Название | Salud del Anciano |
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Автор произведения | José Fernando Gomez Montes |
Жанр | Медицина |
Серия | LIBROS DE TEXTO |
Издательство | Медицина |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587592597 |
2. Factores derivados de las biografías individuales: aluden directamente a las trayectorias laborales de los ancianos. Esto para efectos de las cotizaciones que puedan lograr al momento de la jubilación como también en términos de la capacidad de conseguir un empleo remunerado una vez llegada la vejez. De este modo, las biografías individuales de los ancianos influyen en su empleabilidad en la vejez.
3. Elementos que derivan de las biografías generacionales: se refieren al entorno en que han ido envejeciendo las generaciones, en el cual se hallan factores propios de la historia social, económica y política de las sociedades de las cuales forman parte.
4. Características de los sistemas de protección social: se reflejan en oportunidades o amenazas para lograr un ingreso digno en la edad avanzada y, consecuentemente, en la posibilidad o no de acceder a atención en salud.
En cuanto a la posición económica de los ancianos, los factores que influyen son de orden individual y generacional. El grado de seguridad económica alcanzado por ellos es producto del diseño de los sistemas de protección social de hace tres o cuatro décadas y de las características de los mercados de trabajo en dicho período.
2. Participación económica y laboral
Según la CEPAL (2011), una suposición errónea es que el envejecimiento de la población se deriva principalmente del aumento en la esperanza de vida. La prolongación de la esperanza de vida tiene su importancia, pero el principal factor que contribuye al envejecimiento de la población es la baja tasa de fecundidad. Este malentendido conduce, inevitablemente, a que se insista en políticas orientadas a buscar soluciones frente el aumento de la población de edad avanzada y la carga que supone para otros grupos de edad. La solución más debatida ante el envejecimiento de la población es que, dado que los ancianos viven más años, también deberían trabajar más años.
La participación laboral de los ancianos se encuentra relacionada directamente con la deficiente cobertura del sistema de seguridad social, que obliga a continuar trabajando para subsistir. Como resultado de la baja cobertura de los sistemas de pensiones, junto con el aumento de la esperanza de vida, en América Latina se prevé un incremento del número de años de vida económicamente activa. En consecuencia, el tiempo de permanencia en la actividad, medido en años brutos de vida activa, aumentará en 2030 un promedio de casi ocho años con respecto a los 35 estimados en 1990 para ambos sexos. Estos cambios no son homogéneos, existen grandes diferencias entre hombres y mujeres. Entre 1990 y 2030, los años de vida activa se mantendrán en 50 para los hombres y aumentarán de 21 a 37 en las mujeres. La principal causa de esta diferencia es el crecimiento de la población femenina económicamente activa desde 1990, producto, entre otros factores, de la baja de la fecundidad, del crecimiento del sector terciario y del proceso de migración del campo a la ciudad.
La comparación entre los ancianos y el resto de la población activa tiende a confirmar que los países de la región presentan crecientes tasas de participación económica en la vejez. Este hecho podría vincularse con las reformas introducidas en los sistemas de pensiones durante los años noventa, que “endurecieron” las condiciones de acceso a las prestaciones. Por tanto, el acceso a estos beneficios se produce a edades más tardías o con un nivel deficiente de tasa de reemplazo, lo que incentiva a jubilados y pensionados a mantenerse ocupados el mayor tiempo posible.
En América Latina, el incremento en la participación económica de los ancianos se ha producido en un contexto caracterizado por la desregulación del mercado del trabajo y por la introducción de nuevas formas contractuales como la subcontratación de servicios y los contratos a plazo fijo. Estas prácticas han tendido a reducir los costos laborales y han precarizado el empleo para toda la población y con ello se han alcanzado elevados niveles de empleo informal en todas las edades.
