Название | Conflicto cósmico |
---|---|
Автор произведения | Elena G. de White |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789875678019 |
Después de regresar de Roma, Lutero recibió el grado de doctor en Teología. Ahora se hallaba en libertad para dedicarse al estudio de las Escrituras, las cuales tanto amaba. Había formulado un voto solemne de predicar con fidelidad la Palabra de Dios, y no la doctrina de los papas. No era ya sencillamente el monje, sino el heraldo autorizado de la Biblia, llamado como un pastor para alimentar el rebaño de Dios que estaba pasando hambre y sed de la verdad. Declaró finalmente que los cristianos no deben recibir otras doctrinas que aquellas que están basadas en la autoridad de las Sagradas Escrituras.
Multitudes ansiosas estaban pendientes de sus labios. Las buenas nuevas del amor del Salvador, la seguridad del perdón y de la paz por medio de su sangre expiatoria, regocijaban sus corazones. En Wittenberg se prendió una luz cuyos rayos habían de aumentar en brillo hasta el fin del tiempo.
Pero entre la verdad y el error existe un conflicto. Nuestro Salvador mismo declaró: “No he venido para traer paz, sino espada” (S. Mateo 10:34). Dijo Lutero, unos pocos años después de iniciada la Reforma: “Dios... me empuja y me obliga... Deseo vivir tranquilo; pero me veo lanzado en medio de tumultos y revoluciones”.[7]
Indulgencias para la venta
La Iglesia Romana hacía un comercio de la gracia de Dios. So pretexto de reunir fondos para la erección de la iglesia de San Pedro en Roma, con autorización del Papa se ofrecían en venta indulgencias por el pecado. Iba a edificarse un templo para el culto de Dios con el precio de crímenes. Fue esto lo que despertó a los más capaces enemigos del papado y los indujo a librar la batalla que conmovió el trono papal y la triple corona de la cabeza del pontífice.
A Tetzel, el funcionario destinado para dirigir la venta de las indulgencias en Alemania, se le habían probado las ofensas más viles contra la sociedad y la ley de Dios; sin embargo, fue usado para promover en Alemania los proyectos mercantilistas del Papa. Este representante papal repetía falsedades deslumbrantes y cuentos maravillosos para engañar a un pueblo ignorante y supersticioso. Si la gente hubiera tenido la Palabra de Dios no habría sido engañada, pero la Biblia había sido prohibida.[8]
Cuando Tetzel entraba en una ciudad, un mensajero iba delante de él anunciando: “La gracia de Dios y del santo padre está a vuestras puertas”.[9] La gente daba la bienvenida al pretencioso blasfemo como si fuera Dios mismo. Tetzel ascendía al púlpito en la iglesia y alababa las indulgencias como el más precioso don de Dios. Declaraba que en virtud de sus certificados de perdón, todos los pecados que el comprador quisiera cometer después, le serían perdonados, y que “ni siquiera era necesario el arrepentimiento”.[10] Aseguraba a sus oyentes que sus indulgencias tenían poder para salvar a los muertos; en el preciso instante en que el dinero llegara al fondo de su cofre, el alma en cuyo beneficio ese dinero había sido pagado escaparía del Purgatorio camino al cielo.[11]
El oro y la plata fluyeron a la tesorería de Tetzel. Podía obtenerse una salvación comprada con dinero más fácilmente que la que requería arrepentimiento, fe y esfuerzo diligente para resistir y vencer el pecado.
Lutero se llenó de horror. Mucha gente que pertenecía a su propia congregación había comprado certificados de perdón. Estas personas pronto empezaron a venir a su pastor, confesando pecados y esperando absolución, no porque fueran penitentes y anhelaran reformarse, sino confiando en la indulgencia. Lutero rehusaba absolverlos, y los amonestaba a que, a menos que se arrepintieran y se reformaran, perecerían en sus pecados.
