21 Los favoritos de Borges, y en general de todo aquel esteta empeñado en que todo es ficción, y, si no lo es, debería serlo, ese tipo de personajes que está por todas partes hoy hablándonos de la necesidad humana de narrar y escuchar narraciones, porque eso nos hace mejores, más ilusionados, más ricos, en un mundo de inhumanidad económica y tecnocientífica. Nunca les preguntes si lo que realmente están defendiendo es, como hiciera Oscar Wilde sin disimulo alguno, la forzosidad de la mentira en nuestras pobres vidas de miembros de superestados megapoblados e hiperatomizados. (Markus Gabriel, en cambio, asume a Borges como suyo propio, mostrando que no se entera, o es que el que no se entera soy yo…).
22 Con toda seguridad Kant había leído esta frase con la que Leibniz atacaba a Locke: “nada hay en el intelecto que no haya estado en la experiencia, salvo el intelecto mismo….” Todo un arranque espectacular para la filosofía crítica, aquella que entiende por existencia “posición absoluta del objeto”, y de ahí la refutación kantiana de San Anselmo y de Descartes.
23 De nuevo en mi modesta opinión, Nietzsche no tenía que haber escrito eso de “no hay hechos, sino interpretaciones”, lo que tenía que haber escrito es “no hay hechos puros, sino hechos interpretados y hechos de interpretación”…
Paul Valéry y T.S. Eliot: el paso del Tiempo a juicio…
Testa cabal, diadema irreprochable, yo soy en tu interior secreto cambio.
Paul Valéry, El cementerio marino
En mi opinión, cuando alguien dice que un científico, un arquitecto o un filósofo resultan “muy poéticos”, entonces hay que echarse a temblar o echarse a reír. A temblar si se trata de los dos primeros casos, y a reír si por el contrario de trata del último. Que un filósofo sea rapsódico, confuso, cursi o altisonante (pongamos Lucrecio, Nietzsche, Unamuno, Zambrano y un largo etcétera), antes podía ser peligroso, pero hoy ya no, ahora ese tipo de pensamiento, si es que es pensamiento, esta desconectado de toda praxis y por eso tiene más lectores que nunca. En cambio, que un científico o un arquitecto se pongan a cortejar a las Musas con sus respectivas profesiones puede ocasionar que reviente una central nuclear, o que se te caiga el techo de pladur encima. Por supuesto, científicos o arquitectos tienen perfecto derecho a sus veleidades artísticas, pero en su tiempo libre o por escrito (véanse los casos de Richard Feynmann dibujando chicas desnudas en las servilletas de locales de strip-tease entre ecuación y ecuación, o Le Corbusier, casi nazi, en Cuando las catedrales eran blancas…) Los filósofos, sin embargo, no. Bastante desprestigio tiene ya la filosofía a causa de las deliciosas aberraciones francesas como para además travestirse de lirismo, que va a parecer que estamos ahí para embelesar a Ana Rosa Quintana. No obstante, lo que sí me parece grandioso y ejemplar es que sea al revés, es decir, que los poetas sean filósofos (y no, horror, científicos o arquitectos...) Así enfocado, no se producen trastornos inapropiados e indecorosos, pues no se trata entonces de que el filósofo apele a la imprecisión de la intuición, sino de que el poeta recurra a la demarcación del concepto, pero teniendo como ventaja además no renunciar a la belleza expresiva. Casos se han dado, como los de Donne o Rilke, pero yo quería ahora referirme al s. XX.
En el siglo pasado, en efecto, se ha producido excelsa poesía, no menor en absoluto a la de centurias anteriores, si nos olvidamos de Virgilio, Dante o Milton. En dos de esos hitos más fundamentales encuentro yo como una especie de querella, de litigio entre pares. La cuestión a disputar es la naturaleza del tiempo, que comparece como acusado, donde el fiscal es T.S. Eliot y el abogado defensor Paul Valéry. Aunque en realidad el poema de Valéry, El cementerio marino, vino antes, en 1920, y todos deberíamos leerlo, porque es una maravilla, y está en Internet en una traducción que yo no manejo. Los Cuatro cuartetos de Eliot, por su parte, son de 1945, y se les nota eso, se les nota que a la poesía le han caído miles de bombas de la Segunda Guerra Mundial encima. También debería leerse universalmente, sin esperar un segundo, y también está entero en Internet en una versión que no conozco (yo he leído ambos en Alianza y Cátedra, respectivamente). Pues bien, Eliot, el poeta y crítico británico más admirado y seguido del modernismo, el amo de las letras anglosajonas de mitad del s. XX, arranca de esta manera su primer cuarteto:
Tiempo presente y tiempo pasado
Están ambos quizá presentes en el tiempo futuro,
Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
Todo tiempo es irredimible.
Lo que podía haber sido es una abstracción
Y permanece como posibilidad perpetua
Sólo en un mundo de especulación.
Lo que podía haber sido y lo que ha sido
Apuntan a un fin, que es siempre presente.
Las pisadas resuenan en la memoria
Bajando el pasillo que no tomamos
Hacia la puerta que nunca abrimos A la rosaleda.
Mis palabras resuenan Así, en tu mente.
Pero con qué propósito
Removiendo el polvo en un cuenco de pétalos de rosa.
No lo sé.
Que no nos engañe el “no lo sé” en el que he interrumpido la transcripción. Antes de llegar a ese vahído lírico el poeta ha realizado afirmaciones metafísicas muy serias. Ha dicho, en pocas líneas, que todo lo que situamos en el pasado y en el futuro está en el presente, es presente, y que ese presente es eterno como tal presencia detenida. Dicho con otras palabras: no hay tiempo, el tiempo es una ilusión, que es lo propio de la metafísica cristiana. Los críticos del Crítico, o sea, los críticos de Eliot, han visto en ello un rasgo biográfico, puesto que Eliot era anglicano, y por tanto creía en la versión británica de Dios. Desde el punto de vista de Dios, es cierto, el tiempo no pasa, y Él habita un eterno presente bajo el cual todos los sucesos de la Creación son contemplados simultáneamente. De ahí que Eliot niegue los contrafácticos, lo que es decir las posibilidades que creemos que pudieran haberse dado, pero que no lo hicieron, como la victoria de Hitler en la novela El hombre en el castillo del chalado de Philip K. Dick. Piensa Eliot que lo que ha ocurrido es lo que tenía que ocurrir impepinablemente, y que es fantasía especular acerca de si Hitler hubiera vencido en Rusia o él mismo hubiera bajado aquel pasillo (menuda traducción: