La muerte de Iván Ilich. Лев Толстой

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Название La muerte de Iván Ilich
Автор произведения Лев Толстой
Жанр Языкознание
Серия Clásicos
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786074576467



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      La muerte de Iván Ilich

      La muerte de Iván Ilich (1886) Lev Tolstói

      Editorial Cõ

      Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

      [email protected]

      Edición: Diciembre 2021

      Imagen de portada: Rawpixel

      Traducción: Anna Lev

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      I

      Los jurados y el fiscal se reunieron en la oficina de Iván Egorovich Shébek para conversar sobre el famoso proceso de Krasov, mientras duraba el receso de la junta a la que asistían sobre el asunto de los Melvinsky, que se realizaba en el Palacio de Justicia. Irritado, Fedor Vasilievich trataba de demostrar la ineptitud del tribunal; lo contrario a lo que sostenía Iván Egorovich; mientras que Piotr Ivánovich se interesaba más sobre los diarios recién recibidos.

      Señores —dijo de pronto— ha muerto Iván Ilich. —¿Es posible?

      —Aquí está el aviso fúnebre —contestó Piotr Ivánovich, al tiempo que ofrecía el diario a Fedor Vasilievich. La nota fúnebre decía: "Prascovia Fedorovna Golivin comunica con profundo dolor a sus parientes y amigos el deceso de su amado esposo, Iván Ilich, miembro de la Cámara de Justicia, acaecido el 4 de febrero de 1882. El sepelio se efectuará el viernes a la 1 p.m."

      Iván Ilich había sido compañero de ellos y todos lo querían. Durante algún tiempo estuvo enfermo, decían que su enfermedad era incurable. Su puesto lo había conservado hasta el final, pero se mencionaba que en caso de morir sería reemplazado por Alexeiev y éste por Vinnicov o por Shtábel. Por lo que al enterarse de la muerte de Iván Ilich, cada uno pensó en lo que podría suceder en el tribunal o en sus relaciones.

      "Seguramente me darán el puesto de Shtábel o el de Vinnicov —pensó Fedor Vasilievich—, me lo prometieron desde hace mucho tiempo; esto representaría para mí unos ochocientos rublos, más las gratificaciones..."

      "Pediré el traslado de mi cuñado de Caluga —pensó Piotr Ivánovich—, así mi mujer estará contenta y ya no dirá que nunca hago nada por su familia."

      —Me imaginaba que no se iba a recuperar —comentó Piotr Ivánovich— ¡Qué lástima!

      —¿Pero qué es lo que tenía?

      —Los médicos no pudieron coincidir en sus diagnósticos. La última vez que lo vi me pareció que mejoraba. —Yo lo vi en Navidad, después siempre pensé en ir a verlo.

      —¿Tenía algunos bienes?

      —Parece que la mujer tenía algunos pero de poco valor. —Habrá que ir allá. Vivió siempre muy lejos.

      —Dirá lejos de usted. Usted siempre vive lejos de todos. —No puede perdonarme que viva detrás del río —dijo sonriendo Piotr Ivánovich. La conversación versó entonces sobre barrios y transporte, y después volvieron a la sesión.

      La muerte del amigo, además de traer posibles cambios y ascensos en el trabajo, provocaba, como siempre en una situación así, un sentimiento de depresión pero al mismo tiempo de alegría de que el muerto fuera otro y no ellos.

      "Bueno, el muerto fue él y no yo" —pensó o sintió cada uno.

      Los amigos más cercanos a Iván Ilich pensaban que tenían que cumplir ahora con una obligación desagradable: presenciar la misa de cuerpo presente y dar el pésame a la viuda.

      Los más íntimos eran Fedor Vasilievich y Piotr Ivánovich. Este último se sentía con más obligación por haber sido compañero de estudios en la escuela de jurisprudencia. Durante la comida, Piotr Ivánovich le comentó a su esposa de la muerte de su amigo, y también del posible traslado de su cuñado; después, sin hacer su acostumbrada siesta, se puso el frac y se dirigió al sepelio.

      Tres coches se encontraban al frente de la casa. Abajo, en el vestíbulo, junto al perchero, estaba apoyada contra la pared la tapa del ataúd con borlas y galanes. Piotr Ivánovich reconoció a la hermana de Iván Ilich que junto con otra mujer, desconocida para él, llegaban en ese momento y se quitaban el abrigo. Shvartz, un amigo de Piotr Ivánovich, bajaba la escalera; al verlo le dirigió una mirada como queriendo decirle: "Iván Ilich fue un tonto, nosotros somos más inteligentes."