En América Latina desde 2005 se ha observado un crecimiento sostenido de la tasa de participación de los mayores de 60 años en la fuerza laboral ya que un poco más de tres de cada diez ancianos están trabajando o buscando empleo de manera activa. Otro aspecto que llama la atención en relación con la participación económica en la vejez es que el aumento de los mayores de 60 años en la fuerza laboral está constituido especialmente por mujeres. En Argentina, Brasil y Paraguay, por ejemplo, se ha duplicado la fuerza laboral femenina mayor de 65 años desde la década de 1990. Este fenómeno puede estar relacionado con la incapacidad de los sistemas de seguridad social de brindar protección de ingresos a las mujeres de edad avanzada, quienes, aunque cuenten con beneficios previsionales adquiridos por viudez, obtienen menos recursos económicos que los hombres.
Por otra parte, dada la escasez de puestos de trabajo en el mercado laboral, tradicionalmente se espera que los ancianos dejen su sitio a los jóvenes. A partir de este supuesto, se han elaborado las políticas laborales de la mayoría de los países en desarrollo, donde el empleo formal es poco frecuente y es difícil para los numerosos jóvenes desempleados encontrar un puesto de trabajo en el sector formal. De ahí el temor de que la situación empeore si los trabajadores de edad siguen prolongando su vida activa.
Entre los hombres la participación laboral alcanza su máximo (97%) entre los 30 y los 49 años. Hacia los 50-59 años sigue siendo del 86%. Después de los 60, es decir, después de la edad teórica de jubilación, la participación laboral masculina cae progresivamente, pero sigue siendo elevada: 54,4% a los 65 años; 42,4% a los 70 años; 26,1% a los 75; entre 10 y 11% después de los 80 años. Es evidente que después de los 60 años, la tasa de participación laboral masculina comienza a descender. Sin embargo, la disminución es menos pronunciada en los estratos sociales más pobres. Los viejos y pobres carecen casi siempre de pensiones o de ingresos de capital y se ven obligados a laborar (o a buscar empleo) hasta edades muy elevadas.
La participación laboral de las mujeres alcanza su máximo (60%) entre los 30 y los 39 años. Ese pico es mucho más bajo que el masculino. Luego comienza a caer: 49% entre los 40 y los 49 años; 32% entre los 50 y los 59; entre los 65 y los 70 es apenas del 10%, y entre los 80 y los 84 es del 4%. Después se desvanece. De la misma manera, se evidencia que la tasa de inactividad femenina duplica la de los hombres, lo cual se suma al panorama desfavorable de las mujeres para participar de los amparos derivados de la actividad laboral. El incremento de la informalidad de los ocupados es ostensiblemente notorio para el grupo de los mayores de 60 años y afecta más drásticamente a las mujeres, lo cual, asociado a las condiciones de precariedad de estos empleos, permite inferir que su situación en términos de protección es aún más precaria, principalmente en lo que respecta al amparo por pérdida o disminución de los ingresos en la vejez.
Este panorama obedece, entre otras razones, a los bajos niveles de calificaciones básicas y fundamentales que tiene la población de edad avanzada como, por ejemplo, los escasos niveles de alfabetización y capacidad de cálculo. De este modo, la demanda por nuevas calificaciones y conocimientos pone a muchos trabajadores ancianos en situación de desventaja, ya que es probable que su formación anterior haya quedado obsoleta. Es probable que este panorama se modifique en el futuro dado el incremento del nivel de formación de la población general. Como parte del abanico de intervenciones para mejorar la empleabilidad de los ancianos se encuentran la oferta de educación permanente, el conocimiento y manejo de las nuevas tecnologías de información y comunicación, y la creación de condiciones de trabajo seguras y adecuadas.
El alto nivel de participación económica de los ancianos no corresponde necesariamente a una elección voluntaria, más bien es resultado de la escasez de opciones con las que cuenta para enfrentar sus necesidades económicas, que pueden ser muchas, especialmente debido a los altos costos de la atención en salud. Además, con frecuencia es una inserción precaria. No es de extrañar,