Название | Castendolf y los secretos del bosque |
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Автор произведения | Diana Salazar Santamaría |
Жанр | Книги для детей: прочее |
Серия | |
Издательство | Книги для детей: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788419106858 |
—De acuerdo –contestó Guigo—, vamos a dormir, pero acuéstate cerca de mí para sentirme protegido y poder cerrar los ojitos con tranquilidad.
—Claro que sí —dijo Nolo mientras acercaba su cama a la de su hermano, para darle la mano y ayudarlo a dormir.
Pocos segundos después, Guigo ya se había dormido, mientras Nolo pensaba en lo feliz que vivía en el bosque con sus padres y sus dos hermanos, lo mucho que los quería, cuánto disfrutaba cada momento que podía compartir con ellos, y en que siempre haría lo que fuera necesario para protegerlos.
Capítulo II
BUSCANDO PISTAS
Al día siguiente, mientras sus hermanos estaban en la bañera jugando, Nolo estuvo registrando la casa entera en busca de algún indicio que pudiera revelar la identidad del productor de migas. Esta vez su búsqueda fue más profunda, esculcando en los cajones y armarios, levantando las alfombras, corriendo los muebles, buscando nidos de insectos, pero no encontró nada. Fue tanto lo que movió y removió todo, que su madre acabó por preguntarle si había perdido algo importante, a lo cual él respondió evasivamente, para no alarmarla hasta saber lo que estaba pasando.
Como no encontró pistas, Nolo decidió suspender su investigación, y se fue a jugar con Bayi y Guigo al escondite en el frondoso e inmenso bosque que bordeaba el jardín de su casa, y en el que solo tenían permitido entrar durante el día, siempre y cuando fueran los tres juntos. Cuando empezó a anochecer volvieron a casa, ansiosos por devorar las delicias que su madre había preparado y oír la fantástica historia que su padre inventaba cada noche antes de dormir. Mientras algunas noches la historia era acerca de delfines multicolores, caballitos de mar alados u orcas parlantes, otras noches los protagonistas eran monstruos mitológicos, fantasmas tenebrosos o criaturas diminutas que habitaban los bosques, como duendes, elfos, hadas y gnomos, que su padre aseguraba que existían camuflados cerca de ellos.
Terminada la historia, en segundos se quedaron todos dormidos, pero a medianoche Guigo despertó a Nolo zarandeándolo y susurrando con voz angustiada:
—Ahí está otra vez, escucha.
Mientras Nolo intentaba abrir los ojos, le pareció oír una carrerilla que producía un sonido irritante sobre el suelo de madera. Se quedó quieto para confirmar lo que había oído, y solo un instante después volvió a escuchar el correteo, pero un poco más lejano. Se levantó con cuidado y convenció a Guigo para que fueran en busca del intruso, caminando ambos con las puntitas de sus pies para poder pillarlo.
No alcanzaron a entrar a la cocina, cuando fuera lo que fuera que estaba allí zampándose a gusto la tarta de chocolate y frutos del bosque que su madre había horneado, huyó por la puerta trasera que daba al jardín de su casa, y lo hizo con tal rapidez que lo único que Nolo alcanzó a ver fue la sombra de unas puntiagudas orejas de lo que parecía ser un animal de tamaño medio. Salieron persiguiéndolo, pero nuevamente se les escapó dejando tras de sí un rastro de hojas y ramas rotas en su afanoso camino hacia el bosque. Una vez allí, perdieron la pista, pues no se atrevieron a adentrarse en el bosque en medio de la noche.
Al regresar a casa, inspeccionaron con cuidado la cocina en busca de huellas que revelasen la identidad de la atrevida criatura, pero aparte de los trozos de tarta esparcidos por el suelo no hallaron nada, y entonces regresaron a sus camas sin resolver el misterio.
—Perdóname por no haberte creído desde el principio —le pidió Nolo a Guigo mientras lo arropaba.
—No te preocupes —le contestó Guigo—, lo importante es que ahora sabes que es verdad que Castendolf existe y que le gusta venir a nuestra casa.
—¡Castendolf! ¿Qué Castendolf? ¿De qué estás hablando, Guigo? —exclamó Nolo.
—De quien nos visita cada noche —contestó Guigo.
—¿Es que acaso tú alcanzaste a ver u oír algo más que yo? –preguntó Nolo, extrañado.
—Creo que lo vi mejor que tú, porque como soy más pequeño, me agaché un poco y pude verlo por debajo de la mesa de la cocina mientras escapaba, y si sé su nombre, es porque mientras corría por casa esta noche lo oí decir: «Castendolf tiene hambre» —afirmó Guigo, y después de un tremendo bostezo, se quedó dormido abrazado a Nolo, que no tuvo más remedio que tragarse su curiosidad, atormentado por dos preguntas: «¿Qué era eso de Castendolf?» y «¿Sería peligroso?».
Capítulo III
¿CUÁNDO COMEREMOS TRUFAS?
Sin saber lo que estaba sucediendo, pues sus hermanos no se lo habían contado, mientras Bayi desayunaba al día siguiente preguntó:
—Mami, ¿cuándo comeremos trufas?
—¿Trufas?, ahora no tenemos trufas en la despensa, pero hay otro tipo de chocolates —contestó su madre.
—No preguntaba por las trufas de chocolate, sino por las originales —continuó Bayi.
—¿A qué te refieres con las originales? —preguntó su madre, extrañada.
–A las que crecen en los bosques –contestó Bayi con naturalidad.
—Tienes un gusto muy peculiar para ser un niño que apenas va a cumplir ocho años, Bayi —opinó su madre.
—Nunca las he probado, pero me han dicho que son deliciosas —dijo Bayi.
—¿Cuáles son las trufas que no son de chocolate? —preguntó Guigo, intentando participar en una conversación que le parecía de mayores.
—Son hongos muy especiales, pues crecen debajo de la tierra y es difícil encontrarlos, pero tienen un sabor exquisito —contestó su padre.
—¿Y cómo sabes donde tienes que excavar para encontrar las trufas? —preguntó Bayi cada vez más interesado, haciendo honor a su fama de glotón que siempre buscaba nuevos sabores.
—Pues necesitas un potente olfato para poder detectarlas a través de las capas de tierra, como el de los cerdos y los perros —continuó su padre.
—Y también el de Castendolf —opinó espontáneamente Guigo.
La mención de Castendolf pasó desapercibida para sus padres, no así para Bayi, que asintió con su cabeza ante el comentario de Guigo, y, menos aún para Nolo, que se puso muy nervioso al volver a oír ese nombre, y más al darse cuenta de que Bayi también parecía haberlo oído antes. Decidió no preguntar nada a sus hermanos en frente de sus padres, pero se aseguraría de interrogarlos en cuanto estuvieran solos.
—¿A que sí, Bayi?, ¿a qué a Castendolf le encantan las trufas y es un experto buscador? —insistió Guigo.
—Sí, Guigo, así es, pero ahora termina tu pan con miel o llegaremos tarde al colegio —contestó Bayi.
—Bayi tiene razón, chicos, a terminar todos ya, pues es hora de irse —dijo su madre, y todos se apresuraron a alistar sus mochilas y bicicletas.
Al salir de casa, Nolo no pudo contener su curiosidad