      Piotr Ivánovich pensó que la delgada figura de Shvartz, envuelta en un frac, su cara con largas patillas a la inglesa y su elegante solemnidad contrastaban con su jovial carácter, que ahora se acentuaba más.

      Dejó pasar a las señoras, y subió la escalera lentamente en donde lo esperaba Shvartz. Piotr Ivánovich comprendió por qué lo esperaba arriba, seguramente quería ponerse de acuerdo respecto del lugar y la hora para jugar whist. Las señoras pasaron a la habitación de la viuda, mientras que Shvartz, con los labios apretados y los ojos alegres le indicaba con movimientos de cejas la pieza mortuoria situada a la derecha.

      Piotr Ivánovich no sabía qué hacer, como siempre sucede en esos casos. Sabía que persignarse nunca está de más en estas situaciones y no sabía si debía inclinarse, por lo que decidió hacerlo a medias; al entrar en la habitación empezó a persignarse y a medio inclinarse. Entre estos movimientos examinó la habitación. Había dos jóvenes, uno, que al parecer era sobrino del muerto, salía de la habitación persignándose. Estaba también una anciana inmóvil a la que una señora, con las cejas muy levantadas, le decía algo en voz baja. El sacristán leía algo en voz alta con tal ánimo y expresión que no admitía réplica. El sirviente Guerasim, un campesino, pasó delante con pasos livianos, echaba algo sobre el piso. Al ver esto, Piotr Ivánovich notó un olor a cadáver. Piotr Ivánovich conoció a Guerasim en su última visita a Iván llich, cumplía las obligaciones de enfermero, e Iván Ilich lo quería mucho. Piotr Ivánovich seguía persignándose y haciendo leves inclinaciones entre el ataúd, el sacristán y el rincón de los iconos. Cuando le parecieron demasiado prolongados estos movimientos se detuvo y se puso a contemplar el cadáver. El muerto estaba como todos los muertos: hundidos sus endurecidos miembros en el ataúd, la cabeza inclinada para siempre sobre la almohada, su frente amarillenta, las sienes hundidas y la nariz perfilada que parecía apretar el labio superior. Estaba muy cambiado a comparación de la última vez que lo vio Piotr Ivánovich; había adelgazado mucho pero, como todos los muertos, su cara era más hermosa y se veía más importante que cuando vivía. Tenía una expresión de tranquilidad, de haber cumplido con lo que era menester. Para Piotr Ivánovich esa expresión encerraba además un reproche y una advertencia para los sobrevivientes, pero que a él no le atañía. Sintió una sensación desagradable y persignándose rápidamente, aunque creyó que esto no iba con las normas más estrictas de urbanidad, salió de la habitación. Shvartz lo esperaba en el hall, parado con las piernas abiertas, y con las manos atrás sostenía su sombrero de copa; al verlo tan elegante, aseado y jovial, Piotr Ivánovich se sintió reanimado, pensó que Shvartz estaba por encima de todo eso y que no se dejaba llevar por impresiones opresivas. Su aspecto parecía decir que esta situación no era suficiente para alterar el orden de las sesiones acostumbradas, es decir, que asistirían a su habitual juego de cartas y el mayordomo pondría en la mesa de juego, como era costumbre, cuatro candeleros con velas nuevas y cartas; y este incidente no impediría que pasaran una agradable noche. Fue precisamente lo que le dijo Shvartz, ofreciéndole reunirse en casa de Fedor Vasilievich. Pero la suerte parecía no estar de su lado aquella tarde, para que pudiera jugar a las cartas. La viuda Prascovia Fedorovna, una mujer bajita, gruesa a pesar de los cuidados por conseguir lo contrario, vestida de negro, con la cabeza cubierta de crespones y con las cejas levantadas, salió en esos momentos y anunció:

      —Pasen, las oraciones por el difunto van a empezar.

      Shvartz, inclinándose indeciso, se detuvo sin aceptar ni rechazar la invitación. La viuda al reconocer a Piotr Ivánovich, suspiró, se acercó a él y tomándolo de la mano le dijo:

      —Yo sé que usted era un verdadero amigo de Iván Ilich.

      Y