrotero de esta pregunta en Force de Loi, y es probable que lo más cercano a una discusión de la relación entre la ley literaria y la justicia entre los textos publicados de Derrida sean algunas de las respuestas que él da en la entrevista que le hace Derek Attridge, “Cette étrange institution qu’on apelle la littérature”. En esta entrevista Derrida se refiere a la relación entre democracia y literatura: “La institución de la literatura en el Occidente, en su forma relativamente moderna, está asociada a una autorización a decirlo todo, y sin duda también al devenir de la idea moderna de la democracia” (Derrida 2009, 257).
Derrida no está intentando sugerir que la literatura dependa de la democracia, pero en la medida en que la institución literaria como forma institucionalizada de ficción ha internalizado una de las premisas claves de la democracia, el desarrollo de estas dos instituciones ocurre de modo paralelo en la modernidad. No obstante, esta relación entre democracia y literatura no tiene otras implicaciones, la literatura no es expresión de la democracia: la autoridad de la ley literaria no tiene nada que ver con la justicia; la relación entre ley y justicia no es necesaria; y no es de la justicia de donde la ley obtiene su poder.
La ley literaria obtiene su poder a partir de tres pasos simultáneos fundamentales a la constitución de la economía literaria: primero, el establecimiento y la validación de la ley a partir de sus representantes. Segundo, el diferimiento de la ley —es decir de su presentación— a través de sus representantes. Y, tercero, la validación de los representantes que validan la ley (personas, textos, instituciones, etc.). La institución de la ley literaria describe una lógica circular. Ninguno de estos pasos ni el círculo que describen en su mutua interdependencia tiene en vistas instituir alguna forma de justicia, ni tampoco asegurarse de que los trabajos validados en este proceso son una muestra representativa de la diversidad de la producción literaria vigente.
Resulta interesante notar que para hablar del origen de la ley literaria —de este círculo que describe la topología de la ley, este punto de origen que se da origen a si mismo— Derrida recurra a un vocabulario místico y económico. Una lectura económica de la lógica que organiza la institución literaria es posible en vistas al sistema de donación de valor que acredita las nuevas obras incorporadas al canon literario. Dado que es solamente gracias a la performance de la autoridad literaria que tal donación de crédito es posible, y en vistas a que dicho valor no es una propiedad que le pertenezca a las obras mismas, este valor es más precisamente una forma de crédito. Refiriéndose al origen del valor creado en el nombre de la ley, Derrida adopta la expresión “la fundación mística de la autoridad” [le fondement mystique de l’autorité]6 de Pascal, quien probablemente la tomó de Montaigne, para referirse al lugar ausente del origen, y para describir nuestra relación a este lugar ausente en términos de fe:
En vistas a que el origen de la autoridad, la fundación o el fundamento, la posición de la ley no se puede por definición apoyar en nada más que en sí mismas, ellas son en sí mismas una violencia sin fundamento. (Derrida 1994a, 34)
“El fundamento místico de la autoridad” quiere decir que el crédito injustificado que le damos a la autoridad es una forma de fe. Crédito y fe describen nuestra relación a la autoridad y a la fuente de su poder (Derrida 1994a, 30). La inscripción e institución de estas leyes, en tanto “injustificadas” o justificadas solo en ellas mismas, es siempre una operación violenta y arbitraria, independientemente si las leyes mismas hayan sido diseñadas para aminorar algún tipo de violencia. Esta es la violencia del origen y la violencia en el origen; este origen es una forma de imposición. Decir que la ley tiene un fundamento místico y un origen religioso no es muy distinto a decir que la donación de poder de la asumida justicia en el corazón de la ley tiene lugar como ficción, no obstante, la virtualidad de este origen no lo hace necesariamente menos efectivo. La situación del campesino en la parábola de Kafka puede servir de ejemplo.
Para evaluar de manera crítica los principios promovidos por la institución literaria es necesario recordar el sistema virtual que la sostiene y la arbitrariedad de la fuente de su autoridad, es decir, es necesario desechar cualquier fantasía de neutralidad. Al reforzar la autoridad del canon literario estamos contribuyendo a la imposición de una ley que no es necesariamente justa no obstante puede que parezca justa y universal en vistas al acuerdo común y la tradición que la sostiene. La falacia de la tradición se encuentra a la base de nuestra defensa de las formas instituidas de enseñar literatura, de leer y escribir sobre literatura, de hacer literatura y de publicar literatura. Hoy en día existe más claridad respecto a la necesidad de incluir minorías en una tradición que históricamente las ha excluido o ignorado. No obstante, el lugar que se le da a estas minorías es suplementario y periférico, es una adición que no pone en cuestión la organización del centro —el espacio que legisla—, y su inclusión no resulta necesariamente en una revisión de las ideas que han constituido el centro del espacio literario como tal. Por esta razón, la inclusión de lo minoritario que sucede de vez en vez no es una garantía de que exclusiones similares no seguirán ocurriendo en el futuro bajo formas distintas, exclusión