Esta gente volvía a Tetzel con la queja de que su confesor había rechazado sus certificados, y algunos valientemente exigían la devolución de su dinero. Lleno de ira, el fraile expidió terribles maldiciones, hizo que se prendieran hogueras en las plazas públicas, y declaró que él “había recibido una orden del Papa de quemar a todos los herejes que tuvieran la presunción de oponerse a sus santísimas indulgencias”.[12]
Comienza la obra de Lutero
La voz de Lutero se oía en solemnes advertencias desde el púlpito. Presentaba delante del pueblo el carácter ofensivo del pecado y enseñaba que es imposible que el hombre, por sus propias obras, aminore su culpa o escape al castigo. Nada sino el arrepentimiento para con Dios y la fe en Cristo pueden salvar al pecador. La gracia de Cristo no puede comprarse; es un don gratuito. Aconsejaba al pueblo a no comprar indulgencias, sino a mirar con fe al Redentor crucificado. Relataba su propia y dolorosa experiencia, y aseguraba a sus oyentes que fue por la fe en Cristo como él había encontrado la paz y el gozo.
Mientras Tetzel continuaba sus impías pretensiones, Lutero resolvió efectuar una protesta más eficaz. El castillo de la iglesia de Wittenberg poseía reliquias que en ciertos días santos eran exhibidas al pueblo. Se concedía plena remisión de pecados a todos los que visitaban entonces la iglesia y se confesaban. Se acercaba una de las más importantes de estas ocasiones, la Fiesta de Todos los Santos. Lutero, uniéndose a las multitudes que se dirigían a la iglesia, clavó en sus portales 95 declaraciones contra la doctrina de las indulgencias.
Estas tesis atrajeron una atención universal. Se leían y se repetían por todas partes. Se creó una gran excitación en toda la ciudad. Mediante estas proposiciones se demostraba que el poder de otorgar el perdón del pecado y de anular su penalidad nunca había sido encomendado al Papa ni a ningún hombre. Se mostraba claramente que la gracia de Dios se concede gratuitamente a todos los que lo buscan por medio del arrepentimiento y la fe.
Los puntos escritos por Lutero se esparcieron por toda Alemania, y después de unas pocas semanas se divulgaron por toda Europa. Muchos devotos romanistas leían estas declaraciones con gozo, reconociendo en ellas la voz de Dios. Sentían que el Señor había extendido su mano para detener la ola creciente de corrupción que partía desde Roma. Príncipes y magistrados se regocijaban secretamente de que se pusiera coto al poder arrogante que negaba cualquier apelación de sus decisiones.
Los eclesiásticos astutos, viendo sus ganancias en peligro, se encolerizaron. El reformador tenía que hacer frente a terribles acusadores. “¿Quién no sabe –respondía él– que un hombre apenas presenta alguna idea nueva sin... ser acusado de excitar querellas?... ¿Por qué Cristo y todos los mártires encontraron la muerte? Porque... presentaron novedades sin haber aceptado humildemente primero el consejo de los representantes de las opiniones antiguas”.[13]
Los reproches de los enemigos de Lutero, la deformación que realizaron de sus propósitos y las observaciones maliciosas que hicieron de su carácter lo abrumaron como un diluvio. Él había esperado con confianza que los dirigentes se unieran alegremente con él en la reforma. Había previsto con anticipación una época más brillante amaneciendo para la iglesia.
Pero el ánimo se cambió en vituperio. Muchos dignatarios de la Iglesia y del Estado pronto se dieron cuenta de que la aceptación de estas verdades prácticamente minaría la autoridad de Roma, detendría millares de canales que ahora fluían hacia la tesorería y así restringiría el fausto de los dirigentes papales. El enseñar al pueblo a fijar su mirada sólo en Cristo para la salvación, derrocaría el trono del pontífice y finalmente destruiría la propia autoridad de ellos. De manera que se aliaron mutuamente contra Cristo y la verdad, oponiéndose al hombre que el Señor había enviado para iluminarlos.
Lutero